En la película ‘La Piscina’ dirigida por François Ozon en 2003 Sarah Morton, el personaje interpretado por Charlotte Rampling dice “cuando alguien mantiene parte de su vida en secreto, es fascinante y aterrador”. La ocultación de parte de un relato crea a su alrededor un halo de atracción cuya frontera causa cierto miedo infranqueable. La materialización del relato a través de la arquitectura crea espacios o transformaciones fascinantes al tiempo que aterradoras. A veces, mirar un edificio produce una sensación de extrañeza, simplemente porque algo parece no encajar, otras se percibe la ausencia de algo sin definir. La ambigüedad en la interpretación de un edificio forma parte de su biografía que, como en una persona suele ser poliédrica y saturada de instantáneas de índoles y emociones diversas.
“Todos nosotros somos obscenos. Todo el mundo es obsceno. Ese es el maldito punto. Lo vemos y nos amamos de todos modos” Harry Hawkes. Cegados por el sol. Luca Guadagnino, 2015
La arquitectura puede ser correcta o incluso percibirse como una obra equilibrada y elegante, pero siempre esconde errores, obscenidades y problemas que sencillamente se pasan por alto. La lectura de un edificio es un ejercicio que requiere una observación cuidadosa, pero también una sensibilidad abierta para percibir aquellos elementos que no encajan, que provocan una pequeña distorsión sin motivo. Además, en este proceso, poco a poco, aparece una variable más: el tiempo. El paso de los años convierte la biografía de los edificios en conjuntos vivos, capaces de transformarse en el tiempo y de mutar a través de su uso.
“La mayoría de los monumentos arquitectónicos que quedan en pie aún pueden visitarse, pero muchos de ellos en unas condiciones tan diferentes de las que se habían previsto cuando fueron proyectados, que su composición y disfrute se nos hace muy difícil. Subir a la Acrópolis de Atenas es aún una experiencia emocionante, aún podemos hacerlo por una senda parecida a la que transitaban los antiguos griegos, aún podemos sentir la potencia de sus murallas, la imponente masa pétrea, la cegadora luz mediterránea, el paisaje en torno, aunque ahora nos ofrezca la visión de una aglomeración urbana estéticamente miserable.” Óscar Tusquets. Todo es comparable
En arquitectura, las acciones que intervienen sobre edificaciones existentes se perciben como alteraciones definitivas, sin embargo, en otras disciplinas, estas representan interpretaciones, homenajes o versiones que precisamente orbitan en torno a la valoración de la obra original. Una pintura, una película o una pieza musical son capaces de estructurarse utilizando como base obras consolidadas, e incluso producir ligeras transformaciones de tal manera que el resultado es en sí una obra singular. Las ampliaciones o modificaciones de obras existentes, salvo pequeñas excepciones, siempre definen un límite que respeta la preexistencia o permite comprender esta como algo que precedió al tiempo actual. Y es que mientras en otras disciplinas estas mutaciones son fluidas para la obra de arquitectura “vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse” (Georges Perec).
El tiempo que construye
El tiempo es considerado en ocasiones una herramienta de construcción. La degradación de los materiales consecuencia de sus propias capacidades produce un efecto directo sobre la obra de arquitectura, de tal manera que es esta la que parece estar experimentando algún fenómeno vital. Pero el tiempo es solo una variable que permite medir la transformación y que acota la biografía de la obra. La condición utilitaria de la arquitectura su funcionalidad interseca esa línea temporal, y culmina en un punto en el que la adaptación a nuevos condicionantes se hace necesaria produciendo cambios en la morfología del edificio. En A Coruña, uno de los lenguajes arquitectónicos más populares es el modernismo, que representa en cierto modo el optimismo de la Belle Èpoque. Prólogo a la globalización contemporánea, esta etapa que atraviesa el cambio de siglo, experimenta un esplendor cultural y artístico, unido al desarrollo económico, tecnológico y social, en los países occidentalizados. Aunque su fin está marcado por un conflicto bélico internacional derivado de las tensiones subyacentes.
El modernismo coruñés es una seña de identidad, y aunque no todos los edificios construidos en este estilo en la ciudad han sobrevivido, muchos forman parte de la estética de la ciudad. Otros, sin embargo, se han escondido bajo algunas transformaciones posteriores. El número 1-3 de la calle Pastoriza, es una obra modernista, aunque hoy en día está enmascarada bajo una imagen de aspecto pseudoracionalista. El edificio es obra del arquitecto Julio Galán Carvajal (1875-1939), profesional de origen asturiano que desarrolló gran parte de su obra en Coruña. Tras la muerte de Faustino Domínguez Coumes-Gay ocupó el cargo de arquitecto municipal de la ciudad (1901-1911) y desarrolló algunas obras significativas como la casa Viturro, la casa Cabanela, el número 22 de la plaza de Lugo o el número 7 de la calle San Andrés. Dentro de sus obras, también destaca el Pazo de Justicia (plaza de Galicia), obra en la que podría encontrarse el referente a la transformación sufrida por el número 1-3 de la calle Pastoriza.
Un edificio semidesaparecido
El edificio original proyectado por Galán Carvajal entre 1908 y 1909 se caracterizaba por una ornamentada galería modernista de madera situada en la segunda planta. Esta galería seguía la estructura tradicional propia de este sistema constructivo, con ventanas de guillotina y carpintería de madera, sin embargo, su decoración se asemejaba a la que hoy puede verse en el número 22 de la plaza de Lugo, incorporando numerosos elementos florales y borlas. Lo más destacable de esta galería eran los apoyos inferiores, tornapuntas afinados hasta su esencia de tal manera que como huesos o tallos vegetales llevaban la carga de la galería de nuevo hacia el muro portante de fachada. Estas tornapuntas son subestructuras complejas que muestran un lenguaje modernista muy puro. En la primera planta, la terraza utilizaba el mismo mecanismo compositivo que en la galería, trasladando la ornamentación a la forja de sus barandillas. La esbeltez de la terraza, al igual que la galería, necesitaba suplementar su estructura para garantizar su estabilidad. En este caso, en lugar de utilizar tornapuntas, Galán Carvajal coloca ménsulas muy ornamentadas que, en lugar de repartirse de forma ordenada se separan siguiendo el módulo de la fachada, llevándolos a los extremos y al centro, aunque la terraza respondía a un hueco único.
El conjunto de la fachada se unificaba mediante dos guirnaldas que la recorrían de abajo arriba hasta emerger de la cornisa superior. La casa se remataba en la parte superior alcanzando la misma altura que el edificio próximo, ‘edificio la Llave’, y una cornisa muy similar en términos ornamentales. Las dos guirnaldas laterales sobresalían de la cornisa creando un detalle muy singular. La fachada lateral hacia la calle Pastoriza, seguía el mismo esquema compositivo con balcones en la primera planta y galerías en la segunda. Los huecos sencillos solo existen en la fachada lateral, y el ornamento se lleva a los recercados de estos, utilizando florones y motivos geométricos impostados alrededor del hueco.
El edificio creció en altura posteriormente, ya que el planeamiento lo permitía. Esta transformación conllevó una mutación lingüística, además de la modificación volumétrica. La fachada y la terraza se suprimieron, sustituyéndolas por una galería continua a lo largo de la fachada frontal y lateral. Lo peculiar de esta intervención es que mantiene una cierta lógica de la galería como sistema constructivo, siguiendo una cierta discreción próxima al lenguaje racionalista. En este sentido se produce un cierto paralelismo de esta intervención con el ‘Pazo de Xusticia’ de la plaza de Galicia que muestra una proporción de huecos muy similar a la utilizada en esta intervención. De la misma manera se mantiene parte de la ornamentación de los huecos sencillos en el lateral, proporcionando un diálogo similar al del Pazo de Xustiza. La actual intervención provocó la desaparición del lenguaje modernista en el edificio, pero mantiene una cierta discreción formal.
Los restos del lenguaje modernista sólo son apreciables en los recercados de los huecos sencillos de la fachada lateral, creando una tensión y paralelismo con el edificio La Llave, también modernista. En la calle Pastoriza se creaba así un umbral modernista con elementos decorativos vegetales, construyendo la ficción de un pasadizo natural abstracto tan propio del romanticismo de principios de siglo. Esta imagen desaparecida constituiría hoy en día una atmósfera exótica, creando la sensación de penetrar en las entrañas de un urbanismo teatral y mágico. Y es que, aunque el modernismo constituya más una definición estética y lingüística que constructiva o morfológica, es capaz de crear espacios por “sendas perdidas, y lo acompañan a lo largo de un recorrido en desarrollo bien expuesto […] a sus anchas o por angosturas, tampoco importa” (Josep Quetglas, 1989)
Un camino en el bosque y una cualidad sin nombre
En el legendario debate del 17 de noviembre de 1982 entre Peter Eisenman (1932) y Cristopher Alexander (1936-2022), hubo un instante en el que se alcanzó una cierta intensidad en torno a la idea de las arquitecturas y los arquitectos que mejoraban o empeoraban el mundo. Eisenman cuestionó el argumento de Alexander diciendo que, si algunos arquitectos empeorasen el mundo, alguien se daría cuenta, a lo que Alexander contestó: “Sí, creo que pronto lo harán”. Y es que los cambios que afectan a la ciudad, a veces, no pasan desapercibidos. Hay una cualidad que Alexander definía como “la cualidad sin nombre” que se refiere a esos estados de autenticidad, éxtasis o idoneidad que cautiva con magnetismo las emociones del ser humano apelando a su atención y no a su objetividad.
“Esta cualidad, cuando se alcanza en las cosas humanas, es siempre triste, nos aflige, y hasta podríamos decir que ningún lugar en el que el hombre trate de crear la cualidad y ser como la naturaleza será auténtico a menos que podamos sentir la leve presencia de esta cautivadora tristeza, provocada por el hecho de que mientras la disfrutamos sabemos que se extinguirá” Christopher Alexander.
La ciudad, que aún guarda entre sus silencios algo aterrador y fascinante, esconde esa cualidad en algunos lugares, aunque hayan desaparecido o se hayan transformado tanto que sus umbrales ya no parezcan los mismos. Hay calles que aún, bajo su apariencia mundana, doméstica o neutra, guardan el halo de una cualidad sin nombre capaz de crear un tránsito por un camino del bosque, aunque que tres pasos después al echar la mirada atrás sólo queden muros y pavimentos. El camino en el bosque aún seguirá ahí.