El silencio no resuelve problemas, pero construye historias. La ausencia de relato, el desconocimiento de una narrativa o un rostro inexpresivo crean una sensación desconcertante. Posiblemente la inexistencia de una expresión capaz de reflejar la interpretación de la realidad es la que construye una visión alternativa, como en la novela de Jodi Picoult “Verla allí sentada sin dar señales de nada, me hace darme cuenta de que el silencio tiene un sonido”. Las construcciones del sonido son pequeños ejercicios de discreción que evitan ser percibidos como singularidades. Quizás por eso resultan enigmáticos y, en ocasiones, tan angustiosos que son capaces de crear relatos de realidades paralelas. Las palabras que ocupan los silencios deben ser bellas, como dice Jodorowsky, al menos tan bellas como los silencios.
La arquitectura en silencio, o aquella que se construye mediante la ausencia de palabras, no resuelve problemas, sino que se adapta a las condiciones complejas del soporte. El silencio tan solo se adapta a aquello que existe, sin narrativa, sin expresión creando una atmósfera de enigmas y miedos.
“Atormentados por el acné y la timidez, por las estrías y el malestar, por la calvicie y la inseguridad, por la anorexia y la bulimia, por la obesidad y la diversidad, denostados por el color de nuestra piel, nuestra orientación sexual, nuestras carteras vacías, nuestras deficiencias físicas, nuestras discusiones con nuestros mayores, nuestro llanto inconsolable, el abismo de nuestra insignificancia, las cavernas de nuestra pérdida, el vacío dentro de nosotros, el pensamiento recurrente e incurable de terminar con todo, ningún lugar donde descansar, ningún lugar donde estar, nada a qué pertenecer, nada, ¡nada nada! Sí, así nos sentimos. Y al igual que tú, lo recuerdo todo. Pero ya no importa que el mundo haya estado en desacuerdo con nosotros, porque ahora somos nosotros quienes estaremos en desacuerdo con el mundo. Ya no toleraremos que nos llamen “problema”, porque, de hecho, ellos son el problema. Somos la solución. Nosotros, que hemos sido traicionados y abandonados, rechazados e incomprendidos, dejados de lado y disminuidos. "¡No hay lugar para ti aquí!" nos dijeron con su silencio. "Entonces, ¿dónde está nuestro lugar?" Les imploramos con nuestro silencio. Nunca recibimos esa respuesta, pero ahora lo sabemos.” John Malkovich en The New Pope
En Hamlet, Shakespeare dibujaba un silencio que precedía a la tempestad y al ruido, pero esta omisión de sonido que abandona su presencia en favor del ruido de la imagen en la ciudad tiene su lugar y se convierte en respuesta de muchas preguntas sobre el proyecto urbano. El desacuerdo entre los edificios singulares y aquellos que muestran su presencia con discreción va poco a poco estableciendo un conjunto de tensiones en los que, al contrario de lo previsible, es la neutralidad de aquellos que siempre permanecieron en silencio, la que apaga el ruido y crea una cierta unidad de conjunto. El proyecto de un edificio con vocación de formar parte del discurso neutro de la ciudad entraña la misma dificultad que aquel que es singular, sólo que entre ellos existe un matiz perceptivo y otro temporal. La percepción que separa al edificio singular del neutro es casi obvia, puesto que uno reclama su presencia y el otro tiene voluntad de crear tejido. Pero la variable temporal resulta más compleja de valorar, y es que mientras el edificio singular produce una valoración casi instantánea a su contemplación, el proyecto que busca la neutralidad muestra su presencia con el paso del tiempo.
La ciudad como protagonista
En A Coruña, muchas obras pasan desapercibidas, disueltas en una repetición constante de fachadas que se componen entre sí mediante collage, superposición o mezcla. La distorsión perceptiva de tal conjunción de volúmenes provoca una sensación de caos ordenado. Una dicotomía que, en realidad, cobra sentido en el relato anónimo de quienes habitan la ciudad. Este mecanismo perceptivo, define el proceso de neutralización de las obras singulares a través del silencio del tejido urbano, que es digerido poco a poco con el paso del tiempo. Las calles, observadas con frialdad se estructuran como largas fachadas infranqueables que, al detener la mirada se fragmentan y abren permitiendo comprender mejor su posición con respecto al conjunto. Y, sin embargo, estos escenarios se han convertido en los protagonistas de la vida, algo latente en el cine, como dicen los escritores François Penz y Richard Koeck “Dado que las propias estrellas están muertas o son inalcanzables, las ‘locations’ deben ser la segunda mejor opción”. La ciudad es protagonista de la historia igual que antes lo eran las estrellas.
El edificio Corral en A Coruña se encuentra en el número 2 de la avenida de Arteixo, donde esta vía se encuentra con la calle Juan Flórez. Obra de Juan González Cebrián fue proyectada y construida en 1951, y aunque parezca ser un edificio más, silencioso y difuminado en la morfología urbana, existen gestos en él que muestran una arquitectura discreta y correcta. González Cebrián (Pueblonuevo del Terrible, Córdoba, 1908-Coruña, 1988) fue uno de los arquitectos pertenecientes a la generación que fue transformando A Coruña en una ciudad enmarcada en la modernidad. Su obra, vinculada al Movimiento Moderno, nunca abandona una profunda integración en lo vernáculo, identitario y regionalista. Durante sus primeros años de ejercicio profesional trabajo en el Plan de Reconstrucción de Santander tras el devastador incendio de 1941, dentro del equipo de la Dirección General de Arquitectura, donde también desarrolló un estudio sobre las viviendas de pescadores de Pontevedra. Esta mirada sobre el patrimonio urbano, con especial cuidado por el tejido residencial patrimonial, es una formación fundamental que deja un aprendizaje sobre la construcción de la ciudad y una sensibilidad para comprender los pequeños detalles.
Dentro de sus obras destacan las viviendas Juan Canalejo en el barrio de Os Mallos, la iglesia de Mugardos y la de Oleiros, la casa del Pescador en Pontedeume, el edificio Latas Folgueira en la calle Mantelería o los edificios Lema Rey con Leoncio Bescansa, y las edificaciones racionalistas con Santiago Rey Pedreira entre la ronda de Outeiro y la avenida de los Mallos. En todas ellas la adaptación al contexto urbano se revela como uno de los argumentos de proyecto, de tal manera que el edificio se vuelve silencioso y parece haber estado siempre en ese emplazamiento.
Un edificio con curvas
Esta obra, situada en la esquina que forman la avenida de Arteixo con la calle Juan Flórez dibuja el volumen de la manzana completándolo mediante una curva que concilia ambas fachadas. Un gesto que recuerda a la modernidad del edificio Novocomun (Como, Italia. 1927-1929) de Giuseppe Terragni, una forma de resolver la esquina de manera sencilla con un único trazo. El volumen de la manzana se percibe como un plano curvado que comienza a perforarse en búsqueda de movimiento. Un gesto expresivo propio de la arquitectura racionalista de posguerra que busca obtener una imagen vibrante y moderna con muy pocos recursos. El edificio se adapta al plan urbanístico del área, permitiendo que alcance ocho plantas, entreplanta y bajo comercial. El cuerpo principal está formado por seis plantas que se monta sobre el conjunto de planta baja y entreplanta, y se remata en la parte superior mediante una planta porticada y otra retranqueada.
“La arquitectura orgánica es una actividad social, técnica y artística, para la creación de un entorno para una nueva cultura democrática. Arquitectura orgánica significa arquitectura para seres humanos, conformada a escala humana, acorde a las necesidades espirituales, psicológicas y materiales del hombre” Bruno Zevi, Hacia una arquitectura
Si bien la morfología de la esquina en curva similar a la del Novocomun crea una imagen de cohesión en la manzana, la fragmentación compositiva de la fachada trabaja el ritmo y el relieve a través del vaciado como Jósef Fischer en la villa Járitz (Budapest. 1941-1942). González Cebrián realiza esta extracción en la curva y en el remato superior, para enfatizar los ejes integradores del edificio y causar una cierta contradicción: los puntos más sólidos del volumen son en realidad, los que se vacían hasta convertirse sólo en estructura limpia. Pero no sólo eso, sino que la simplicidad del ritmo de huecos en fachada se resalta mediante el añadido de una malla en forma de impostas planas verticales y horizontales que los enmarcan. El rallado de la fachada, añade una capa que traslada la imagen moderna y racionalista que sugiere la curva de la fachada, hacia un regionalismo más local debido a la ruptura de la escala por fragmentación y la incorporación de mecanismos que recuerdan a los sistemas constructivos tradicionales. El mallado de la fachada recuerda a la tecnología constructiva de la madera, y el remate de la planta superior, simula ser una galería abierta, ya que la línea de fachada se retrasa.
La estructura del edificio se resuelve en hormigón, pero su apariencia limpia y esbelta, muestra una imagen más ligera. Así su fachada se libera de la pesadez o rotundidad del racionalismo más clásico, para quedarse en una estética más esquelética que muestra su tecnología constructiva. En este sentido, el enmarcado de la última planta y la marquesina curva en la esquina crean una cierta percepción de modernidad y vanguardia. Sin embargo, a pesar de la limpieza del conjunto, se añaden algunos pequeños elementos ornamentales, especialmente a cada lado del hueco del balcón, así como huecos rematados en arco en la última planta. El edificio aún mantiene elementos constructivos originales como las carpinterías de madera de guillotina.
La ciudad está vacía
Pasear por la ciudad siempre revela algo. A pesar del silencio. A pesar del ruido. En esos pasos y miradas sobre el escenario urbano se produce una toma de conciencia sobre el lugar que se habita. Y poco a poco, el tiempo desvela edificios que siempre estuvieron allí, y que forman parte del tejido que construye la ciudad. Pero la ciudad no es un escenario, sino que es un lugar habitado. Pierre Drieu La Rochelle afirmaba que “La ciudad no es soledad porque la ciudad aniquila todo lo que se puede encontrar en la soledad. La ciudad está vacía”, pero ese vacío es algo virtual y perceptivo, porque el espacio está sometido a dinámicas constantes y cambiantes.
“La arquitectura, como el lenguaje, es un sistema. Más que con palabras y sonidos, se expresa con elementos físicos: muros, particiones, techos, columnas, soportes, balcones, etc. Y su omisión, el hueco […] La arquitectura adquiere significado sólo en contacto con la gente. Es el entorno diseñado el que existe de forma complementaria al entorno natural (inalterado) y asegura su supervivencia en el mundo” Andrés Deplazes, Making Architecture.
Y si el silencio no resuelve problemas, porque como decía Arthur Rimbaud “puede uno marcharse de la vida como quien atraviesa el umbral de un cuarto”, pero construye los relatos de los lugares habitados “escribía silencios, noches, anotaba lo inexpresable. Fijaba vértigos” (Arthur Rimbaud). Las narrativas de las ciudades silenciosas revelan muchas historias, pero en realidad, son quienes las habitan las que le dan sentido.