“Soy la superviviente de un poema” decía Julia Goytisolo en una reciente entrevista realizada por el periodista Manuel Jabois. La hija del poeta explicaba en esa conversación el impacto que el popular poema ‘Palabras para Julia’ había tenido en su vida, y dibujaba con palabras cálidas, dulces y realistas el retrato de su padre. Pero ¿cómo sobrevivir a un poema? Convertirse en objeto de una expresión sincera de belleza significa envolverse de una imagen colectiva construida a partir de las emociones de millones de personas que sintieron algo al exponerse a esa obra. Se produce una colectivización de la imagen biográfica que, aunque radique en sentimientos positivos, se encuentra distanciada de la propia, aquella que de manera personal se forma a través de la experiencia, las conversaciones y las miradas largas o fugaces frente a un espejo.
La arquitectura, en ocasiones, ha de sobrevivir a su imagen. El matiz respecto al ser humano es que, su condición muta de lo inerte a lo orgánico, de su percepción como un objeto a su realidad funcional, y todo ello puede suceder en un mismo instante, como diferentes realidades que se superponen, ya que cada una de ellas se basa en una percepción. Las obras de arquitectura atraviesan el tiempo de forma más lenta y dilatada que las personas, sobreviven a las biografías humanas trazando la suya propia. Objetos, hábitats funcionales o lugares de la memoria, la mirada sobre la obra de arquitectura se despega del arquitecto que la proyecto y pasa a ser una propiedad colectiva de la ciudad y de la sociedad, tanto en el plano físico como en el emocional.
Quizás por ello se hable de la ciudad como una construcción colectiva. No porque sean los arquitectos los que, como grupo hayan proyectado una a una las obras que la componen o incluso que la organizan, sino porque la arquitectura se separa de quien la proyectó y pasa a formar parte de la sociedad como organismo cambiante y, en consecuencia, será transformada sin complejos, tal y como hacen quienes la habitan. Se produce, de manera natural, una disolución de la obra de arquitectura que se reconstruye fluidamente en el seno de la ciudad y de sus ciudadanos. Un mecanismo que a veces es imperceptible y otras sucede en tiempo real como en Nueva York, donde la ausencia de complejos es tan transversal que transforma la ciudad sin definiciones ni reglas, sólo con el deseo irrefrenable de formar parte de la vida.
“Yo no defino nada. Ni la belleza, ni el patriotismo. Tomo cada cosa como lo que es, sin reglas previas sobre lo que debería ser” Bob Dylan.
No definir o no justificar las obras arquitectónicas como ejercicio de evasión realista, es un acto de interpretación urbana en la que la calidad de los espacios, su función, su estética, su morfología y su estructura están por encima de la autoría, y ahí radica el éxito de una obra, cuando la mano del arquitecto se vuelve invisible, aunque quien la observa sabe que ésta estuvo presente. Como un legado silencioso, la ciudad sobrevive constantemente a sus obras arquitectónicas, mostrando ser lo que sus habitantes desean que sea a través del uso, las dinámicas y las emociones.
Algunas obras parten de esta ausencia de ambición. Se proyectan de manera natural y directa buscando, lo que popularmente los arquitectos definen como “resolver problemas”. Esta actitud propia de la generación de arquitectos jóvenes que comenzaron a ejercer a partir de la crisis de 2008 es una revisión cíclica y constante que aparece cuando la sociedad atraviesa una etapa traumática en términos económicos, políticos o sociales. En este sentido, algunas obras del pasado que se desarrollaron en contextos complicados, parecen, al ser analizadas morfológicamente, muy modernas. Aunque con otra tecnología y otros medios, las situaciones coyunturales crean paralelismos en los que las distribuciones, la estética o las formas de percibir una obra desde la distancia se leen sin necesidad de intérprete. Y es que hay obras que, aunque parezcan nacer sin vocación simbólica o significativa, es el paso del tiempo el que define su posición urbana y el valor social e identitario.
Las arquitecturas silenciosas
Hay muchos arquitectos que construyen la ciudad de manera silenciosa, con obras correctas que parten de un planteamiento neutro. Y si bien dentro de su trayectoria existen edificios monumentales o característicos, que pueden tener un significado especial, el grueso de la obra se constituye como una estructura neutra y solvente. Como afirmaba el polifacético productor, director, actor y profesor Lee Strasberg (1901-1982) “un gran actor es independiente del poeta, porque la esencia suprema de la emoción no reside en la prosa o en el verso, sino en el acento con el que se interpreta”, de esta misma forma el arquitecto no produce poemas, sino que interpreta con su acento propio la naturaleza del lugar y el realismo del hábitat humano. En A Coruña una de esas figuras que han construido la ciudad con algunas obras significativas, pero muchas más silenciosas es el arquitecto Leoncio Bescansa (1879-1957). Autor de obras muy notables como el Diente de Oro (1926-1927), las Escuelas Labaca (1912-1915), la Casa Ángel Torres (1925), o el actual centro oncológico (1927).
En la calle Orzán 163, hacia la plaza Cormelana, se encuentra un edificio de viviendas sencillo, se tres alturas, bajo cubierta y bajo comercial destinado a hostelería. Construido en 1924 por Leoncio Bescansa, el edificio presenta una estética sobria, pero que no renuncia a la ornamentación ecléctica habitual en el arquitecto. La posición neutra dentro del tejido urbano de la Pescadería, la convierte en un ejercicio elegante que demuestra la dignidad de los edificios de vivienda de las primeras décadas del siglo XX previas a la Guerra Civil. La ciudad, sin embargo, ha cambiado mucho desde entonces. La buena arquitectura, aquella que ha sido compartida por sus habitantes, es capaz de mutar con los mismos ritmos y dinámicas que motivan las transformaciones urbanas. En este sentido, el bloque de viviendas ubica su fachada principal hacia la calle Orzán, puesto que la plaza no era más que un vacío urbano creado de forma natural, en el momento de la construcción. En la actualidad, por el contrario, la percepción de este espacio público ha cambiado, de tal manera que la plaza es un lugar de mayor importancia que la calle en términos populares que son, los que finalmente, definen las dinámicas urbanas.
Una fachada que trabaja
La fachada hacia la calle Orzán presenta una volumetría de composición monumental, en la que el lienzo central de la fachada que sigue una modulación impar se confina entre dos remates en cada extremo que sobresalen. El elemento arquitectónico utilizado para ese enmarcado en los extremos es la ‘bow-window’ que, es una morfología cercana a la galería coruñesa. La ‘bow window’ en este caso es un recurso muy interesante, ya que, al ubicarse el edificio en una calle estrecha, permite que las viviendas tengan vistas en direcciones no frontales y mejoran la ventilación de los espacios interiores. Hacia la fachada secundaria, que da a la plaza, la ‘bow window’ ya no resulta necesaria porque la vista hacia esta se prolonga en continuidad a la calle. Pero el bloque aún esconde algo que no es perceptible desde la plaza de la Cormelana o la calle Orzán, y es que hacia la plaza de Pontevedra presenta una fachada simétrica a la de la plaza siguiendo el trazado de lo que fue una calle. Esta última fachada tiene que ver con la huella que dejó el derribo de las murallas que ocupaban la calle Juana de Vega. Si bien la muralla se encontraba unos metros más adelantada respecto de esta posición, esta construcción defensiva incorporaba numerosas construcciones auxiliares que se habían apoyado en el muro, creando nuevas circulaciones y calles secundarias como la calle das Bestas (actual calle Alameda), que sería la continuación natural de esta vía residual (calle Regidor Somoza) sin salida a la que da la tercera fachada del edificio.
El ritmo de huecos es constante en las tres fachadas, con ventanas organizadas en una malla de 3x3 en cada una de ellas. Las ventanas, de hecho, presentan proporciones muy generosas, especialmente en comparación con las que se disponían en edificios contemporáneos a este. La estética del edificio es limpia, propia del racionalismo, sin embargo, aparecen ornamentos eclécticos, especialmente en torno a las ventanas. Cada una de las ventanas sencillas cuenta con un antepecho en el que se colocan elementos decorativos compuestos por borlas y flores, y un pequeño recercado que imita a la ‘ceja’ de la ventana tradicional gallega. En la última planta, este recercado superior se engrosa, proporcionando un orden jerárquico del conjunto. Para dotar de mayor riqueza lingüística al volumen, el arquitecto separa las plantas entre sí mediante líneas de imposta que adquieren mayor importancia en el remate superior, donde esta moldura se convierte en una potente cornisa que sobresale de la línea de fachada. Este recurso es repetido en las aristas del volumen, donde se duplica dando la impresión de reforzar o enmarcar visualmente dichos encuentros. El conjunto se remata con una balaustrada sobre las ‘bow windows’, que sirve de balcón a los huecos del bajocubierta. Esta última planta, tiene menor altura y parece haber completado el edificio apenas unos años después.
El edificio es un cierre de manzana, aunque no se perciba como tal, ya que ocupa al completo un extremo. De aspecto casi neutro, reparar en él es un acto de contemplación urbana, en el que el ojo se detiene sobre una fachada que quizás no es tan sencilla como las que la rodena, sino que en ella hay algo distintivo. Ocurre, con este tipo de obras de arquitectura, que su silencio las hace atravesar el tiempo, porque es esa ausencia la que las permite mutar siguiendo las dinámicas sociales. Sus planteamientos estéticos y tipológicos abiertos dotan al edificio de flexibilidad, lo que permite mostrarlas como obras atemporales.
La interpretación de los silencios
Julia Goytisolo recordaba en la entrevista otro verso de su padre: “que no te falte la mano”. Un deseo en forma de afirmación del que un día preguntó el significado a su padre, quien repitió el verso dos veces colocando la mano sobre el hombre de su hija. Porque quizás hay expresiones que no necesitan explicación, que sólo son un gesto, o que tan solo una pequeña acción las hace incontrovertiblemente interpretables. No es que el silencio sea capaz de explicar nada, sino que es a través de él que determinados gestos sencillos captan el foco de la mirada.
El escritor de origen indio Lawrence Durrell se preguntaba sobre esta forma de mirar: “¿acaso no todo depende de la interpretación que le damos al silencio que hay en torno a nosotros?”. Y así es en la ciudad, donde la interpretación de las atmósferas recreadas por el soporte arquitectónico junto con las dinámicas sociales que transforman su morfología es, en esencia, el lugar en el que transcurre la vida, en cada paso, en cada silencio y en cada mirada.