El escritor F. Scott Fitzgerald afirmaba que era posible “acariciar a la gente con palabras”. Una forma sencilla de expresar la manera en que el lenguaje es capaz de crear una atmósfera emocional o simplemente dibujar con acierto una sensación que, aunque abstracta o ajena, se percibe como un vivo recuerdo íntimo. Y es que hay palabras que dispuestas en el orden adecuado casi parecen tener una interpretación universal para cualquier ser humano que las lee: “Era una de esas raras sonrisas capaces de tranquilizarnos para toda la eternidad, que sólo encontramos cuatro o cinco veces en la vida.” (F. Scott Fitzgerald. El Gran Gatsby, 1925).

Pero no todas las palabras acarician, al igual que el dicho griego explica que las palabras no tienen huesos, pero son capaces de romperlos, algunas otras son capaces de herir, asustar o entristecer. Sin embargo, sin llegar a extremos emocionales, el lenguaje, contextualizado en una época o un lugar permite realizar una lectura emocional sólo observando la composición de sus elementos. La envolvente de las palabras cuando se traslada a la arquitectura adquiere una dimensión física y real, capaz de crear emociones más intensas e incluso trastornos como el Síndrome de París o el Síndrome de Stendhal. 

El lenguaje arquitectónico crea un puente entre las palabras y los espacios a través de las emociones. En este lugar, que no es otro que un límite borroso, se produce la conversación, del debate y el pensamiento que permiten a la arquitectura crear una base teórica que la hace avanzar integrada en su tiempo. Sin esa reflexión, la arquitectura solo sería una función sin objeto ni identidad, un cajón vacío en el que encontrar cobijo pero que no respondería a las necesidades específicas de sus habitantes. Tampoco a sus necesidades emocionales, que derivan del estudio de la estética. 

Mascarada de Jules Cheret. via wikimedia commons

“El arte, ya sea pintura, literatura o arquitectura, es el caparazón que queda del pensamiento. El pensamiento real carece de sustancia. No podemos ver el pensamiento, sólo podemos ver sus restos. El pensamiento se manifiesta al deshacerse o liberarse de sí mismo; está más allá de su reclusión” - John Hejduk

El paso del tiempo es la dimensión que permite leer los restos del pensamiento a través de la materialidad o inmaterialidad de las obras de arquitectura. Interpretar la ciudad, un edificio o un espacio, forman parte de la reconstrucción de un conjunto de antiguos pensamientos, una lectura inversa que sigue un método orgánico y analítico natural a la forma de indagar del ser humano como evolución madura de los “y por qué” infantiles. Es el tránsito, de nuevo, por ese extraño lugar, límite borroso, que constituye el lenguaje arquitectónico como puente de conexión entre palabras y espacios a través de las emociones. 

“La casa consigue inmortalidad cuando se convierte simplemente en un pensamiento que deja de existir” - John Hejduk. Oraciones sobre la casa y otras oraciones

Las ‘palabras’ que construye la arquitectura, son cuidadas piezas que se ensamblan entre sí tras un periodo de análisis y reflexión, por lo que observarlas detenidamente e interpretarlas es un proceso de constante aprendizaje y conocimiento del hábitat, la cultura y la historia. Pero es, también, un placer sencillo de quien pasea por la ciudad comprendiendo su pasado, disfrutando de cada detalle y pensando el futuro de ese lugar que ya forma parte de su biografía.

Las estaciones, Alfons Mucha, 1896. via wikimedia commons

Las estaciones, Alfons Mucha, 1896. via wikimedia commons

Las estaciones, Alfons Mucha, 1896. via wikimedia commons

Las estaciones, Alfons Mucha, 1896. via wikimedia commons

Recorrer las palabras

Algunos proyectos, sin embargo, nunca llegan a poder ser recorridos más que en los planos. Y, aunque no construidos, revelan en sus trazos, las intenciones de un pensamiento aún no construido. Este es el caso del quiosco Miramar, un proyecto nunca construido de Leoncio Bescansa. En este proyecto Bescansa llega al extremo del virtuosismo en el uso del lenguaje modernista. No se trata de un conjunto de palabras, sino de una auténtica sinfonía, en la que más que leer o interpretar, es mejor dejarse llevar como esas palabras que acarician. 

El quiosco Miramar es un proyecto que ocuparía el ‘número 7’ del conjunto de construcciones pertenecientes a esta tipología en los Jardines de Méndez Núñez. Popularmente conocido como ‘El Primitivo’, Bescansa decide denominar a este proyecto Miramar, como alguna de las construcciones que albergaban balnearios en la playa de Riazor, ya que su composición y morfología se inspiraba directamente en estos. En 1915, el quiosco sobre el que se formularía la construcción de la nueva propuesta ocupaba una superficie de unos cien metros cuadrados. Su estructura de forja y madera, así como los toldos que cerraban el conjunto se encontraban deteriorados, enfrentando un deterioro que había comenzado en 1903. El propietario del quiosco, Manuel Fernández Cando, decidió reformar esta construcción de forma integral, en parte debido a su deterioro, pero también por el deseo del promotor de dotar a su negocio de una imagen más moderna, como las nuevas construcciones modernistas que comenzaban a aparecer en la ciudad. 

El proyecto, fechado en 1915 y obra del arquitecto Leoncio Bescansa, es un alarde de lenguaje modernista, aunque el arquitecto viraría hacia un lenguaje neogótico, neoclásico e incluso racionalista en sus últimos años de profesión. Bescansa se adapta al contexto modificando el lenguaje de sus obras para que estas encajen en las necesidades socioculturales del momento. De hecho, a partir de 1912 comienzan a desarrollarse proyectos de reforma en los quioscos de los jardines ya que el ayuntamiento concedió una prórroga de diez años más a sus propietarios. La oportunidad de reforma motiva la reestructuración lingüística del conjunto para adaptarla a la nueva sociedad del siglo XX que ya ha abandonado los códigos culturales del siglo XIX. Cada uno de los quioscos que comienzan a construirse a partir de esta fecha son obras destacables, algunas de las cuales permaneces como la Terraza de Antonio López Hernández (1912, trasladada a Sada) o la Terraza actual (1021-1922) obra de Antonio de Mesa y Pedro Mariño. Con una clara influencia francesa el conjunto de los jardines crea una atmósfera internacional y sofisticada que moderniza la ciudad.

Alzado quiosco Miramar. Recogido en ‘Una Arquitectura Desaparecida: Kioscos de refrescos y tinglados de Feria de los Jardines de Mendez Nuñez de La Coruña’ por Xose Fernandez Fernádez

Un proyecto exuberante

El proyecto del quiosco Miramar sería mayor que el quiosco al que sustituiría, y con una construcción más sólida. Contaría con una cimentación de hormigón armado sobre la que se empotraría una estructura de forja con cerramiento de vidrio. Dentro de este volumen diáfano se ubicaría un sótano que albergaría el almacén y la cocina, la planta baja en la que se encontrarían la cafetería y el restaurante, y dos plantas superiores:  la planta primera con billar y tertulia y la segunda sería un local de lectura. La conexión entre las plantas se realizaría mediante una escalera envuelta por una galería hacia el puerto, siguiendo la lógica de la envolvente del conjunto. Además, el acceso se realizaría por una escalera imperial sobre la cual se dispondría un mirador, una solución similar (aunque de manera simplificada) a la que incorpora la actual terraza hacia la fachada del puerto. La cubierta sobre las terrazas de la segunda planta incorporaría grandes voladizos de geometría esbelta, recuerdo de los toldos del antiguo quiosco. 

Pero lo más relevante de esta propuesta no es su composición volumétrica, sino el lenguaje virtuoso y profuso desarrollado por el arquitecto. La voluptuosidad del modernismo francés o art Nouveau, es una abstracción formalista de elementos vegetales. La elección de la forja con cerramiento de vidrio permite que esta traslación de una construcción orgánica a la arquitectura sea factible. La fachada se organiza en torno a un arco carpanel central trabajado de manera esquemática hasta determinar una composición ‘esquelética’ en la que la estructura resolvería los elementos meramente esenciales. La estructura presentaba una composición que adaptaba las formas naturales de plantas, flores y árboles. La composición se completaba con dos arcos abiertos a cada lado, creando dos cuerpos trabajados con un lenguaje más profuso, destacando especialmente los huecos de la planta superior, en los que la geometría de arco carpanel se desborda hasta crear dos motivos decorativos a cada lado. La envolvente se enriquece con un amplio catálogo de ornamentos propios del modernismo más puro como guirnaldas, zarcillos, pináculos, tallos, flores y hojas, que colonizan los espacios entre los huecos siguiendo un síndrome de ‘horro vacui’ propio de este lenguaje arquitectónico. La profusión decorativa y compositiva contrastaba con la gravedad de la estructura, esbelta y sencilla. En los dibujos que Bescansa desarrolla para el proyecto se muestra el detalle con el que el arquitecto había compuesto el conjunto del edificio.

Alzado quiosco Miramar. Recogido en ‘Una Arquitectura Desaparecida: Kioscos de refrescos y tinglados de Feria de los Jardines de Mendez Nuñez de La Coruña’ por Xose Fernandez Fernádez

El ayuntamiento concedió licencia al proyecto el 10 de noviembre de 1915 concediendo permiso de explotación a su propietario hasta el 31 de diciembre de 1938, sin embargo, los problemas económicos impidieron la construcción del quiosco que Manuel Fernández Cando había imaginado.

Estoy vivo

La mirada contemporánea interpreta el modernismo como una imagen. “El atractivo del humo ‘Art Nouveau’: construye tu propia atmósfera, espíritu. ‘Estoy vivo’ ‘Soy decorativo’ (Susan Sontag. As Consciousness Is Harnessed to Flesh: Journals and Notebooks, 1964-1980). La vitalidad del modernismo es aquella ruina que trasciende el lenguaje, que permanece cuando todo se ha olvidado. 

Boca de metro Abesses de Hector Guimard. París, 1900

“A medida que el siglo XIX llegaba a su fin, un nuevo estilo lujoso estaba arrasando en Europa”.  Stephen Smith, Sexo y sensibilidad: el encanto del Art Nouveau I, BBC 2012

La explosión lingüística del modernismo creó un impacto social que sirvió de impulso cultural optimista y vitalista. La saturación, exuberancia y exotismo que acompaña contextualmente a este lenguaje arquitectónico quizás resulte extraño al mundo contemporáneo, pero sus ruinas emocionales constituyen un legado valioso. Quizás palabras que envuelven el presente con pequeños destellos de vida que pertenecieron a otro tiempo y que, sin embargo, siempre estuvieron presentes.