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El número 7 de la calle Feijóo de A Coruña
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La transformación de la ciudad de A Coruña: el número 7 de la calle Padre Feijóo
El número 7 de la calle Feijóo es obra del arquitecto Ricardo Boan y Callejas. Finalizada en 1913, el edificio permite ver la transformación de la arquitectura vernácula hacia lenguajes más modernos.
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El Gianicolo es un lugar tranquilo. Desde él se ve Roma. Y ver Roma no solo es observar las dinámicas mecánicas de una ciudad, es contemplar la historia de la humanidad. Es mirar de forma sencilla la biografía milenaria del ser humano. En esos minutos de contemplación, poco a poco se desvelan reflexiones personales escondidas en la profundidad del recuerdo y las cavernas de la memoria, como un ejercicio de trascendencia inducido por la atmósfera del lugar. El emperador Marco Aurelio escribía en sus Meditaciones algunas de estas ‘cosas’ que aparecen al contemplar la ciudad: “esas dos cosas: una, que todo, desde siempre, se presenta de forma igual y describe los mismos círculos, y nada importa que se contemple lo mismo durante cien años, doscientos o un tiempo indefinido; la otra, que el que ha vivido más tiempo y el que morirá más prematuramente, sufren idéntica pérdida. Porque sólo se nos puede privar del presente, puesto que éste sólo posees, y lo que uno no posee, no lo puede perder.”
![Vista del Gianicolo via wikimedia commons](https://s1.elespanol.com/2025/01/18/actualidad/917418598_252438190_1706x673.jpg)
Vista del Gianicolo via wikimedia commons
Desde la perspectiva de la contemplación, la ciudad parece ser un panorama vivo sin pretensiones, en el que cada instante de su existencia esconde una enorme profundidad enmudecida por la supervivencia mundana de sus habitantes. La historia de la ciudad es una atmósfera en la que caminar, pero no se muestra, sino que acompaña el movimiento de sus habitantes registrando cada paso, cada sonido, cada gesto. Detenerse a mirar la ciudad es revelarse contra esa presencia sibilina e intuirse, como en la pequeña fábula de David Foster Wallace, ser pez en el agua, ¿porque “Qué demonios es el agua?”. La ciudad, como el agua, es el medio de sus habitantes, no es solo un escenario. Quizás por eso bajo la estatua de Garibaldi que culmina la ladera del Gianicolo la frase “Roma o Muerte” ya no es, desde una perspectiva contemporánea, un grito castrense y libertario, sino una afirmación de que solo Roma, como concepto biográfico, representa la vida.
La vida es un medio extraño, de apariencia democrática, frágil y fuerte al mismo tiempo y que transcurre envuelta en los demonios que describía Umberto Eco “el diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda”. Someter la vida a la atmósfera del territorio habitado es la inmersión en un mecanismo de dimensiones infinitas. Su escala es mayor que la vida, su realidad es una suma de interminables instantes, no es posible una descripción minuciosa de una atmósfera así, solo es posible la experimentación. Por ello, observar la ciudad solo puede ser una percepción, la comprensión profunda y analítica de una emoción.
![Foto: Nuria Prieto](https://s1.elespanol.com/2025/01/18/actualidad/917418599_252438204_854x640.jpg)
Foto: Nuria Prieto
La lengua es el pensamiento mismo
La arquitectura de la ciudad genera pequeños instantes que, de manera estática, pueden estudiarse como diminutas piezas que componen la percepción de un lugar. Especialmente cuando alguno de ellos está guiado por una voluntad directa de cambio. Hay obras que marcan la diferencia por alguna razón, y ese matiz, es el que provoca una vibración diferente en la percepción de un espacio urbano cotidiano. La estética, como mecanismo de pensamiento que es capaz de articular la pulsión de momento social y cultural creando argumentos para una materialización artística, transforma el lenguaje de la arquitectura, la pintura, la música y todas las formas de expresión del ser humano. El salto de un lenguaje puede causar sorpresa, pero como resultado de un razonamiento estético, en palabras de Josep Pla, “el lenguaje ha de ser matemático, geométrico, escultórico. La idea ha de encajar exactamente en la frase, tan exactamente que no pueda quitarse nada de la frase sin quitar eso mismo de la idea”. Así el lenguaje de cualquier disciplina expresiva o cultura está formado por palabras precisas que buscan una percepción específica. El lenguaje arquitectónico cumple la premisa enunciada por Miguel de Unamuno, y que “la lengua no es la envoltura del pensamiento, sino el pensamiento mismo”.
En A Coruña, la arquitectura de la galería se enmarca en imagen de la ciudad como una tipología vernácula, pero también lo son el modernismo y el racionalismo. Si bien las dos últimas se pueden encontrar como imagen identitaria de otras ciudades europeas. La transición entre los diferentes estilos no se produce de forma instantánea, sino que existe una convivencia entre ellos, que fundamenta la investigación e impulsa el desarrollo de nuevos lenguajes compositivos. Pero este proceso no es solo una acción basada en la corriente estética, sino también en los parámetros urbanos diseñados por el planeamiento que regula la extensión de los diferentes lenguajes. El ensanche coruñés donde el modernismo y las galerías conviven como lenguajes habituales, junto al eclecticismo, es un buen lugar para observar con detenimiento estas transformaciones y cómo la ciudad cambia poco a poco.
El número 7 de Padre Feijóo
En el número 7 de la calle Padre Feijóo se encuentra una magnífica obra de Ricardo Boan y Callejas, que fue proyectado y construido entre 1909 y 1913. La obra se inserta dentro de una manzana del ensanche que se planteó inicialmente como el canon morfológico y tipológico de este proyecto urbano, al igual que la formada por las calles Padre Feijóo, calle Picavia, plaza de Lugo y plaza de Ourense que se conserva tal y como se diseñó salvo por el edificio que da hacia la plaza de Ourense. Si bien esta manzana ha sido profundamente modificada con obras de factura contemporánea, la obra de Boan y Callejas es la primera de este conjunto que no responde al lenguaje tradicional de la galería. Pero no es un caso singular ya que la primera obra del ensanche proyectado por Juan de Ciórraga, fue obra de Faustino Domínguez y Coumes-Gay (1845-1900) quien proyecta y construye el edificio de la Unión y el Fénix en estilo beaux arts (manierismo integrado en el eclecticismo). En aquel momento, Ciórraga quien era arquitecto municipal, dijo de la obra de Domínguez que era una “feliz imitación de las modernas edificaciones de París”. Conceptualmente, el ensanche se edificaría siguiendo un modelo similar al de actuaciones urbanas como la de la plaza de María Pita, es decir, adaptando el lenguaje arquitectónico vernáculo construido por la propia ordenanza que reinterpreta, organiza y dimensiona los elementos del lenguaje arquitectónico vernáculo real de la ciudad.
![Foto: Nuria Prieto](https://s1.elespanol.com/2025/01/18/actualidad/917418600_252438249_1706x2273.jpg)
Foto: Nuria Prieto
En esta obra, Boan y Callejas, quien luego se convertiría en uno de los más notables autores del modernismo coruñés, en lugar de amoldarse a la tipología propia del ensanche que puede observarse en el edificio adyacente o en cualquiera de las obras de la manzana delantera, decide renovar el lenguaje sin dejar atrás la morfología volumétrica de la galería. En una mirada comparativa con el edificio situado a su izquierda, se puede observar que la planta baja mantiene la misma altura. Las siguientes plantas siguen la misma altura de forjados, y adapta una solución volumétrica similar, en la que la mitad de la fachada se proyecta al exterior con proporciones similares a la galería. El arquitecto decide modular la relación entre el volumen saliente (equivalente a la galería) y el lienzo de base como si fuese una fachada de cuatro huecos por planta, cuando en realidad lo es de tres, por lo que prescinde de uno de los volúmenes salientes extremos rompiendo la simetría. De hecho, la parte derecha de la fachada presenta una composición muy alejada de la tipología de la galería, resaltando la horizontalidad mediante balcones y cornisas a diferencia de la verticalidad de la combinación de galerías. Partiendo de este esquema, Boan y Callejas trabajaría la composición de la fachada mediante la incorporación de elementos diversos capaces de formar un lenguaje único de carácter ecléctico.
La transformación
El edificio utiliza una materialidad diferente a la de las arquitecturas tradicionales, con hormigón y revocos, eludiendo la madera que se reserva solo para las carpinterías. La maleabilidad del hormigón permite incluir una profusa decoración, así como moldear formas complejas con curvas y pequeñas cornisas que serían mucho más costosos de obtener con medios más tradicionales como la cantería. Las dos primeras plantas son similares entre sí, incluyendo balcón y terraza doble, los cuales se enmarcan mediante el trabajo con las balaustradas y los dinteles de los huecos. Estos se adornan con borlas y elementos vegetales que parecen descolgarse de la rigidez formal de los elementos constructivos como dinteles o cornisas. Para destacar esta ornamentación, la base compositiva se marca mediante una superficie plana con juntas horizontales simuladas, que imitan a un muro de sillería.
Los detalles decorativos son muy ricos, y anticipan una mirada modernista, buscan acompañar una descripción estructural de la composición esquelética de la fachada. El embellecimiento “explicativo” de la morfología de la fachada produce un aligeramiento perceptivo por el efecto claro y sencillo en la interpretación de los elementos ornamentales. Destaca especialmente la coronación del volumen saliente en la segunda planta, ya que esta diferencia se aprovecha para crear un balcón en la tercera planta. La singularización de este punto se refuerza mediante la incorporación de una decoración más profusa en la que se descuelgan guirnaldas en forma de medallón a cada lado, y se replica la ornamentación de los balcones de forja con mortero. La parte superior del hueco de este balcón se decora de forma similar al resto de huecos del conjunto, pero se le añade en la parte superior un remate en el que se indica su fecha de construcción: 1913. La planta superior de remate es más sobria, al igual que en el edificio vecino.
![Foto: Nuria Prieto](https://s1.elespanol.com/2025/01/18/actualidad/917418601_252438266_855x1140.jpg)
Foto: Nuria Prieto
![Foto: Nuria Prieto](https://s1.elespanol.com/2025/01/18/actualidad/917418602_252438295_855x1140.jpg)
Foto: Nuria Prieto
Los sistemas constructivos de menor escala como carpinterías y defensas se resuelven con madera y forja respectivamente. Destacan especialmente las puertas de acceso al edificio, de madera con defensas que incluyen motivos florales muy cuidados. Las cornisas, así como las ménsulas se revisten también de motivos vegetales y algún gesto clásico similar a las metopas de los templos griegos. El detalle ornamental está muy cuidado y abarca un amplio rango de escalas, dotándolo de un mayor realismo. Estos gestos crean una obra nueva, en la que se puede contemplar una transformación lingüística directa entre la arquitectura vernácula y las aspiraciones de aquello que vendrá anticipando el futuro.
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Foto: Nuria Prieto
Cambiar
Contemplar la ciudad y dejar que la reflexión aparezca de manera espontánea es un acto placentero. A partir de él se construye un criterio o un pensamiento a través del cual crear nuevas obras con las que moldear las nuevas transformaciones. La ciudad muta poco a poco a través de sus edificios cambiando su estética. Pero en esta contemplación también hay un engaño, porque la ciudad también cambia a quien la contempla.
“El arte no cambia nada, el arte de cambia a ti” David Lynch
La ciudad se transforma, pero en realidad no cambia nada, sino que lo hacen sus habitantes. Caminar por una ciudad permite conocer su biografía, aunque sea tan extensa que este paseo solo se puede hacer de manera fragmentada. La arquitectura de la ciudad es capaz de cambiar a las personas, porque su atmósfera dibuja pensamientos.