Parte superior de la Casa Ameixeiras

Parte superior de la Casa Ameixeiras Nuria Prieto

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La Casa Ameixeiras de A Coruña: Experimentando con el eclecticismo

La casa Ameixeiras obra de Eduardo Rodríguez-Losada, fue construida al mismo tiempo que el Edificio Escariz, ambos en esquinas próximas de la misma manzana. Ejemplos notables del eclecticismo coruñés, ambas obras constituyen una mirada paralela y un ejercicio de comparación dentro de la obra de este arquitecto.

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La belleza suele asociarse con el bien moral. Henry Allison consideraba que existía una correspondencia o  isomorfismo en términos ‘wittgensteinianos’ entre belleza y moral en términos de reflexión crítica que muestra una vertiente de integración social. Allison afirmaba que “lo bello es el símbolo del bien moral; y que solo bajo esta consideración gusta con una pretensión a la adhesión de todos los demás, donde el ánimo se hace al mismo tiempo consciente de un cierto ennoblecimiento y elevación sobre la mera receptividad de un placer por medio de las impresiones de los sentidos, y también aprecia el valor de otros según una máxima similar de su facultad de juzgar” (A Reading of the Critique of Aesthetic Judgment, 2001). Pero quizás solo sea un engaño elegantemente formulado. 

La relación entre belleza y moral puede comprenderse como un binomio de conceptos que en realidad son maleables y que responden a miradas cruzadas desde diferentes ópticas. La asociación directa es un juicio estético natural al comportamiento humano que comprende ciertas formas amables como buenas, frente a otras agresivas como negativas. En el ejercicio sinestésico kiki-bouba, se produce una asociación similar en la que ética aparte, la forma y el sonido crean una correspondencia que se percibe como correcta.

“Si matas una cucaracha, eres bueno. Si matas una hermosa mariposa, eres malo. La moral tiene criterios estéticos”. Friedrich Nietzsche

Y es que quizás no sea la belleza un determinante moral, pero sí influye sobre el criterio estético del ser humano de forma natural. La construcción de un criterio estético colectivo se ve reforzado a través de las percepciones directas consustanciales a una lógica basada en la experiencia. La observación de formas genera una descripción emocional que, al expresarse crea un conjunto de afirmaciones que construyen un criterio. Poco a poco, el criterio comienza a compartirse hasta crear una narrativa en torno a un lenguaje estético. 

Estética y moral

La estética aplicada a la arquitectura define también un aura moral en torno al lenguaje elegido. La envolvente de un edificio resultante o no de la conjunción con el resto de los conceptos que definen la obra (estructura, morfología, función) crea una lectura perceptiva de la misma determinada por su imagen. Así, algunas obras de estilo fundamentados en lenguajes percibidos como “hermosos” son consideradas buenas, porque la pátina ética que rodea a la belleza genera una lectura moral involuntaria. El modernismo, el neoclasicismo o el barroco son estilos que utilizan un lenguaje de percepción agradable, resulta ser ‘bonito’. La estética que se construye en torno a un edificio crea una narrativa que se colectiviza definiendo un relato social. 

“La ciudad, en sí misma, hay que confesarlo, es fea. Su aspecto es tranquilo y se necesita cierto tiempo para percibir lo que la hace diferente de otras ciudades comerciales de cualquier latitud. ¿Cómo sugerir, por ejemplo, una ciudad sin palomas, sin árboles y sin jardines, donde no puede haber aleteos ni susurros de hojas, un lugar neutro, en una palabra? El cambio de las estaciones sólo se puede notar en el cielo. La primavera se anuncia únicamente por la calidad del aire o por los cestos de flores que traen a vender los muchachos de los alrededores; una primavera que venden en los mercados. Durante el verano el sol abrasa las casas resecas y cubre los muros con una ceniza gris; se llega a no poder vivir más que a la sombra de las persianas cerradas. En otoño, en cambio, un diluvio de barro. Los días buenos sólo llegan en el invierno”. Albert Camus: La peste. 

Foto: Nuria Prieto

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Los estilos ricos en ornamentación fácilmente reconocible son aceptados popularmente, sus códigos formales resultan fácilmente comprensibles, por lo que el proceso de interpretación del conjunto sucede de una forma más rápida. Los estilos limpios de ornamentación o de estética apoyada en términos compositivos alejados del formalismo o la figuración se fundamentan en códigos lingüísticos más complejos por lo que su comprensión resulta más lenta y crítica. Desde una mirada ética, los ornamentos comprensibles generan una opinión directa, mientras que aquellos más codificados suelen crear pensamientos ambiguos. Esta ética responde al criterio adquirido mediante el aprendizaje personal y social como describía la escritora George Eliot (Mary Ann Evans): “No hay tranquilidad como la que sentimos en los escenarios donde hemos nacido, donde empezamos a querer los objetos antes de conocer el trabajo de elección, y donde el mundo exterior parecía sólo una extensión de nuestra personalidad”. Hay lenguajes que desde siempre fueron fáciles de comprender, casi de manera intuitiva. 

Foto: Nuria Prieto

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La Casa Ameixeiras

La casa Ameixeiras (edificio situado en el número 4 de la calle Teresa Herrera, en su esquina con la calle Betanzos), es una obra del arquitecto Eduardo Rodríguez-Losada Rebellón (1886-1973). Construido en 1929, es una de las muchas obras que Rodríguez-Losada proyectó y construyó en el ensanche coruñés en el primer cuarto del siglo XX. Su obra se caracteriza por el uso de un lenguaje ornamental ecléctico que sigue una jerarquía compositiva clásica y tradicional. La peculiaridad de este edificio es que se ejecuta al tiempo que el Edificio Escariz (1925-1930) también obra de Rodríguez-Losada y situado dentro de la misma manzana describiendo una morfología casi idéntica, por lo que en una mirada con cierta perspectiva puede comprenderse como una acción pretendidamente global sobre toda la manzana. El paralelismo entre ambas obras es evidente a pesar de una ligera diferencia de escala. El edificio Escariz, con fachada a la plaza de Pontevedra, cuenta con cinco plantas, bajo y ático, mientras que la casa Ameixeiras cuenta con cuatro plantas y bajo. La definición volumétrica es muy similar, estableciendo una esquina en curva a partir de la cual se extienden las fachadas a cada una de las calles. Cada fachada se trata de manera diferente y, aunque define una lógica compositiva global para el edificio, la estructura formal de la fachada se adapta al contexto de la calle, de tal manera que cada una de ellas se puede entender como una imagen autónoma. 

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto Nuria Prieto

La esquina del edificio es el rasgo más reconocible, con un trazado en curva propio del modernismo, aunque en ese caso se acentúe más la condición de rotonda mediante el refuerzo de los trazos a través de cornisas, líneas de imposta y molduras. A esta estructura curva se la dota de un esqueleto aparente mediante la disposición de elementos verticales como columnas exentas o impostadas dibujando los ‘nervios’. El remate superior sobre el elemento cilíndrico se concibe como una composición ornamental donde la profusión de elementos decorativos se multiplica, provocando la percepción de ramificación de dichos nervios hasta transformarse en ornamento. 

Las fachadas siguen un patrón similar. La fachada hacia la calle Betanzos de menor frente se organiza mediante un lienzo plano en el que se recortan los huecos y que, cuando alcanza el extremo de la parcela se abulta creando una galería. El plano liso incorpora dos huecos por planta siguiendo una jerarquía compositiva muy rígida: planta baja con balcón, planta primera con huecos idénticos a la primera planta sin balcón y tercera planta de huecos con arco. La última planta actúa como cornisa, por lo que los huecos se disminuyen de tamaño para acomodar más decoración. El volumen de la galería se mantiene morfológicamente igual en todas las plantas salvo la última, de remate sobre la que la cubierta de la galería actúa como balcón. Esta estructura compositiva se aplica en la fachada hacia la calle Teresa Herrera, de mayor frente, trabaja con la misma composición: situando el mismo esquema que la fachada hacia la calle Betanzos también en el extremo de la parcela, y llenando el espacio entre este alzado y la esquina en curva con una disposición en simetría. Esta organización de los elementos en la fachada de mayor longitud permite introducir un elemento central en la última planta, que permite al mismo tiempo definir el eje de simetría de esta, y significar el acceso al edificio. 

Foto: Nuria Prieto

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Ornamento

En términos ornamentales, la composición volumétrica se enriquece o refuerza mediante la incorporación de líneas de imposta, cornisas, columnas importadas, balaustradas, medallones o pináculos. Todos estos elementos forman parte de la imaginería ecléctica manejada por Rodríguez Losada. Desprovisto de ornamentación el edificio seguiría una composición muy sencilla en la que la línea de fachada solo se resaltaría en contacto con las medianeras o en la esquina. La ornamentación ecléctica dota de significado a la envolvente, jerarquizándola desde abajo, para rematar la planta superior con gran profusión. A medida que se asciende, se añade un grado más de ornamentación. Esta forma de componer jerárquicamente la fachada es análoga a la del edificio Escariz, donde este argumento lingüístico se radicaliza y satura. La Casa Ameixeiras puede entenderse como una experimentación del Edificio Escariz, ya que el proyecto y obra del primero tiene lugar durante los trabajos del segundo, que se dilató más en el tiempo. Y es que parece que la experimentación, al menos en términos estéticos y no constructivos, es patrimonio de la arquitectura moderna, pero también la arquitectura de lenguaje tradicional o clásico trabaja en los mismos términos con los elementos propios de su estilo. El clasicismo de la obra reside en su concepción como: zócalo, cuerpo y cornisa, destacando especialmente la cornisa como elemento decorativo de manera global. Las transiciones y significación de cada cuerpo se realizan a través del ornamento. La percepción del edificio es la de un volumen burgués de decoración profusa que, interiormente, aún mantiene una distribución tradicional. Su paralelismo con el edificio Escariz, genera la posibilidad de imaginar una manzana de envolvente homogénea siguiendo un lenguaje propio de principios de siglo que encajaba conceptualmente con el proyecto del primer ensanche coruñés. 

Observar una taza de café

La reflexión sobre la belleza es un pensamiento de arraigo infinito en el ser humano. Quizás porque pensar en la belleza, desde la inevitable perspectiva moral, es pensar en algo bueno. Pero, siempre hay ciertos matices. Jep Gambardella (Toni Servillo en ‘La Gran Belleza’, Sorrentino 2014) reflexionaba sobre ello explicando “a mi edad una mujer bella no es suficiente”.

Foto: Nuria Prieto

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Y es que la condición perecedera de la belleza canónica, así como las mutaciones del canon en sí. obligan a reconstruir una y otra vez el criterio personal y colectivo en torno a su definición. Es entonces, cuando aparece una cierta idea, la que parte no de la imagen sino de ese involuntario sesgo moral, y que establece un concepto de belleza universal, humilde y sensible. Los pequeños destellos de belleza que iluminan de forma sorprendente la monotonía del día a día: el movimiento de la nube humeante sobre una taza de café, la lluvia sobre los cristales o una mano que hojea un libro de forma delicada…y es que, quizás poco a poco construimos un pequeño atlas de la belleza que, con el tiempo, se convierte en esa definición que nunca estará en el diccionario, pero tampoco en las palabras de quien no es capaz de comprender la condición perecedera de los conceptos que nos habitan.