Que la potencia y la variedad gastronómica de Galicia es única en el mundo no es ninguna novedad, pero existen campos todavía por explorar, como es el caso de las uvas. Aunque los vinos gallegos llevan tiempo en la palestra, hay que tener en cuenta que en los últimos años la calidad de los caldos ha mejorado considerablemente. Primero, porque en Galicia tenemos la suerte de contar con una variedad de casi 70 uvas autóctonas; y segundo, porque por fin se le está sacando el provecho que se merecen.
Si buscan a alguien que sepa de vinos en tierras gallegas, seguramente se topen con Alberto Varela, una de las personas detrás de la tienda online wineswards.com, especializada en los vinos de Galicia. “A pesar de tener una variedad enorme de uvas, por ahora solo tenemos 29 autorizadas para utilizar en etiqueta, un total de 16 variedades tintas y 13 variedades blancas”, puntualiza Alberto. Seguro que ya le suenan el nombre de las variedades más famosas, como la uva Albariño, la Godello o la Treixadura por parte de las blancas, o la archiconocida variedad Mencía, propia de Valdeorras, Ribeira Sacra y Monterrei; por parte de las tintas.
Sin embargo, no son solo estas variedades las que se encuentran en las indicaciones geográficas protegidas, ni tampoco son las únicas con un uso autorizado por el Ministerio de Agricultura para ser usadas en vinos. En el caso de las uvas blancas, por ejemplo, nos podemos encontrar con la Branco lexítimo, que se conoce en Barbanza con el nombre de Raposo. Esta uva, cultivada en menor medida que su hermana “mayor” la Albariño, no es un descubrimiento reciente, ya que fue catalogada en el 1914 por Nicolás García de los Salmones, y, sin embargo, su fama y su uso han aumentado en estos últimos años.
Esta historia se repite con otras variedades, conocidas desde hace años, pero que están viviendo ahora una segunda juventud, como la variedad Torrontés (la segunda variedad blanca más elaborada en Ribeiro), la Caiño Blanco (también en Ribeiro, pero en menor proporción), la Dona Branca (elaborada principalmente en Valdeorras), la Agudelo (típica de Betanzos y que coincide con la Chenin Blanc francesa) o la Loureira (la quinta en proporción de cultivo en Ribeiro).
En las variedades tintas la situación no es diferente. Además del Mencía, tenemos excelentes uvas en las variedades Brancellao (la tercera tinta en Ribeiro), Merenzao (de Valdeorras), Sousón (la tinta más plantada en Ribeiro), Ferrón (una de las variedades más difíciles de cultivar), Caíño Tinto (conocida como Borraçal en el norte de Portugal), Espadeiro (especialmente cultivada en las Rías Baixas) y algunas variedades más.
Si a toda esta producción y categorización le añadimos aquellas uvas que todavía no están autorizadas, los números se duplican. Uvas que surgen de mutaciones naturales o que presentan nombres muy curiosos, como la variedad Ratiño, que trabaja la Bodega O Cazapitas, que en el sur de Galicia recibe un nombre aún más descriptivo: Cagarrucho. Y las variedades llegan incluso a las propias concepciones de tintas o blancas, dando lugar, por ejemplo, a la uva Catalana, un híbrido entre los dos tipos, usada en Padrón. Aunque la no autorización de este tipo de uvas limita su etiquetado, no lo hacen así con su uso, que, según Alberto, “está en constante evolución y estudio”.
"Hace unos años éramos unos frikis los que defendíamos estas variedades"
Como comentábamos al principio, no es solo que la variedad de uvas en Galicia sea considerable, sino que su presencia comienza a ser valorada en los círculos de alta cocina, intentando quitarse los prejuicios de años atrás. “El principal problema de Galicia ha sido rechazar años atrás a las variedades autóctonas por otras foráneas, como la uva Palomino, que daba mucha producción y no enfermaban tanto”, explica Alberto. La situación actual, sin embargo, ha cambiado: “En cuatro años la evolución ha sido sorprendente. Hace unos años éramos unos frikis los que defendíamos estas variedades. Ahora puedes ir a cualquier lado a hablar de vinos gallegos y lo comprenden y respetan”. Aunque el panorama es prometedor, estos cultivos de uvas autóctonas aún tienen que enfrentarse a ciertas complicaciones, como la falta de conocimiento entre el público general y su escaso número de explotaciones dedicadas.
“Es complicado adaptar a los clientes a las variedades gallegas, ya que tienen el paladar acostumbrado a gustos mucho más maderizados, redondos y maduros, propios de un Rioja. Aquí nuestros vinos son más atlánticos, más frescos y con mayor acidez”, aclara el sumiller. Sin embargo, el creciente aprecio de los vinos gallegos ha hecho que su cuidado y producción sea mejor, aumentando su calidad, y acabando con el mantra de que “los vinos gallegos se tienen que beber en su año”. Alberto celebra la aparición de nuevos enólogos, que en su opinión “lo están haciendo muy bien” y que sitúan los mostos gallegos como un producto a tener en cuenta, a pesar de que sus uvas requieren “mucha atención” y “cuidados especiales”.
Además, gracias a estos nuevos conocimientos respecto al cuidado, el envejecimiento y el uso de barricas en los vinos gallegos, el precio de los mismos ha aumentado: “Ahora pagar 20 euros por un vino gallego no es algo raro”, nos cuenta Alberto. Los productores han de hacer esfuerzos con estas variedades autóctonas, la mayoría de explotación minoritaria, pero que pueden ayudar a lidiar con nuevos escenarios. “El cambio climático ha hecho que nuevas variedades que hasta ahora no contaban tengan mucha importancia, por ejemplo, la Godello o la Treixadura, que se van muy rápidamente de grado y maduran mucho, por lo que necesitan añadirle Albariño o Branco Lexítimo a la mezcla para que no se vayan de azúcar o de grado, lo que aumentaría su nivel alcohólico”, apunta Alberto.
Ahora que parece que los vinos gallegos comienzan a colarse en nuestras comidas y cenas, con una mayor consideración y relevancia por parte de toda su cadena productiva y de los más prestigiosos críticos, qué mejor que brindar por un futuro con más y mejor vino gallego. ¡Será por uvas!