El 17 de diciembre de 1903 se producía en Carolina del Norte el primer vuelo a motor, controlado y sostenido, de un avión más pesado que el aire, aproximadamente a las 10:35 de la mañana. El vuelo duró 12 segundos, llegó a los 37 metros de longitud y sus autores fueron los célebres hermanos Wright. Desde ese día, el hombre se embarcó en una competición por volar más alto, más rápido y durante más tiempo. Pero la tecnología limitaba las expectativas del ser humano.
Había que repostar muy a menudo y los vuelos transoceánicos eran ciencia-ficción. Por este motivo, alguien intentó encontrar una solución para unir Estados Unidos y Europa en una ruta intercontinental, que permitiera a los aviones reabastecerse de combustible en medio del Atlántico. Esta es la historia de una disparatada idea que pretendía unir Estados Unidos con Europa, convirtiendo a Galicia en el aeropuerto que distribuiría todos los vuelos desde y hacia Norteamérica.
Tras el vuelo de los hermanos Wright, la tecnología aeronáutica avanzaba de manera exponencial, pero había una limitación técnica que, durante el primer cuarto del Siglo XX, los aviones no podían superar: ningún avión comercial era capaz de volar más de 800 Kilómetros sin repostar.
Pero ya sabemos que el ser humano es un gran solucionador de problemas y, en esta ocasión, a alguien se le ocurrió una idea: ¿genial? ¿disparatada?… Si queríamos cruzar el Oceáno Atlántico para comunicar América y Europa, qué mejor que colocar aeropuertos flotantes a lo largo de la ruta para poder reabastecer a los aviones…
El ingenioso autor de esta idea se llamaba Edward Robert Armstrong, y era un canadiense afincado en Estados Unidos que llevaba dándole vueltas a este asunto desde 1913 hasta que se le ocurrió que se podía crear una ruta Nueva York-Vigo, con ocho plataformas, o aeropuertos flotantes, cada 560 kilómetros, que permitieran reabastecerse a los vuelos intercontinentales.
Los aeropuertos flotantes, bautizados como “seadromes” por Armstrong, medían 375 metros de largo por 90 de ancho, flotarían 20 metros por encima del mar para evitar el oleaje del Atlántico sobre unos pilares de 30 metros de profundidad, anclados al fondo por pesos de más de 1000 toneladas. En los seadromes habría hoteles, restaurantes, hospital, tiendas y todas las comodidades necesarias para que los pasajeros descansaran mientras hacían escala del vuelo Nueva York-Vigo, cuya duración se estimaba en unas 30 horas. Su idea contemplaba que cada hora saliera un avión entre las dos ciudades.
En 1924, Armstrong construye su primer seadrome en miniatura, y graba un vídeo en un estanque en el que un ventilador genera olas de 12 metros a escala. En el vídeo, el aeropuerto se mantenía estable e impasible ante las olas simuladas.
Durante varios años se dedicó a enseñar el vídeo a inversores privados y funcionarios públicos hasta que, en 1926, la Armstrong Seadrome Development Company, conseguía la aprobación y fondos del Gobierno de los EE.UU. y de inversores como General Motors o DuPont, y con ello obtenía el compromiso necesario para la construcción de las ocho plataformas.
El 27 de octubre de 1929, el proyecto de Armstrong salía en portada de The New York Times. Pero al día siguiente, el 28 de octubre se produce El Crac del 29, la más devastadora caída del mercado de valores en la historia de la Bolsa en Estados Unidos, que dio lugar a la Crisis de 1929 también conocida como La Gran Depresión. El proyecto se queda sin financiación y aparcado de manera indefinida.
Armstrong recuperó la esperanza cuando el Presidente Roosevelt implantó el plan de inversiones para recuperar la economía estadounidense, conocido como New Deal. El Gobierno prometió 30 millones de dólares para construir 5 plataformas, en vez de las 8 iniciales, ya que la autonomía de los vuelos había aumentado.
Pero el tiempo pasaba, los seadrome seguían sin construirse y los avances tecnológicos no tenían freno. Charles Lindbergh ya había cruzado el Atlántico sin escalas en su Spirit of St. Louis y la compañía aérea Pan Am, comenzó a ofrecer vuelos trasatlánticos sin escalas en sus hidroaviones. Además, tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, las grandes compañías aéreas aprovecharon la tecnología desarrollada durante la contienda para operar de manera regular entre América y Europa en menos de 18 horas. El sueño de Armstrong se desmoronaba.
Pero siguió sin darse por vencido y durante la Guerra Fría, intentaría dar usos a sus seadromes, creando una red de bases militares para interceptar posibles misiles nucleares de la Unión Soviética. La CIA y el Departamento de Estado le dieron financiación para su desarrollo, pero fallecía en 1955 sin llevarlo a cabo.
Nunca podremos ver una red de aeropuertos flotantes pero la invención de Armstrong no fue en vano, ya que sentó las bases para la tecnología de las plataformas petrolíferas semisumergibles en los años 60.
Así fue como Vigo y Nueva York estuvieron a punto de convertirse en el puente aéreo entre Europa y América, gracias a la “locura” de un ingeniero canadiense que quiso que dos mundos estuvieran más cerca de lo que nunca habían estado. Nunca Galicia estuvo tan cerca de convertirse en el gran Aeropuerto del Mundo.
Historias de la Historia…
Iván Fernández Amil. Storyteller. Experto en Compras y Aprovisionamiento. Procurement Manager.
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