Siglo XVIII. Quedaba aún mucho mundo por descubrir. En aquella época, los héroes no llevaban capa, ni tenían identidades secretas, ni viajaban por el espacio, sino que solían ser gente corriente que viajaba en los más grandes buques de exploración de la historia. Eran navegantes, geógrafos, cartógrafos, científicos, exploradores y aventureros. Uno de estos héroes fue un pescador nacido en el seno de una humilde familia de una pequeña aldea gallega conocida como Corme, en plena Costa da Morte. Este aventurero fue el primer gallego en llegar a Alaska, descubridor de varias islas en el Océano Pacífico y hay quien dice que sus viajes inspiraron al gran James Cook, uno de los mayores exploradores y navegantes de la historia. Este es el apasionante relato de la vida de Francisco Antonio Mourelle de la Rúa, el pescador gallego que llegó a los límites de la Tierra.
Todo comenzaba el 17 de junio de 1750. En Corme, A Coruña, tierra de naufragios y valientes hombres de mar, nacía Francisco Antonio Mourelle de la Rúa. Su vocación marinera no tardó en aflorar y con 13 años ingresa en la Academia de Pilotos de Ferrol. Si conseguía acabar sus estudios en este centro, podría embarcar en los grandes buques de la flota real, su mayor deseo, aunque solo podría hacerlo como subalterno.
Había intentado el ingreso en la Real Compañía de Guardiamarinas de Cádiz, en donde se formaban los mejores navegantes de la época, pero la precaria economía de su humilde familia no permitía semejante despilfarro.
Cinco años después, aquel jovencito obtenía el título de piloto, y en 1772 ya surcaba el Atlántico como segundo piloto de la corbeta Dolores, rumbo a Isla Trinidad, en el Mar Caribe.
Pero fue en 1775 cuando llegó su primer destino de importancia. Desde el Puerto de San Blas (Nayarit) en Nueva España, se embarcaba en su primera misión como primer piloto en la expedición hidrográfica y científica de Bruno de Heceta, promovida por el Virrey de Nueva España, Antonio María de Bucareli y Ursúa, para explorar las costas al Norte de Baja California.
La expedición constaba de tres navíos que sufrieron desde del azote del escorbuto hasta ataques de los nativos, pero aún así fueron capaces de alcanzar Alaska, a 59º de Latitud Norte, punto al que nunca antes había llegado ningún europeo. Ya estaban haciendo historia y Mourelle la pilotaba.
Durante la expedición, Francisco registraba en su bitácora de abordo todo lo ocurrido durante la misma que, de algún modo que la historia aún no ha podido aclarar, llegó a manos del gran James Cook, y la utilizó en su tercer viaje de exploración, recayendo en él todo el mérito cuando quizá debería de ser compartido con nuestros héroes y Mourelle.
Cuatro años después, el 11 de febrero de 1779, Mourelle se embarcaba en una nueva expedición al Noroeste Americano alcanzando los 60º de Latitud Norte, la más alta jamás alcanzado (o registrada) hasta entonces en el Océano Pacífico. El 17 de Noviembre de 1779, la expedición volvía a San Blas con cartas y descubrimientos cartográficos inéditos.
Como consecuencia de aquellas dos expediciones, cerca de Vancouver y también en Alaska, hay una isla y un archipiélago que llevan su nombre cambiando Mourelle por Maurelle.
En 1780 se embarca rumbo a Manila como segundo de la fragata “Princesa” desde donde se le encomienda la misión de regresar a Nueva España con despachos secretos para el Virrey. Es en este viaje, en septiembre de ese mismo año, cuando atraviesa el Pacífico Sur, en lugar de la ruta habitual, debido a las malas condiciones de navegación en aquella época del año, descubriendo numerosas islas que ningún otro europeo había visitado antes, en la zona de Islas Salomón y Polinesia. Trece meses después de su partida, llegaba a Nueva España con el secreto mensaje.
Como en sus anteriores aventuras, Mourelle registraría un diario de su viaje que algunos historiadores consideran de similar importancia a los diarios de James Cook. Una copia de este diario se encuentra actualmente en la Biblioteca Nacional de Canadá y se sabe que fue utilizado por el célebre Alejandro Malaspina (quien por cierto estuvo preso en el Castillo de San Antón de A Coruña) para organizar uno de los grandes viajes científicos de la Era Ilustrada, la Expedición Malaspina.
Tras su última gesta, pasa los siguientes años recorriendo el sudeste Asiático en misiones comerciales y de reconocimiento hasta que, dos décadas después de comenzar su aventura en ultramar, Francisco vuelve a casa y arriba al Puerto de A Coruña el 1 de Julio de 1793.
Desgraciadamente no tuvo mucho tiempo para descansar, ya que las guerras contra Francia e Inglaterra le obligaron a poner en práctica una faceta mucho más mortífera que la exploración, la militar.
A partir de 1797 ejercería el mando de las lanchas cañoneras del Apostadero de Algeciras, llevando a cabo innumerables acciones de mérito. Uno de los más destacados episodios ocurría en 1799, en el Estrecho de Gibraltar cuando, comandando 14 lanchas cañoneras, Mourelle venció a un convoy inglés fuertemente protegido por un navío de 74 cañones, un bergantín de 18 y tres lanchas cañoneras, hundiendo varios de ellos y haciéndose con su botín y con 140 prisioneros ingleses.
Su reputación seguiría creciendo al igual que sus títulos y grados en la Armada hasta que el 24 de Mayo de 1820, Francisco Antonio Mourelle de la Rúa, explorador, cartógrafo, descubridor, soldado y comandante de la Armada Española, fallecía en la ciudad de Cádiz.
Tenía 70 años de edad y dejaba tras de sí algunas de las más grandes hazañas marítimas de nuestra historia.
Es por eso que los restos mortales de un humilde pescador de Corme reposan en el Panteón de Marinos Ilustres de Cádiz recordando al mundo que cada uno crea su propia historia, que cada uno se hace a sí mismo independientemente de nuestro origen y que, incluso el más humilde, puede inspirar a los más grandes de la historia.
Historias de la Historia…
Iván Fernández Amil. Storyteller. Experto en Compras y Aprovisionamiento. Procurement Manager.
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