Se cree que el pan como lo entendemos en la actualidad surgió en el Antiguo Egipcio, hace unos 4.000 años. Aunque en aquellos tiempos la masa ya se hacía igual que ahora, había un detalle que lo convertía en un alimento completamente distinto: no se fermentaba. Se dice que, como muchos otros grandes descubrimientos de la historia, una casualidad llevó a los egipcios a descubrir que, si la masa fermentaba, se obtenía un exquisito pan más jugoso. Cuenta la leyenda que por error o por prisas, una de las masas que habían preparado para la cena se quedó olvidada sin hornear. Al día siguiente, cuando la encontraron y quisieron aprovecharla, vieron que se había vuelto más esponjosa y que había doblado su volumen, así que decidieron cocinarla. Y descubrieron que el sabor y la textura resultante era mucho mejor que si no se dejaba fermentar. De esta manera el pan se convirtió en un alimento esencial a lo largo de la historia del ser humano. A principios del siglo XX, un gallego decidió que, en vez de irse a Cuba a hacer fortuna, la haría en su tierra. Para ello decidió hacerse panadero y crear un imperio, reinando desde la planta panificadora más avanzada de España: Antonio Valcarce García, el Rey del Pan.
Antonio nacía en Ferreira de Pantón, en la provincia de Lugo, en 1888. Era hijo de José María y Caridad, una familia acomodada que era propietaria de tierras en la zona que lo enviaron a estudiar en el seminario. Pero Antonio lo dejó antes de terminar sus estudios, lo que provocó la cólera de su padre. Contó a su familia que tenía intención de irse a Cuba a hacer fortuna y, aunque ellos no estaban de acuerdo con la aventura, le dieron un duro de plata como único apoyo con el que buscarse la vida.
El joven llegaba a Vigo en 1903, pero lo que allí vio le maravilló. Mientras esperaba su barco descubrió que aquella ciudad floreciente, poderosa y en pleno crecimiento, con industrias conserveras, metalúrgicas o astilleros, era un lugar en el que abundaban las oportunidades para prosperar. No necesitaba irse a América, así que decidió quedarse.
Comenzó a trabajar en una panadería en la calle Velázquez Moreno, donde hacía de todo: amasar, repartir, atender a los clientes, cargar harina… Y poco a poco fue adquiriendo los primeros conocimientos de la profesión y descubriendo el mundo del pan. Incluso observaba los gustos de los clientes y se anotaba mentalmente cambios a realizar en las masas para probarlos en el futuro.
En 1914, con toda la experiencia acumulada y los ahorros de toda su vida, decidió convertirse en empresario junto a un socio, y comenzar a fabricar pan, en el barrio de Casablanca, en su propio negocio, al que denominó “La Espiga de Oro”. En poco tiempo su panadería se convirtió en la más grande de Vigo, con más de 1.500 kilos de producción diaria, 30 empleados y dos plantas de elaboración. Y aquí comenzó a realizar sus “experimentos” con distintos ingredientes para encontrar el pan perfecto. Esta sociedad estuvo en funcionamiento hasta 1919.
Y al año siguiente daría inicio su reinado.
En noviembre de 1920, junto a otros cuatro socios, constituía la Compañía Viguesa de Panificación S.A, en la calle México, desde donde comenzó a operar. Con esta empresa Antonio quería fabricar pan en serie, de manera continua y automatizada, para poder producir 50 toneladas de diarias de pan, pero para conseguirlo iba a necesitar las técnicas y la maquinaria más avanzadas del momento. Así que se fue a Francia, Alemania y Bélgica a encontrar esas máquinas con las que soñaba. Y tuvo la gran fortuna de formalizar su compra (tres grandes hornos) en marcos alemanes, justo antes de la histórica depreciación de esta moneda, lo que le permitió traerla casi gratis a Vigo para instalarla en la fábrica que ya estaban levantando en la calle Falperra.
En octubre de 1924 entra en funcionamiento la nueva fábrica, la más moderna y avanzada de España en su momento.
Una planta de 1.400 metros cuadrados, que podía suministrar pan a una ciudad de 150.000 habitantes, que además contaba con gasolinera propia, flota de vehículos de reparto, pozo, talleres de mantenimiento e incluso una central eléctrica.
Además, para garantizar la higiene en sus procesos los suelos eran impermeables, las paredes estaban revestidas de porcelana blanca y los trabajadores (que en su gran mayoría se había traído de su comarca para trabajar con él) disponían de vestuarios con aseos y duchas de agua caliente.
Además, la Panificadora innovaba no solo en sus procesos, sino también en sus productos, revolucionando el mercado con un panecillo individual llamado “japonés” y que era un pan de alta calidad a precio de pan común. Y para darlo a conocer entre todos sus clientes, antes de lanzarlo al mercado, hicieron una agresiva campaña publicitaria en prensa con la que llegaron a crear una gran expectación.
Pero para poder repartir la colosal cifra de 50.000 kilos de pan necesitaban una red de ventas igual de colosal, por lo que la empresa abrió numerosos puntos de venta que no serían los tradicionales puestos de madera con techos de lona plástica, sino lujosos quioscos de diseño, muy atractivos estéticamente, que daban impresión de lujo y que se instalaron por toda la ciudad. Antonio quería incluir también una fábrica de harinas al negocio, así que construyó una en su planta, con cuatro grandes silos que con el tiempo se convertirían en parte integrante del paisaje urbano vigués.
Mientras todo esto ocurría, nuestro protagonista iba adquiriendo más y más participaciones de la empresa, hasta que se convirtió en su máximo accionista.
Y en 1936 llegaba la Guerra Civil y con ella Galicia se situó como uno de los graneros del ejército sublevado. La Panificadora se convirtió en suministradora de los golpistas mediante un acuerdo por el cual el ejército le suministraba harina y la fábrica viguesa cobraba un pequeño importe por cada pieza de pan fabricado. Finalizada la guerra, continuó suministrando a cuarteles, armadores, colegios y otras instituciones oficiales, detentando el monopolio de la comercialización del pan en Vigo.
Y como las cosas le iban bien, Antonio invirtió en multitud de negocios: Vidrios La Florida, Banca Viñas Aranda, la Compañía de Tranvías de Vigo… Como presidente de esta última consiguió sanearla y reorganizó sus servicios pasando de 18 millones de viajeros en 1940 a 32 en 1950. Creó además una empresa para aprovechar los subproductos de la fabricación de pan para elaborar piensos.
Pero durante la década de 1950 se liberalizó el precio y el comercio del pan, provocando que sus beneficios fueran disminuyendo drásticamente. La que una vez había sido la más moderna y extraordinaria fábrica de pan de toda España, se convirtió en obsoleta e improductiva. La Compañía de Tranvías había cerrado, Vidrios La Florida estaba en crisis y todo parecía apuntar a que la aventura empresarial de Antonio llegaba a su fin.
Cuando fallece en enero de 1978, la fábrica de piensos quebró y dos años después lo hacía la Panificadora. La que fuera la empresa panadera más importante de España tuvo que vender la mayor parte de sus activos para hacer frente a las deudas y era cerrada y abandonada en 1981.
La localización de las ruinas de la Panificadora, su tamaño y su imagen han pasado a formar parte del patrimonio industrial de Vigo, una de las partes más reconocidas de su paisaje urbano y que se resiste a morir. Nunca se ha logrado su reconocimiento como Bien de Interés Cultural, ni se ha llegado a acuerdo sobre qué hacer con una extraordinaria parte de nuestra historia desde donde reinó Antonio Valcarce, el Rey del Pan.
Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.
Referencias:
- elespanol.com
- es.wikipedia.org
- lavozdegalicia.es
- vigoe.es
- vigocasisecreto.com
- elprogreso.es
- vigoempresa.com
- farodevigo.es
- entremosnapanificadora.com