El 1 de abril de 1867 se inauguraba la más grandiosa exposición internacional de su época, la Exposición Universal de París. Durante sus siete meses de duración, más de nueve millones de visitantes descubrieron uno de los mejores y más lujosos panes del mundo, el pan de Viena. Su éxito fue tan extraordinario que la panadería vienesa fue declarada durante aquella exposición como “la mejor panadería del mundo”. Seis años más tarde, en 1873, tras otra Exposición Universal, la de Viena, el médico valenciano Ricardo Martí traía a España la receta de aquel maravilloso pan y, junto al industrial Matías Lacasa, fundaban Viena Capellanes, una pequeña tahona que dio trabajo a un pobre, analfabeto y joven gallego que de la nada convirtió aquella panadería emergente en un referente en innovación y calidad. En la actualidad, factura más de 30 millones de euros y da empleo a más de 400 personas. Aquel jovencito se llamaba Manuel Lence Fernández, el lucense que revolucionó la panadería madrileña.
Manuel nacía en una pequeña aldea de Lugo, Santiago de Miranda, en el seno de una humilde familia junto a otros cinco hermanos. La pobreza de su casa le obligó a buscarse la vida con tan solo 14 años y, aunque su ilusión era “hacer las Américas”, no tenía dinero suficiente para el billete, así que decidió irse andando a Madrid a intentar hacer fortuna.
En la capital encontró su primer trabajo en una pequeña panadería donde hacía de recadero y de chico para todo. Toda su vida giraba alrededor de aquella pequeña tahona, en la que incluso dormía sobre unos sacos de harina.
Aquella panadería había sido fundada en 1873 por el industrial afincado Matías Lacasa y por Ricardo Martí, que habían patentado la exclusiva de la fabricación del pan de Viena que este último se había traído a España. Este pan era más fino y sabroso que el que se consumía en la época, por lo que tuvo gran aceptación y muy pronto se convirtió en un pan de lujo solo al alcance de las clases más pudientes.
La panadería se encontraba en el número 2 de la calle Misericordia, haciendo esquina con la de Capellanes, llamada así porque era donde estaba la residencia de los capellanes que asistían a la Casa Real. Los madrileños acudían a comprar pan de Viena a Capellanes y de ahí surgió el nombre que le daría su fama eterna: Viena Capellanes.
Su impulsor, Matías Lacasa, falleció pocos años después de iniciar el negocio, así que su viuda tuvo que recurrir a sus sobrinos, nada más y nada menos que los hermanos Baroja: Pío y Ricardo, por aquel entonces dos jóvenes estudiantes, que llegarían a ser un par de legendarios y consumados artistas.
El joven aprendiz Manuel Lence llamó la atención de los Baroja, ya que comenzó a despuntar por sus habilidades, su responsabilidad y su capacidad de trabajo, así que los hermanos le ayudaron a aprender a leer, a escribir y hacer cuentas. Y poco a poco fueron delegando el trabajo en él hasta que, con tan solo 18 años, le hicieron encargado general del negocio mientras ellos se dedicaban a lo que realmente les gustaba: el arte.
Manuel comenzó la expansión de la compañía tanto en productos como en puntos de venta, pero para poder seguir avanzando necesitaba tener la propiedad del negocio así que, el 24 de octubre de 1916, tras convencer a un grupo de inversores de su capacidad y de las posibilidades de la empresa, se convertía en propietario de Viena Capellanes. Los Baroja dejaban el negocio “por hastío, cansados de lidiar con obreros, proveedores, y con el Ayuntamiento de Madrid”, lo dejaban además en las mejores manos y porque no era lo suyo.
Cuando Manuel se hizo cargo de la compañía se trajo de Galicia a sus cinco hermanos para que le ayudaran, demostrando ser unos auténticos genios empresariales emprendiendo arriesgadas iniciativas como la de subarrendar tiendas en un sistema similar al de las actuales franquicias, abrir los famosos salones de té y el Café Viena (que les permitió codearse con los intelectuales de la época), introducir panes especiales para diabéticos, vender chocolates, café, fiambre o pasteles.
También fueron los primeros en sustituir los carros de mulas por coches y camionetas de combustión, destacando los legendarios autogiros, un vehículo de reparto de pan que llamaba la atención por donde pasaba y que estaba inspirado en la invención de Juan de la Cierva. Estaba tan perfectamente diseñado que, las primeras unidades, al ponerse en movimiento, llegaban a volar, lo que les obligó a deshabilitar el rotor para evitar vuelos no deseados. Uno de aquellos autogiros puede admirarse en la actualidad en el Museo del Aire de Madrid.
En el año 1919 Viena Capellanes ya tenía cinco hornos, seis panaderías y nueve tiendas, contaba con 264 empleados, sus productos se distribuían en coche por todo Madrid y se convirtieron en una de las primeras empresas que contó con la distinción de “Proveedores de la Casa Real”, llegando a fabricar en exclusiva los Chocolates Reina Victoria.
En la década de 1930 contaban con dos fábricas y catorce filiales en las que, como hemos visto, no sólo vendían pan, sino que también proporcionaban servicios de catering, lo que permitió a Manuel que entre sus clientes se encontraran muchos de los grandes hoteles de Madrid como el Ritz, el Palace e incluso el Senado.
Durante esa misma década surgiría uno de los productos más famosos de la empresa: el sándwich. Cuenta la “leyenda” que en una de las tiendas un cliente pidió uno de esos productos, pero en aquella época el sándwich era un completo desconocido. El empleado, que no sabía qué le estaban pidiendo, preguntó al cliente a qué se refería. Con la explicación que le dieron hizo un sándwich a su manera, con un toque español y casero que posiblemente fue el primer modelo de comida rápida en España. Al cliente le encantó, así que probaron a ponerlos a la venta. Su éxito fue tan grande que se implantó en todas las tiendas del grupo.
Durante la Guerra Civil muchos de los establecimientos de Viena Capellanes fueron requisados e incluso destruidos, lo que provocó que en la posguerra la familia Lence tuviera que volver a empezar prácticamente desde cero. La reconstrucción necesitó mucho trabajo y esfuerzo, pero en poco más de diez años, en 1950, se habían recuperado ya del golpe.
Manuel fallecía el 26 de septiembre de 1957 y dejaba Viena Capellanes al frente de su mano derecha, su querido hermano Antonio, que siguió realizando cambios e innovaciones para convertirla en una gran cadena comercial y en una empresa histórica y emblemática de Madrid.
En la actualidad, Viena Capellanes, el legado de aquel lucense analfabeto y pobre de solemnidad sigue siendo dirigida por la familia Lence, factura más de 30 millones de euros, cuenta con 25 locales, 40 córners y más de 400 empleados, además de proporcionar servicio de catering y realizar repartos a domicilio.
Manuel Lence fue un autodidacta, tenía una imaginación desbordante, una visión comercial única y una capacidad de convicción y de liderazgo extraordinarias con las que conseguía motivar e ilusionar a todos los que le rodeaban. Y nunca se olvidó de su tierra. De su bolsillo pagó en 1920 la construcción de las Escuelas de San Antonio en su Miranda natal. Él tuvo que empezar desde la nada y quería que sus vecinos tuvieran lo oportunidad de adquirir las enseñanzas que a él le habían faltado.
Aprovecho para expresar mi más profundo agradecimiento a Antonio Lence Moreno, actual Director General de Viena Capellanes, y a la familia Lence, por la ayuda prestada para la realización de este artículo y, sobre todo, por su extraordinario interés en mantener vivo el legado y la memoria tanto de Manuel como de sus hermanos, unos humildes emprendedores que de la nada levantaron un imperio.
Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.
Referencias:
- elespanol.com/quincemil
- es.wikipedia.org
- bitacoradecora.galiciae.com
- es.paperblog.com
- eleconomista.es
- galegos.galicidigital.com
- vienacapellanes.com
- abc.es
- paradasconhistoria.com
- urbancidades.wordpress.com
- madridvillaycorte.es