El 28 de marzo de 1809 Vigo se convertía en el primer lugar de Europa en expulsar a los ejércitos napoleónicos de una plaza conquistada. Además, desde la ciudad olívica se organizó parte de la ofensiva que expulsaría de Galicia al ejército imperial de Bonaparte, cuya pretensión era la de instalar en el trono español a su hermano. Lo que inicialmente había sido un paseo militar, se transformó para Napoleón en uno de sus mayores infiernos, que absorbía unos recursos que no tenía y que necesitaba en otros lugares de su maltrecho Imperio. En Galicia la población civil se enfrentó a los franceses con todo lo que tenían a mano: rastrillos, arados, palos o cañones de madera. Todo valía para acabar con los invasores y recuperar sus tierras, algo que pusieron en práctica en una de las batallas más extraordinarias de la Guerra de Independencia. Al amanecer del 9 de junio de 1809, las orillas del río Verdugo destilaban un extraño silencio. Las tropas del mariscal de Napoleón, Michelle Ney, habían huido ante la imposibilidad de vencer a aquellos harapientos y desorganizados gallegos. Un ejército curtido en media Europa, al mando de uno de los mejores hombres de Napoleón, huía sin mirar atrás, vencido por cañones de madera en una legendaria batalla que finalizó la ocupación francesa de Galicia: Ponte Sampaio.

Según el Tratado de Fontainebleau, el primer ministro Manuel Godoy autorizaba el paso del ejército imperial de Napoleón por España, además de dar apoyo logístico a la invasión hispanofrancesa de Portugal. Bajo el mando del general Junot, las tropas francesas entraron en España el 18 de octubre de 1807, cruzando todo su territorio y llegando a la frontera con Portugal el 20 de noviembre. 

Sin embargo, los planes de Napoleón iban más allá, y sus tropas fueron tomando posiciones en importantes ciudades y plazas fuertes con objeto de derrocar a la dinastía de los Borbones y suplantarla por su propia dinastía, convencido de contar con el apoyo popular. Napoleón quería convertir a España en parte de su imperio.

Los británicos, temerosos del poder que el Emperador podía obtener si se hacía con la Península Ibérica al completo, decidieron intervenir en auxilio de españoles y portugueses, con un gran ejército al mando del Duque de Wellington y el general Sir John Moore que logró llegar hasta Lisboa, desde donde pretendían lanzar sus ataques contra los franceses.

Sin embargo, Napoleón no podía permitirlo, por lo que decidió enviar a la Península un gran cuerpo formado por ocho ejércitos al mando de sus mejores mariscales y comandados por él mismo en persona, que vencieron cómodamente a los poco preparados y confundidos ejércitos españoles y comenzaron la búsqueda de los ingleses, a los que sabían que podían vencer con relativa facilidad.

En 1808, Moore llegaba a Salamanca desde Portugal con las tropas inglesas: 25.000 hombres de infantería, 2.450 de caballería, 1.297 artilleros y 66 cañones. Allí esperaba la llegada de refuerzos del ejército español, algo que nunca llegó a ocurrir. Escribiría en su diario: “No hay ningún ejército español. Tal y como están las cosas, no tenemos nada que hacer aquí, pero no debemos abandonar a los españoles sin haber luchado antes”.

Pero Moore sabía que no podía vencer debido a su inferioridad numérica, así que decidió replegarse a A Coruña, el puerto más cercano en el que poder embarcar sus tropas, donde decidió plantar cara a los franceses para proteger la evacuación en una batalla en la que moriría como un héroe y que se convertiría en legendaria: Elviña, un lugar donde los británicos salvaron a miles de los hombres que regresarían convertidos en la espina dorsal del ejército que expulsaría a Napoleón de España.

La conquista de Galicia fue un paseo militar para los franceses, que contaban con un ejército de 45.000 hombres frente a los 9.000 del español que en su mayor parte estaban heridos, desarmados y mal equipados. En 20 días del mes de enero de 1809 toda Galicia fue ocupada, pero en marzo, un nuevo espíritu patriótico invadió a los gallegos, que se lanzaron a la reconquista.

Sin el apoyo del mariscal Jean-de-Dieu Soult, que se había lanzado a la conquista de Portugal, las tropas francesas se vieron superadas por improvisados soldados pertrechados con palas, azadas o cuchillos, que no mostraron piedad frente al invasor. Hubo una noche en la que Napoleón perdió 200 soldados en las inmediaciones de Betanzos, que aún siguen desaparecidos.

El mariscal Michele Ney decidió plantar cara y acabar de una vez por todas con la rebelión y partió para atacar a aquellos molestos gallegos y sofocar sus ansias de libertad, espoleadas por la victoria sin precedentes de los vigueses, que habían conseguido recuperar por primera vez una plaza ocupada por las fuerzas de Napoleón.

Los oficiales españoles, alertados de que los franceses iban en su busca, decidieron establecer su defensa a pocos minutos de Pontevedra, en el río Verdugo, una posición que parecía inexpugnable, ya que solo se podía atravesar por dos puentes: el de Sampaio (que había sido volado) y el de Caldelas (a 12 kilómetros del primero).

El improvisado ejército conocido como “División del Miño” tenía 6.000 soldados con armas de fuego, unos 3.000 sin ellas, 120 caballos, 9 cañones de campaña, 2 fabulosos cañones navales y unas cuantas lanchas cañoneras, además de varios centenares de vecinos organizados por alcaldes, curas y terratenientes. Los franceses contaban con 8.000 infantes perfectamente equipados y curtidos por media Europa, 1.200 jinetes de caballería de élite y cañones más que suficientes para barrer toda la orilla.

El 7 de junio de 1809, los españoles ocuparon sus posiciones a lo largo de la orilla del río y 200 vecinos fueron enviados a Pontecaldelas para evitar que los galos tuvieran la tentación de cruzarlo y atacar su retaguardia.

Justo en el centro de la orilla, se encontraban los dos grandes cañones navales y el resto se distribuyeron a lo largo de la línea apuntando a la orilla contraria. Pero sabían que no eran suficientes, así que los vecinos se habían puesto a trabajar unos extraordinarios cañones de madera: los “cañones de pau”.

Estos cañones estaban construidos de una manera realmente ingeniosa con un tronco de roble, la madera más dura que había en la zona, y con un diámetro entre 8 y 20 centímetros, que se vaciaban y rodeaban con anillas o abrazaderas de hierro para aumentar su resistencia. Como estaban construidos de una sola pieza se cargaban por la boca y no resistían demasiados disparos. Se alimentaban con pólvora de particulares o robada a los franceses y cuanta metralla pudiese alojarse en su interior.

Aunque estos cañones eran rudimentarios, su empleo en la batalla convirtió Ponte Sampaio en un infierno para los galos.

Pasadas las nueve de la mañana aparecen los franceses en la orilla contraria y varios oficiales son enviados, junto a medio centenar de soldados, a estudiar si el puente puede ser reparado. Fueron acribillados por los cañones y los disparos la infantería española, dando inicio a la batalla de Ponte Sampaio.

Las hostilidades comenzaron con un duelo artillero entre ambas orillas que causó numerosas bajas y del que Ney se veía claramente ganador, debido a su superioridad tanto técnica como numérica, frente a aquellos desarrapados que hasta hacía unas semanas se ocupaban de sus vacas, sus prados y sus gallinas.

Pero no se avanzaba, así que el francés mandó a varias unidades sobre el flanco derecho del río para que lo atravesaran por su parte más estrecha, pero aquellos desarrapados a los que despreciaba, llenaron de plomo español y de sangre gala el Verdugo.

Ney, sabedor de que tenía que replantearse su ataque, y con la llegada de la noche, ordenó a sus tropas que se retiraran al campamento.

Al alba del día 8, Ney ya tenía nuevo plan. Mientras sus exploradores buscaban pasos por los que atravesar el río, intentaría atravesarlo por Pontecaldelas. Para ello envió a 1.500 soldados para hacerse con el control del puente, algo que no consiguieron, gracias a la defensa de los vecinos junto a sus rudimentarios cañones de madera. 

Así que, viendo que sería imposible cruzar el río, Ney decide retirarse. 

El día 9, al amanecer, los gallegos perciben silencio al otro lado del río, por lo que envían exploradores que certifican que los galos han huido, llenando las orillas de gritos de alegría por la noticia de que habían puesto en fuga al mismísimo Duque de Elchingen, que había sido visto por los espías españoles abandonando la comunidad en dirección a Castilla.

Galicia había sido liberada.

La Batalla de Elviña, la Reconquista de Vigo, la de Ponte Sampaio y otras muchas batallas y escaramuzas llevadas a cabo tanto en Galicia como en el Norte de Portugal revelaron al mundo una extraordinaria lección: el ejército francés no era invencible cuando se enfrentaba a un país en armas y dispuesto a morir. Todas estas acciones, llevadas a cabo en el primer semestre de 1809, expulsaron de España en solo cinco meses a los mariscales Soult y Ney para no volver jamás.

Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.

Referencias:

• TETTAMANCY GASTÓN, F. Britanos y Galos. Páginas de la Guerra de la Independencia 1808 -1809. Publicaciones Arenas, 2018
• es.wikipedia.org
• lavozdegalicia.es
• britishbattles.com
• farodevigo.es
• turismocoruna.com
• maruxainaysumochila.com
• agorafs.com
• laopinioncoruna.es
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• megaconstrucciones.net
• guiasdegalicia.com
• royalgreenjackets.blogspot.com
• belaguaediciones.com
• lugaresconhistoria.com
• elidealgallego.com
• juanluna.wordpress.com

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