El Reino de Galicia es uno de los primeros reinos de Europa y el más antiguo de toda Europa occidental, un estado creado nada más y nada menos que por un emperador romano. Durante el siglo V, Roma estaba en plena decadencia, lo que permitió a un pueblo germánico, los suevos, su entrada en la Península Ibérica, donde llegaron a la provincia romana de Gallaecia. Habían llegado a Finisterrae, el Fin del Mundo. Ante la caída del imperio y el repliegue de las legiones más alejadas de Roma, al emperador Honorio tan sólo le quedaba una opción: pactar con los bárbaros para intentar mantener el orden en sus provincias. Por eso llegó a un acuerdo con los invasores para constituir el Reino Suevo de Galicia y que Hermerico tomase el título de primer rey de este nuevo estado. Con el tiempo, la corona gallega pasó por manos de los visigodos, que se proclamaban reyes de Galicia, Hispania y la Galia, hasta que pasó a depender del reino de León, posteriormente de la corona de Castilla y finalmente de la Monarquía Hispánica. La denominación histórica de Reino de Galicia fue conservada durante siglos hasta ser sustituida oficialmente en 1833, aunque sigue siendo empleada con fines honoríficos y protocolarios. Sería en este legendario reino donde nacería uno de los reyes más prestigiosos, poderosos e influyentes de la historia hispánica: Alfonso VII El Emperador, Rey de Galicia, de Castilla y de León.
Una vez que los romanos tuvieron totalmente controlada la Gallaecia, en tiempos del emperador Augusto, su primera misión fue la de vertebrar el territorio empleando las calzadas romanas. Para la construcción de la más importante, la llamada vía XIX, que unía Braga, Lugo y Astorga, decidieron instalar un punto de partida y fonda para dar servicios y hospedaje a los que transitaban por ella en un paso estratégico del río Umia, al que llamaron Aquis Celenis.
Aquis Celenis llegó a ser un núcleo de suficiente importancia como para que en él se instalase un destacamento de la Legión X Gemina, con el fin de mantener la seguridad y el orden en aquel lugar que, con el tiempo, fue creciendo hasta llegar a convertirse en sede episcopal mientras su nombre fue evolucionando hasta convertirse en Caldas de Reis. ¿El motivo? El nacimiento en sus muros de Alfonso Raimúndez, futuro Alfonso VII, Rey de Galicia, de Castilla y de León.
En el siglo XII, la reina Urraca y su marido, Raimundo de Borgoña, poseían un palacio residencial a orillas del río Bermaña, en plena villa de Caldas, en donde nacería su hijo Alfonso, en marzo del año 1105. En Galicia, pasaba junto a su madre largas temporadas mientras era educado bajo la protección del Pedro Froilaz, conde de Traba, hasta los diez años.
A la muerte de su padre, su abuelo, el rey Alfonso VI le otorgó, conjuntamente con su madre Urraca, el gobierno de Galicia.
Tras la muerte en combate de Sancho, su tío y heredero al trono de León y de Castilla, el siguiente en la línea de sucesión era él. Su madre se había casado en segundas nupcias con Alfonso I el Batallador, rey de Navarra y Aragón, pero la relación entre ellos no solo era mala, sino que algunos nobles temían que el aragonés acabara con la vida del joven para quedarse con el trono, por lo que, en el año 1111, fue coronado en la catedral de Santiago de Compostela como rey de Galicia por el arzobispo Diego Xelmírez con el apoyo del Conde de Traba.
En respuesta a la rebelión de su hijastro, Alfonso el Batallador se dirigió al frente de su ejército hacia Galicia para restablecer el orden, objetivo que cumplió tras vencer a los gallegos en el castillo de Monterroso. La reina Urraca, que había acompañado a su esposo, lo abandonó y volvió a León disgustada. Al mismo tiempo, Astorga se negó a abrir las puertas al Batallador al regreso de la campaña, tras lo cual regresó a Aragón para hacer frente a la amenaza de los almorávides, que se habían adueñado de Zaragoza. Mientras, el papa Pascual II hacía saber su oposición a los esponsales con Urraca, motivo por el cual la reina decidió separarse de él en 1114.
Cuatro años después, el joven Alfonso Raimúndez fue reconocido en Toledo como sucesor de la reina Urraca e incluso fue aceptado por el papa Calixto II. En el año 1124 fue armado caballero en la catedral de Santiago y fue coronado rey tras la muerte de su madre, el 9 de marzo de 1126, en la catedral de León, al día siguiente. Tenía veintiún años de edad.
Fallecida su madre y coronado rey de Galicia, de Castilla y de León, decidió enfrentarse a su ex padrastro, que se había apropiado de algunos territorios de la Castilla oriental, recuperando Burgos y Soria. Apaciguado el reino y neutralizada la amenaza aragonesa, el emperador se embarcó en una exitosa serie de campañas contra los musulmanes almorávides, acudiendo en persona a la defensa de Zaragoza, ciudad en la que irrumpió a lomos de su caballo entre aplausos y vítores.
Por eso, el 26 de mayo del año 1135, Alfonso Raimúndez fue coronado en la catedral de León con el título que ya había empleado su abuelo Alfonso VI: Emperador de Hispania “Imperator totius Hispaniae”, y como tal fue reconocido por los demás reinos cristianos.
El emperador aprovechó las disputas internas de los almorávides para extender hacia el sur las fronteras de su reino, iniciando su actividad reconquistadora en 1139, recorriendo y asolando toda Al-Andalus, llegando a tomar la capital del califato, Córdoba, el 18 de mayo de 1146, donde, acompañado del obispo de Toledo, dio orden de dar misa en la Mezquita mayor de la ciudad. A pesar de todo, Córdoba duró una semana en manos cristianas, ya que estaba demasiado lejos de la frontera para poder conservarla de manera indefinida, por lo que volvió a quedar en manos musulmanas hasta que casi un siglo más tarde llegase Fernando III para su conquista definitiva.
El 17 de octubre de 1147 realizó la que es, probablemente, su mayor conquista a la vez que su mayor derrota, la de Almería. Génova y Pisa, potencias marítimas emergentes en el Mediterráneo, se pusieron en contacto con el emperador para proponerle la toma de esta ciudad, un importante enclave desde el que operaban implacables piratas que trastornaban gravemente sus actividades comerciales. La campaña se inició con la predicación de los obispos de León y Toledo, adquiriendo verdadera condición de cruzada. Tras tres meses de asedio, la ciudad se rindió, quedando bajo el gobierno conjunto de castellanos y genoveses.
Pero los musulmanes volvieron a la carga y, tras una larga campaña para retenerla, Almería fue finalmente tomada de nuevo sin que el auxilio del rey fuese suficiente para resistir. Fue precisamente, durante la retirada hacia Toledo, cuando Alfonso VII fallecía, el 21 de agosto de 1157, en el puerto de Despeñaperros. Dado que trasladar sus restos a la ciudad de Santiago de Compostela, donde había prometido ser enterrado, era imposible debido a la distancia y la época del año, el Emperador fue llevado a Toledo, a la catedral de la ciudad, siendo el primer soberano leonés en ser sepultado allí.
En cambio, su esposa, Berenguela Berenguer, fallecida en el año 1149, sí fue enterrada en la catedral de Santiago de Compostela, donde su sepulcro aún permanece en la capilla de las Reliquias, junto al marido de Urraca, su suegro, Raimundo de Borgoña.
Con la muerte de Alfonso VII, desaparecía la idea imperial, sustituida por la España de los cinco reinos: Portugal, León, Castilla, Navarra y Aragón. Durante su reinado, y junto al arzobispo Diego Xelmírez, Santiago de Compostela tuvo el impulso más decisivo de su historia, consiguiendo que fuese reconocida como sede apostólica y arzobispal, convirtiendo a la ciudad en uno de los tres grandes centros del cristianismo junto a Roma y Jerusalén.
Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.
Referencias:
- es.wikipedia.org
- lavozdegalicia.es
- farodevigo.es
- laopinoncoruna.es
- xacopedia.com
- lavozdecordoba.eldebate.com
- mcnbiografias.com
- diariodeleon.es
- caldasdereis.com
- lafronteradelduero.com
- catedraldesantiago.online