Según la mitología griega, los habitantes de una ciudad pidieron a su primer rey, Cécrope, la tarea de ponerle nombre en honor a la divinidad que más beneficios aportase al territorio. Dos dioses lucharon por conseguir ese privilegio: Poseidón, el dios de los mares, y Atenea, la diosa de la justicia y la sabiduría. Poseidón hizo brotar un manantial de agua salada, mientras Atenea hizo florecer el primer olivo de la historia junto al manantial de Poseidón. Cécrope se posicionó del lado de Atenea, ya que el olivo era una planta capaz de vivir centenares de años, que produce frutos comestibles y sabrosos y del que los hombres podrían extraer jugo de extraordinarias propiedades. Así fue como aquella ciudad recibió el nombre de Atenas. Esta leyenda deja entrever la importancia que ha tenido el olivo a través de la historia de la Humanidad e incluso el poeta Homero, consciente de su valor, llamó al aceite de oliva “oro líquido”, y el Imperio Romano ordenaba en muchas ocasiones a las poblaciones conquistadas el pago de tributos con aceite de oliva. Los romanos fueron vitales para comprender el aceite de oliva actual, puesto que mejoraron los procedimientos de cultivo y transporte y convirtieron a Hispania en la productora del mejor aceite de oliva del mundo y el mejor valorado por su enorme calidad. Entre las regiones que cultivaban el olivo, no solo se encontraba el sur de la península, también una esquinita en el noroeste, a la que los romanos llamaban Gallaecia, hasta que un día los olivos desaparecieron casi en su totalidad de esta región. ¿Por qué? Esto fue lo que realmente ocurrió.
Las referencias históricas al cultivo del olivo en Galicia son prácticamente inexistentes, pero lo que sí sabemos es que este árbol fue introducido en la región por los romanos alrededor del siglo I después de Cristo. En la Gallaecia romana, concretamente en la zona sur de la actual comunidad autónoma de Galicia, en lugares como Quiroga o el Baixo Miño, encontraron un clima idóneo para cultivar la aceituna, un producto que era vital para ellos.
El aceite de oliva se llevaba empleando desde hacía siglos por griegos o fenicios, pero fue en Roma donde su producción se amplió enormemente, popularizando su consumo entre todas las clases sociales, encontrando en Galicia un lugar perfecto para producir aceites de gran calidad.
A pesar de la inexistencia de referencias, sí es posible afirmar la importancia de este cultivo en su momento gracias a la supervivencia de ejemplares centenarios, el descubrimiento de antiguos lagares y molinos de aceite e incluso a la toponimia, que nos deja casi un centenar de topónimos relacionados con el mundo de la oliva.
Pero, a partir del siglo XV, estos cultivos comenzaron a desaparecer, ¿por qué?
En la actualidad se emplean dos grandes teorías y motivos que explican su desaparición y que realmente son leyendas urbanas, ya que no existe ningún documento que las confirme.
¿Reyes cortando olivos?
Una de estas explicaciones nos habla de los Reyes Católicos, y tiene que ver con la “doma y castración de Galicia”, una expresión empleada por Castelao por primera vez en un discurso en 1931 y que hacía referencia al castigo que los reyes sometieron a los nobles gallegos por las conocidas como “Revoltas Irmandiñas”.
Según esta explicación, los reyes quisieron vengarse de aquellas revueltas con algunas medidas humillantes para la nobleza, entre ellas, la tala de todos los olivos gallegos, que llevaban siglos constituyendo una importante fuente de ingresos para ellos, permitiendo tan solo su permanencia en conventos y monasterios, pero prohibiendo su comercialización.
De esta manera, se empobrecía y castigaba a los nobles gallegos, y por otro lado se favorecía el cultivo en el sur de la península, recién reconquistada a los musulmanes.
El problema de esta teoría es que no existe documento alguno en el que basarse, lo que no quiere decir que no existiese tal venganza, pero nunca se ordenó talar los olivos gallegos, sino que lo que sí existió fue una subida de impuestos y una reorganización que afectó a todos los reinos castellanos.
Para ello, en 1480, los Reyes Católicos crearon la figura del corregidor, personas responsables de velar por la fiscalidad de los territorios a su cargo, e instruyeron el cobro de impuestos a los ayuntamientos en vez de hacerlo directamente a cada particular, que era como se hacía hasta ese momento, por lo que las autoridades locales comenzaron a recaudar con mayor interés.
Además, las alcabalas, impuestos que se cobraban sobre cualquier transacción, entre ellas el del aceite, pasaron del 5 % al 10 %, se reforzó el cobro de los portazgos, otro impuesto que se pagaba por el transporte de mercancías por los caminos reales y el almojarifazgo, otro impuesto que se cobraba al aceite a la entrada y salida de los puertos o en las grandes ciudades.
Con todo esto, parece lógico que no hiciese falta que los Reyes Católicos ordenasen talar los olivos gallegos, ya que la presión fiscal de este producto que, hasta entonces en gran medida se había producido de manera libre, se multiplicara. Agricultores que hasta ese momento no pagaban impuestos por producir aceite se encontraron con que tenían que pagar auténticas barbaridades, provocando que dejase de ser rentable.
Pero no olvidemos que estas medidas fueron aplicadas en toda la Corona de Castilla, no tan solo en Galicia por una supuesta represalia de la que no tenemos documentación de ningún tipo.
El conde-duque de Olivares
La segunda teoría afirma que, en la primera mitad del siglo XVII, el conde-duque de Olivares impuso sobre los olivos gallegos un impuesto de cuatro reales por árbol cultivado. Según esta misma teoría, lo hizo con el fin de proteger sus propias plantaciones en Sevilla, algo que consiguió, ya que la mayor parte de los agricultores gallegos no pudieron hacer frente a esta tasa y tuvieron que arrancar sus propios olivos.
El problema de esta segunda teoría es que no es cierta. El conde-duque jamás impuso una tasa a los olivos gallegos, sino a todos los olivos del reino, algo que coincidió en el tiempo con malas cosechas, falta de mano de obra debido a la expulsión de los moriscos, guerras, varias epidemias de peste… provocando que el cultivo del olivo dejase de ser rentable frente a los nuevos cultivos llegados de América, como las patatas y el maíz.
Además, el olivo gallego no era competencia contra el del sur, ya que tras la época de los Reyes Católicos el olivar gallego era testimonial, por lo que parece bastante improbable que fuera uno de los objetivos del conde-duque en su plan para favorecer a sus propias cosechas.
Esto no quiere decir que todas estas cuestiones no beneficiasen a las tierras del conde-duque, pero jamás ha existido una ordenanza concreta respecto al olivar gallego, convirtiendo todas estas teorías en leyendas urbanas más o menos interesadas.
¿Entonces, qué ocurrió?
La muerte del olivar gallego vino dada por las subidas de impuestos, la falta de mano de obra y, sobre todo, la aparición de cultivos mucho más rentables como la patata y el maíz. Nunca hubo maniobras por parte de los Reyes Católicos ni del conde-duque de Olivares, o si las hubo (aunque no están documentadas) habrían sido secundarias.
Únicamente en las zonas más apartadas de Galicia se siguió elaborando aceite de oliva, quizá debido a que estaban apartadas de los recaudadores de impuestos y del control fiscal de la corona, lo que les permitió continuar con una tradición milenaria que hoy en día nos permite disfrutar de uno de los mejores aceites de oliva del mundo: el gallego.
Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.
Referencias:
es.wikipedia.org
elespanol.com
lavozdegalicia.es
campogalego.es
aceitegalicia.com
galiciae.com
oliveoiltimes.com
pazoderivadulla.com