El 30 de junio de 1764 una joven aparecía brutalmente asesinada en una pequeña aldea en Francia. Sería la primera de más de 300 muertes ocurridas por toda la región de Gévaudan en tres años. Para atajarlas, el gobernador de la provincia convocó a varias compañías de dragones, soldados a caballo que eran la élite del ejército francés, quienes comenzaron a batir los bosques de Gévaudan en busca del animal que protagonizaba aquellos ataques. Los dragones no lograron abatir a la bestia y además su estancia levantó quejas por abusos y saqueos, ya que sembraron el caos y la destrucción a su paso por la región. Los testigos presenciales decían que la bestia era mucho más grande que un lobo, que tenía el pelo rojo, orejas pequeñas y una larga cola con una densa mata de pelo sobre cabeza y lomo. Además, aseguraban que era inteligente, rápido y fuerte. El rey Luis XV ofreció una suculenta recompensa y ordenó al mejor cazador de lobos de Francia su captura, pero tras abatir a varios, los ataques no cesaron, mientras en Inglaterra se mofaban de la ineptitud de los franceses a la hora de capturar a un simple animal salvaje. Finalmente, en junio de 1767, tres años después, los ataques cesaron repentinamente. Se habían abatido más de 100 lobos en la región, de los que 6 podrían encajar con la idea de un asesino de humanos, pero el caso de la bestia de Gévaudan siguió siendo un misterio y a día de hoy seguimos sin saber realmente qué era lo que acechaba entre los bosques de Gévaudan. Quizá un mítico monstruo, un lobo, un león o incluso una operación de propaganda de la Corte de Luis XV, necesitada de relatos épicos de resistencia a una bestia de tal calibre. Siglos antes, en Galicia, otro monstruo similar descrito por un obispo armenio durante su peregrinación, sembró el pánico en el Camino de Santiago. Le llamó Vákner: un hombre lobo.
En el año 1684 se realizó en Constantinopla una compilación de varios textos antiguos en una sola obra que permaneció olvidada durante siglos, hasta que, en 1827, el académico orientalista Antoine Jean Saint-Martin, lo tradujo en París. Dentro de esa obra se encontraba un manuscrito en el que Martiros de Arzendjan, un obispo armenio, reflejó un viaje extraordinario desde su monasterio hasta un lugar tan lejano como el fin del mundo conocido: Fisterra.
Su peregrinación tenía una clara vocación religiosa y su principal objetivo era visitar la tumba del apóstol San Pedro en el Vaticano, pero su viaje se acabó extendiendo hasta Galicia, para expresar su devoción al apóstol Santiago. Aunque hay quien afirma que detrás de su periplo había una misión diplomática destinada a conseguir apoyos contra los turcos.
Martiros partió del monasterio de San Ciriaco de Norkiegh, cerca de la populosa Arzendján, a orillas del río Éufrates, el 29 de octubre de 1489 con destino a Constantinopla, donde tomó un barco para visitar la ciudad de Venecia. Más tarde alcanzó Roma y se entrevistó hasta tres veces con el papa Inocencio VIII, quien le entregó un documento de salvoconducto gracias al cual podría viajar por los caminos de la Europa cristiana de manera segura.
Tras su estancia en Roma pasó por Basilea, Estrasburgo, Colonia y París, desde donde partió a España para tomar el Camino de la costa, una vía poco frecuentada por los peregrinos, que bordea la costa cantábrica de la península ibérica para llegar, finalmente, a Santiago de Compostela, donde permaneció durante 84 días.
De allí, el cansado obispo partiría a Fisterra, un trecho que le supuso mucho sufrimiento físico y en el que se encontró con un monstruo medieval que inmortalizó en su diario así: “Recibí la bendición de Santiago, me puse en camino y llegué a la extremidad del mundo, a la playa de la Santa Virgen, donde hay un edificio construido por su propia mano por el Apóstol San Pablo y que los francos llaman Sancta Marie de Finibusterrae. Padecí muchos trabajos y fatigas en ese viaje, en el cual me encontré con gran cantidad de bestias bravas y muy peligrosas. Y me encontré con el vakner, animal salvaje, grande y muy dañino. ¿Cómo, me decían, pudiste salvarte, cuando grupos de veinte personas no pueden pasar? Pasé enseguida al país de Holani, cuyos habitantes se alimentan también de pescado y cuya lengua yo no comprendía. Me trataron con la mayor consideración, llevándome de casa en casa y admirándose de que hubiera escapado del vakner.”
Este breve texto es la única alusión en la historia a esta criatura. No existe ningún otro registro sobre él, ni en el folclore gallego ni en ningún otro lugar. El vákner se olvidó, pero ¿qué era este ser que vio el obispo? ¿Qué criatura podría impedir el paso de grupos de veinte personas y tener atemorizados a los habitantes de la zona?
Lo único que podemos deducir es que esta terrible bestia no era un oso, un lince o un toro, ya que ni es su comportamiento ni su presencia impediría el paso de grandes grupos de personas. Un lobo tampoco, aunque una manada sí podría causar ese efecto, pero el obispo habla de un único animal.
Muchos estudiosos han analizado el nombre que le dio el obispo, vákner, que no es una palabra gallega, así que, rebuscando en las lenguas antiguas, la base podría ser una palabra danesa, “vakker”, y en el vocablo del antiguo nórdico, “vargr”, que significa lobo, motivo por el que hoy en día esa es la forma que se le atribuye a esta criatura misteriosa y fascinante.
Otros estudios afirman que hay que examinar la tradición europea para encontrar su origen, que podría estar en unos seres demoníacos que atacaban al hombre de noche y que eran conocidos como “varuly” en Dinamarca, “varul” en Suecia, “werwolf” en Alemania y “werewolf” en Inglaterra y que forman parte del folclore y la tradición gallega desde tiempos remotos: “o lobishome”, el hombre lobo.
Una tradición tan arraigada en nuestra cultura que incluso existe un caso considerado el primer hombre lobo documentado de la historia de España, Manuel Blanco Romasanta. Existe la creencia popular de que el séptimo hijo varón podía tener ese destino, la licantropía, si una noche echaba a correr por “sete fontes, sete ríos e sete montes” (siete fuentes, siete ríos y siete fuentes).
Lo que está claro es que había algo: un ente, un animal o un monstruo muy peligroso. Había una criatura que tenía aterrorizada a la gente. De una forma u otra, lo que vio Martiros forma parte de las leyendas que nutren y conforman la mitología y el alma de este maravilloso y mágico lugar: Galicia.
Curiosamente, en las tierras en las que se sitúa su avistamiento, se creó un proyecto para poner en valor la figura del vákner, tan relacionada con el Camino de Santiago. En Dumbría instalaron una espectacular escultura de este ser, un hombre lobo de casi 5 metros de altura y 1.300 kilos de peso.
¿Y qué fue del obispo? Tras su estancia en Fisterra, Martiros de Arzendjan partió de regreso a casa por la costa cantábrica, pasando por Francia e Italia, adonde llegó en febrero de 1496 para proseguir por mar su viaje. Su relato termina con estas palabras: “Inmediatamente me dirigí a Santa María (un puerto cercano a Roma), donde embarqué y experimenté de nuevo condiciones tan desdichas que habría preferido la muerte a tener que sufrir tantos peligros”.
Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.
Referencias:
es.wikipedia.org
elespanol.com
lavozdegalicia.es
xacopedia.com
ondacero.es
telecinco.es
galiciamaxica.eu
elcaminodekunig.com
davidtebras.com