A principios de febrero, un aficionado adolescente del Rayo metió un dedo en el culo a un jugador del Sevilla, Lucas Ocampos, mientras este efectuaba un saque de banda. La imagen circuló por redes sociales y muchos medios de comunicación se hicieron eco del momento. El expresidente del Deportivo, Agusto César Lendoiro, ha reflexionado sobre la imagen y sobre quién tiene la culpa del gesto. El exdirigente reprueba la acción del niño, pero aprovecha para apuntar algo más grande: la falta de medidas de seguridad en los estadios de fútbol.
El dedo de un niño ridiculiza la seguridad de Vallecas
En el Rayo-Sevilla, un dedo infantil, que unos han tildado de bobalicón y otros de agresión sexual, ha provocado un sinfín de reacciones. A mí, tras reprobar el hecho, me llama la atención que solo culpemos al chaval.
Recordemos la secuencia polémica. Un chiquillo, que parece tranquilo, permanece sentado en su butaca de la primera fila de la grada. Estira su brazo y con un dedo toca la nalga de Ocampos.
¿Por qué ese niño, desde su localidad, ha podido tocar el glúteo del sevillista? Porque Vallecas, al igual que algún otro campo, no cuenta con las medidas de seguridad que deben existir, entre el público y el terreno de juego, que garanticen la integridad de árbitros, jugadores y aficionados.
Si esto es así, y lo es, la responsabilidad de lo acontecido no solo se le debe imputar al autor, un menor de edad, sino que, de forma especial, debe recaer en la RFEF, LaLiga —los que fijan las normas— y en el club, el obligado a cumplirlas.
Por mucho que el Presidente del Rayo nos quiera convencer de que la entidad es ajena al problema, parece evidente que se trata del principal responsable. Lo que no tiene sentido es que lo sea un niño que lo toca sin levantarse del asiento que le asigna el propio club.
Tenemos que celebrar que el autor haya sido un crío. Podría haber sido un adulto el que lo golpease con un paraguas o con un objeto punzante. En ese caso estaríamos hablando de algo mucho más grave, de algo que, si el Rayo no toma medidas, se puede producir cualquier día.
Pero, desde mi punto de vista, existen también otros responsables. Me refiero a los legisladores de nuestro fútbol, porque, o bien la RFEF y LaLiga no han establecido medidas mínimas de seguridad, o bien han mirado para otro lado.
Se hace muy difícil entender que, mientras se controla los milímetros de la altura del césped, no se exija el cumplimiento de la distancia de seguridad que debe existir entre el público y el terreno de juego. Se esperará hasta que se produzca una desgracia.
Para avanzar en la igualdad de nuestro deporte, los que reglamentan el fútbol profesional deben obligar a los clubs, de una vez, a que todos los terrenos de juego tengan medidas idénticas (105m. por 68m.) y que exista una distancia mínima de seguridad desde el final del césped a las gradas o a los banquillos.
La aplicación de la regla debe ser rigurosa. No puede estar sometida a si ello supone que el club tiene que reducir el aforo o realizar costosas obras. Los campos deben ser iguales y seguros. LaLiga, que lucha por ser la mejor del mundo, no puede permitir espectáculos como el vivido con ocasión del Rayo-Sevilla, que sonrojaría, incluso, si se produjese en un partido de categoría Regional.
La carencia de medidas de seguridad ha podido provocar una cascada de sanciones. La evitó la actuación impecable de Ocampos. Al notar que le tocaban se giró, observó que se trataba de un rapaz, y no le dio mayor importancia.
¿Pero, que hubiese ocurrido si el futbolista, enojado, le hubiese dado un bofetón? El Sevilla se hubiese quedado con un jugador menos; su importante victoria, quizás, se hubiese convertido en empate o derrota; Ocampos habría sido sancionado duramente; el Rayo habría visto clausurado su campo; el chico correría el riesgo de perder su libertad…
Y todo debido a la inseguridad de Vallecas. En el fondo tuvimos suerte. Fue un dedo infantil el que la destapó, pero ello no obsta para que algunos merezcan mis “sanciones”.
Sería comedido con el menor y duro con las instituciones. Estrenaría con el chaval esa tarjeta azul, que se nos anuncia, y mostraría una tarjeta rojísima a los que, con su desidia, han propiciado que el lamentable vídeo haya sido la comidilla del fútbol mundial.