El Dépor cayó en el último encuentro del año por cero goles a cuatro ante el Mirandés en un partido horrible del conjunto blanquiazul. Todo se torció en un penalti cometido por mano de Soriano en el tramo final de la primera mitad. El tanto cortocircuitó a un Dépor que nunca estuvo cómodo sobre el terreno de juego.
La primera mitad comenzó con bastante igualdad entre los dos equipos. No salió excesivamente bien un Dépor que recuperaba un dibujo con Soriano en el doble pivote y Lucas Pérez en la mediapunta.
El partido estaba marcado por la falta de oportunidades y el respeto entre los dos equipos. Lo intentaba el Mirandés con algún balón a la espalda de la defensa blanquiazul que empezó conteniendo bien esos ataques.
Pero una vez más la Segunda División demostró que los detalles son claves en los partidos y este no iba a ser menos. Una mano en el área de Soriano era castigada con penalti. Izeta anotaba después de que Helton tocara la pelota pero no pudiera evitar el gol.
La desventaja sentó fatal a un Dépor que pedía a gritos el descanso y sin embargo se encontró con el segundo gol en contra. Hasta tres toques dio el Mirandés en área del Dépor cuando Joel Roca superaba a Helton. Era el minuto cuarenta y los coruñeses se marchaban al vestuario tocados tras encajar dos tantos en el tramo final.
Además los futbolistas que suelen ser decisivos no se encontraron cómodos en ningún momento del choque y la segunda mitad sólo iba a refrendar esta idea.
Un Dépor desdibujado y sin ideas encajó otros dos goles en dos contras del Mirandés. Izeta se iba a convertir en el gran protagonista del encuentro al firmar un hat trick en Riazor.
Primero con un gran pase de Reina que le dejaba solo a Izeta ante Helton y después con un gran remate del propia Izeta a un centro desde la banda derecha.
El marcador reflejaba un duro cero a cuatro en el minuto 63 y el partido estaba absolutamente decidido. El colegiado expulsó a Villares con roja directa tras consultar la acción en el VAR.
Está claro que no era el día de un Dépor que no dejó de notar el aliento de una grada inquebrantable a pesar de la dura derrota.