Cinco años de la gesta del coruñés Javier Castroverde en el Ultraman más duro del mundo
El triatleta culminó en octubre de 2015 el Ultraman UCES y solo un gallego ha vuelto a superar una prueba similar desde entonces. Este atleta de A Coruña nos cuenta su recuerdo de aquel épico reto y cómo el deporte ha cambiado su vida.
28 noviembre, 2020 06:00El triatlón es una disciplina deportiva muy completa y exigente que tiene en Galicia a grandes campeones como Iván Raña o Javier Gómez Noya. La distancia olímpica es la más extendida y se compone de 1.500 metros nadando, 40 km en bicicleta y 10 corriendo. Sin embargo, en 1977 se inventó el Ironman, una versión más extrema y exigente de este deporte en la que los atletas recorren 226 kilómetros: 3,86 km nadando, 180 km en bicicleta y 42,2 km (justo un maratón) corriendo. Esta prueba suele ser un verdadero desafío para los atletas, y uno de esos retos que los aficionados al deporte se plantean una vez en la vida.
El reto Ultraman es un peldaño más hacia lo imposible y se celebra a lo largo de tres días en los que los atletas recorren 10 kilómetros nadando, 432 km en bicicleta (132 el primer día y 300 el segundo) y 84,4 (dos maratones) corriendo el último día. Solamente tres gallegos han completado una prueba de éstas, y Javier Muñoz Díaz-Castroverde, más conocido en el mundo del deporte como Javier Castroverde, consiguió en octubre de 2015 superar la que está considerada más exigente entre todas ellas, el Ultraman UCES 2015 de Jávea. Cinco años después de esta gesta, hablamos con este triatleta coruñés sobre cómo el deporte cambió completamente su vida y lo convirtió en una nueva persona, y cómo consiguió superar un reto que quita el aliento solo con pensarlo.
Cuando el deporte le enganchó
Javier no comenzó a hacer deporte en serio hasta una edad tardía, los 32 o 33 años. Cuando la mayoría de los deportistas profesionales se retiran, Castroverde comenzó a cogerle gusto al deporte. “Primero hacía carreras populares, pero no fue hasta cuando probé el triatlón cuando realmente me enganché y dije que había que entrenar si lo que quería era no sufrir. Hice un triatlón en A Coruña, el Polar le llamaban, con distancia olímpica, y lo terminé quedando de los últimos. Pero me enganchó desde entonces, y comencé a entrenar de manera constante, y a correr cada vez más distancia. Comencé a entrenar con la distancia olímpica y el medio Ironman, y al cabo de unos meses me atreví a probar con una larga distancia”, cuenta.
Preparar esa distancia fue complicado no solo por el duro entrenamiento, sino por cómo conciliarlo con su vida laboral. En aquel momento Castroverde trabajaba de dependiente en una tienda, con horarios partidos, y eso le obligaba a amoldar sus planes de entrenamiento. Se levantaba muy temprano y a las 7 de la mañana estaba en la piscina, nadaba durante dos horas y media y entraba a trabajar a las 10:00. En el descanso del mediodía hacía bicicleta en un gimnasio durante casi dos horas, y al salir de trabajar a las 21:00 horas corría unos 20 kilómetros por la zona de la Torre de Hércules.
Tras todos estos meses de entrenamiento llegó su primer gran reto: un Ironman para el que no tenía ni siquiera su propia bicicleta, y cuando fue a la tienda se compró un “hierro” que los propios dependientes ni le querían vender por “obsoleta”. Javier recuerda un consejo que le dio su entrenador a la hora de invertir dinero en una bici: “primero cómprate esta, que no cuesta mucho, mira a ver si te gusta y progresas, y luego valora si te vas a comprar una más cara”. Recordando su primer Ironman, Javier hizo “una natación buena” y una bicicleta “un poco mejor” que en sus entrenamientos, y una carrera que comenzó muy bien y en la que terminó acompañando a un amigo en su última prueba. Quedó muy lejos de los primeros puestos, pero el resultado le gustó: “Estaba haciendo una base”.
En busca de un nuevo reto
Además de entrenar de lunes a sábado en los huecos que le dejaba libre su trabajo, los domingos, que no trabajaba, aprovechaba para hacer lo que se suele llamar una “tirada larga”, 100 o 120 kilómetros de bicicleta por carretera, más otros pocos kilómetros más para estirar las piernas. El entrenamiento real de bicicleta más allá de los gimnasios, y la parte en la que realmente había que “apretar”, según Castroverde, ya que el triatlón es 80% bicicleta. Tras dejar la bicicleta corría varios kilómetros más y acababa comiendo a las 17:00 horas. Sin embargo, todo esto no sería suficiente para preparar el Ultraman.
Para dar el salto a este tipo de desafíos, Castroverde recurrió a un entrenador. “Hasta el momento yo me autoentrenaba”, cuenta, pero se dio cuenta que tras preparar el Ironman durante un año y medio y terminarlo, le quedó “un gran vacío”. Y entonces se preguntó “¿qué hay más?”. Estuvo buscando por Internet hasta que encontró un vídeo motivador, el de un atleta de origen gallego llamado Roberto González Moreiras que corrió el Ultraman de Gales en 2014, y que le puso la piel de gallina. “Yo tengo que hacer esto”, se dijo. Y entonces comenzó a bucear hasta que descubrió que Simon Smith, uno de los organizadores de esta prueba, estaba preparando un Ultraman en España para el año 2015.
Para motivarse, Javi se autoconvenció de que tenía que pagar la inscripción para luego no echarse atrás. Para evitar que el miedo al fracaso le hiciese cambiar de idea a medio camino, Castroverde desembolsó los 1.000 euros necesarios para la inscripción. “Y a partir de ahí empecé a entrenar”, dice. El atleta se dio cuenta también de que sería imposible preparar una prueba de este calibre con los horarios tan complicados que tenía, y logró cambiar de trabajo a otro con mayores facilidades horarias, a otro con jornada intensiva. Castroverde además logró un impulso motivador extra, la colaboración con la asociación coruñesa Nambuma Malawi para recaudar dinero para su causa. La suerte estaba echada y el destino esperaba.
El camino al Ultraman
Con un nuevo trabajo que le permitía más horas disponibles para entrenar, Castroverde comenzó a preparar su gran reto. Comenzó a entrenar mucha bicicleta todos los días, 80 kilómetros a diario, 150 los domingos y hasta 180 en algunas ocasiones. Con la ayuda de una entrenadora de natación comenzó a mejorar sus prestaciones en esta parte de la prueba, ya que el Ultraman comienza con diez kilómetros sin pausa de natación. En el mismo día haces 132 km en bici, al día siguiente 300 y el tercer día 84 kilómetros corriendo. Por eso la clave para Castroverde era entrenar mucha, mucha bicicleta, ya que aproximadamente la mitad del tiempo de la prueba estás sobre ruedas.
“Hubo momentos de mucho, mucho, bajón”, comenta Castroverde recordando aquellos meses de duro entrenamiento, porque entrenaba solo, sin la compañía de nadie, ya que en la prueba iba a estar en las mismas condiciones. Una de las reglas de la prueba es que no puedes ir en grupo (como hacen los ciclistas en las pruebas) para reducir el impacto del viento, sino que tienes que ir absolutamente solo, y Javier recreaba esa situación en el entrenamiento. “Eso está bien uno o dos meses, pero al final te vuelves medio loco”. Algo parecido le pasó a Castroverde, porque además siempre entrenaba por los mismos lugares, y tras unos meses decidió entrenar acompañado junto al atleta Yago de Castro, "que estaba en un nivel de preparación muy alto", cuenta Javier.
En aquel momento el Ultraman UCES era el más duro del mundo, no por la distancia -es la misma en todas-, sino por el desnivel acumulado que tiene que vencer cada atleta. Hasta la fecha ninguna otra prueba la ha superado en este aspecto. Ningún otro Ultraman supera la altitud de éste, ni tampoco su factor atemorizante: se apuntaron 19, comenzaron la prueba 14 y la terminaron nueve, Castroverde entre ellos.
La mejor noticia que Castroverde recibió durante esos duros meses de entrenamiento fue que la asociación con la que colaboraba, Nambuma Malawi, estaba comenzando a recibir donativos para apoyar su desafío. Eso me dio ánimos para entrenar durante un año entero, todos los días: cuatro o cinco kilómetros nadando, entre 60 y 80 kilómetros en bicicleta (de A Coruña a Betanzos ida y vuelta, y luego un circuito por A Coruña) -y los domingos tirada larga-, y luego una media maratón (21 km) todos los días para entrenar la parte de correr.
Los tres días en los que Javier Castroverde hizo historia
La familia Ultraman
Antes de contarnos el relato de esos tres duros días, Castroverde recuerda dos favores que nunca olvidará: la triatleta Cristina Santiago le dejó su bicicleta y Borja Lamas el traje para nadar. Castroverde cuenta que su equipo era muy malo y no podía ir con él, y además necesitaba llevar dos bicicletas por si se rompía una o había algún problema. Además, Javier se acuerda de la gente que le acompañó en esta prueba: su madre, su hermano Nacho y los dos voluntarios de la organización, Rosa y Carlos, que estuvieron con él en todo momento y que completaron su equipo.
Al llegar a la prueba, temeroso y sin saber lo que se iba a encontrar, Castroverde notaba la misma incertidumbre en el resto de la gente. “Mucho más profesionales que yo, hasta había un doble campeón del mundo de doble ironman”, recuerda. “También estaba un español, Javi Díaz, que había ganado una etapa de la Titan Desert. Gente muy potente, y luego dos o tres que eran iguales que yo”.
Tras esa primera impresión inicial llegó el progresivo hermanamiento, “como una familia”, según Castroverde, en la que todos acaban apoyándose porque el reto no es superar a los demás, sino superarse a uno mismo, y no quedar en una posición u otra, sino completar la prueba.
El primer día del Ultraman consistía en 10 kilómetros nadando y luego 132 en bicicleta, y Castroverde lo terminó con muy buenas sensaciones. La natación siempre había sido su parte más floja, pero había conseguido completar un reto en la misma A Coruña, la Travesía a nado, de justo 10 kilómetros. Por ello iba con la confianza de que podría completar esa parte del Ultraman, y así fue. “Honestamente, quedé último” confiesa Castroverde, “pero me subí a la bici con el cuchillo entre los dientes”. Tras hacer el quinto mejor parcial en bicicleta, ese día terminó octavo en la general tras 9 horas y 43 minutos, y sintió que lograría completar la prueba. “Yo soy finisher”, le dijo a su hermano. Cinco años después, Castroverde reconoce entre risas que en ese momento fue muy osado.
300 interminables kilómetros en bicicleta
“El Ultraman es el segundo día”, dice muy serio Castroverde. La parte de ciclismo de este Ultraman era especialmente dura, subiendo puertos como el Coll de Rates, que varios equipos ciclistas usan para entrenar y hacer contrarreloj. Este puerto, y otros, se subían tanto el primer día como el segundo.
Castroverde hace una pausa en su relato para hablar de lo importante de la alimentación en este tipo de pruebas, de tener el depósito siempre “con gasolina”. “Aunque no tengas ganas de comer, hay que comer”, dice Castroverde, “porque el cuerpo está gastando mucha energía, y a lo mejor tú no sabes que la estás gastando, porque vas tranquilo”, continúa. El triatleta explica que, aunque tú no tengas hambre, el cuerpo tiene que estar funcionando y digiriendo alimentos para tener siempre energía y que no te entre una “pájara”. Y, por supuesto, beber, “el abc” para pruebas de este tipo.
Volviendo al segundo día, Castroverde recuerda que salió en quinta posición, porque había hecho el quinto mejor tiempo en bici el día anterior. “Había tres extraterrestres”, dice, recordando al atleta español Javi Díaz y a dos participantes polacos que eran “tremendos”. El coruñés se metió en un pequeño grupo con otros dos españoles, a una distancia prudente y legal entre ellos, pero pudiendo verse y así tener una referencia. Así hasta el kilómetro 150, en el que se fue él solo. La prueba era a circuito abierto y sin señalización, y cada atleta llevaba un coche delante que le indicaba por dónde seguir, ya fuese con los intermitentes o, en el caso de las glorietas, parando en el camino que tenía que tomar el atleta.
Javier recuerda las “cuestas rojas”, como si fuesen pistas de esquí, en la trabajosa subida a las montañas alicantinas. Había que hacer dos vueltas a un circuito de unos 150 kilómetros, la primera se subía más o menos bien porque “ibas fresquito de piernas”, pero la segunda vez hubo gente que se cayó al suelo por el gran desnivel que tenían los puertos, del 30% en algunas ocasiones. “Cuando llevas 210 kilómetros, eso es una losa que, sobre todo mentalmente, te machaca”. En ese momento se te vienen a la mente pensamientos muy negativos, según cuenta Castroverde: “Te quedan 80 kilómetros, de repente te entra el frío y te quieres cambiar de ropa”, recuerda confesando que lo hizo varias veces. El coruñés recuerda las ganas que tenía de bajarse de la bici y dejarlo todo: “Puede que estés muy bien preparado físicamente, pero a algunos les acaba pudiendo el miedo”, cuenta cuando se acuerda de esos momentos tan duros. “Ese miedo es el que no te hace llegar”.
Además de entrenar físicamente, Javi cuenta que desde que comenzó a preparar pruebas también educó la mente, realizando meditación durante casi una hora todos los días e inundándose de pensamientos y sensaciones positivas. “Cuando estaba en la bicicleta en el kilómetro doscientos y pico y me dolía todo, y ya no me entraba nada de comida y te notas dentro de un gran malestar general, allí es cuando te entra el segundo aliento”, habla en referencia a un fenómeno psicológico que muchos corredores experimentan, recuperando fuerzas físicas y mentales. “Allí es cuando vi que podía terminar ese segundo día, cuando ves que te quedan 25 o 30 kilómetros y empiezas a pensar que no son tantos, que los harías corriendo”.
Castroverde también destaca la importancia del equipo y su apoyo en esos momentos tan duros de la carrera. “El equipo es lo más importante, si no hay equipo no hay prueba”, cuenta recordando el apoyo de su madre, su hermano y el equipo que le aportó la organización para echarle una mano. Castroverde recuerda a un participante inglés que aparentemente estaba mucho mejor preparado físicamente, pero iba sin equipo y no llegó a terminar el primer día, llegando fuera de hora. “El equipo es importantísimo”. Gracias a ese apoyo moral y a las noticias que le llegaban desde A Coruña de la asociación Nambuma Malawi, pudo completar ese durísimo segundo día, consiguiendo el tercer mejor parcial y subiendo del octavo al sexto puesto de la clasificación general. “Ahí realmente terminé KO. Muerte y destrucción. Y mi mayor miedo fue no poder empezar al día siguiente, porque salí de la bicicleta destrozado”. Le dijo a su hermano “o aquí ocurre un milagro, o mañana no voy a poder correr”.
El heróico y agónico doble maratón del tercer día
“Veía esos últimos diez kilómetros como si fuesen cien, y a día de hoy cinco años después no sé ni cómo terminé”, cuenta Castroverde recordando el tercer día, compuesto de una única prueba: correr dos maratones. “No sé cómo terminé la prueba”, repite, contando cómo el día anterior estaba machacado.
Los 300 kilómetros de bicicleta del día anterior le habían dejado “destrozado”, y aquella noche había sido “malísima”, cuenta Javier, que también recuerda cómo su hermano intentó paliar su dolor muscular con masajes y tuvo que tomarse varios ibuprofenos. Tras solamente unas cinco horas de sueño y despertarse varias veces en medio de la noche por los nervios, al día siguiente Castroverde se levantó con una cantidad sorprendente de fuerzas y comenzó muy bien la carrera. “El cuerpo humano es muy inteligente”, cuenta, y el mío me dijo “Javi, yo estoy para ayudarte, y te mereces terminar este reto”.
Todo fue bien durante los primeros setenta kilómetros de este interminable doble maratón del tercer día, pero cuando faltaban diez la cosa cambió. “A partir de ahí, fue destrucción. Andar, correr, caminar, darme masajes… algo que no se lo deseo a nadie. Terminé por ganas, por ilusión, por fuerza, por mi equipo, por toda la gente que me estaba apoyando, pero en ese momento no tenía nada a lo que aferrarme para seguir”. Estos últimos kilómetros de la prueba incluían la subida a un puerto con un total de 800 o 900 metros de desnivel acumulado. “No sé cómo terminé la prueba. Sé que la terminé, porque la terminé. Pero no sé a qué inspiración divina o quién me agarró y me dijo: ‘Te lo has ganado porque has peleado y lo has luchado’, y me ayudó a terminar la prueba”, espeta Castroverde.
“Y así fue. Terminé llorando, emocionado, con mi madre y mi hermano, y el resto del equipo. A día de hoy han pasado cinco años y me sigo emocionando, porque yo no era nada y nunca fui nadie en el aspecto deportivo, y el mero hecho de hacer un ironman y luego un ultraman es algo que nunca había imaginado. No tuve ayuda de ningún patrocinio ni de nadie, y lo hice yo solo, y me costó muchísimo esfuerzo y dinero. Solo me ayudó mi familia, especialmente mi hermano.”, confiesa el coruñés. La llegada puede verse en el siguiente vídeo.
“El Ultraman me hizo un hombre y me cambió”
Castroverde está especialmente contento por la repercusión que tuvo el evento para el Movimiento Nambuma Malawi con el que colaboraba. “Una de las noticias más felices que recibí cuando terminé fue que se había recaudado bastante dinero para los niños de Malawi”. En aquel momento, en la entrega trofeos dijo lo mismo que nos dice ahora: “yo llegué allí siendo un niño y salí hecho un hombre”, confiesa el triatleta, que dice que la experiencia le cambio por completo, y a día de hoy, cinco años después, se considera otra persona diferente, por cómo enfoca cada reto.
“Yo antes pasaba un poco de todo, y si algo no me salía pasaba a otra cosa”, explica Castroverde. “Ahora no. Ahora si no me sale, me tiene que salir, tengo que pelear para que me salga y tengo que ser el mejor. Eso me lo ha hecho el Ultraman, ponerme en situaciones duras y difíciles y saber salir airoso de ellas. Esto me lo han dado las grandes distancias que he hecho, y los duros entrenamientos en solitario”.
“El deporte le ha dado un mayor significado a mi vida, y he cambiado radicalmente, soy una persona antagónica a como era antes”, reconoce Castroverde, que desde entonces ha llevado a cabo nuevos retos. En 2016 se embarcó en un desafío, también solidario, llamado IronXtreme, que consistía en hacer siete Ironmans seguidos y que no logró completar por una lesión, pero hizo cinco y medio. Posteriormente Castroverde ha seguido planteándose retos, siempre con un carácter solidario o reivindicativo. En el confinamiento recorrió 61, 91 y 112 kilómetros para homenajear al personal sanitario y de seguridad, y no será la última vez que Javier Castroverde nos sorprenda con lo imposible. Esta historia de superación todavía no ha terminado.