Crear antibióticos con ordenadores a partir de moléculas que existen en la naturaleza, para que puedan atacar a bacterias cada vez más resistentes. No, no es ciencia ficción. Es lo que hace todos los días César La Fuente desde el laboratorio de la Universidad de Pensilvania en el que trabaja. Este coruñés, que estudió en el Eusebio da Guarda, es consciente de la vital importancia de su investigación, sin dejar de asegurar que ha tenido "suerte".
Lejos de casa, cada día digitaliza junto a su equipo información que pueda "enseñarle a los ordenadores a descubrir nuevas moléculas a partir de los patrones que les damos". El sueño es poder remediar "un gran problema de salud pública": la resistencia a los antibióticos, que va camino de convertirse en la primera causa de muerte en nuestra sociedad.
"Se estima que estas bacterias súper resistentes podrían ser causa de muerte de 10 millones de personas al año en 2050, generar 10 trillones de dólares de gasto y ser causa de una muerte cada tres segundos", explica César al otro lado del teléfono. Su motivación es evitarlo, y para ello investiga cuáles serán los antibióticos del futuro, capaces de reemplazar los actuales "que en muchos casos ya no funcionan".
Su laboratorio abre un camino que aún no ha sido explorado en ningún otro laboratorio del mundo. Solo gracias al poder computacional que ha evolucionado los últimos años es posible . "Le enseñamos a los ordenadores a curar". Charlamos con César de la Fuente (A Coruña 1986), seleccionado como uno de las 10 personas menores de 35 más innovadores del mundo por parte del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
¿Cómo llegaste ahí?
Estudié biotecnología. Fui la primera promoción justo cuando se creó la carrera en la Universidad de León. Me fui después a Vancouver, a hacer el doctorado en la Universidad British Columbia gracia a una beca. La verdad es que creo que he tenido suerte, y hubo algunas casualidades que me trajeron hasta aquí.
Antes de todo eso, saliste de un instituto de A Coruña
Sí, del Eusebio da Guarda.
¿Y eras buen estudiante?
No creas, no especialmente. La verdad es que era un poco traste y nunca fui de los mejores. En la carrera tampoco. Sinceramente no va mucho conmigo eso de estar sentado cinco horas seguidas, me aburro. Siempre fui muy curioso.
¿Lo tenías claro cuando empezaste la carrera?
Lo de Biotecnología en un principio era mi segunda opción. También había echado la solicitud en Medicina, era la primera opción. Había quedado en la lista de espera y en septiembre me llamaron. En ese punto, en el que ya había aceptado la plaza de Biotecnología, había leído sobre el tema y veía ya el potencial que había en este área. No lo dudé y no me arrepiento ni un minuto.
¿Qué es lo que valoras de tu vida en Estados Unidos?
Me dan mucha libertad para ser creativo y para conformar un equipo apasionado por lo que hace y muy interdisciplinar. Son personas increíbles que aportan conocimientos diferentes, de distintos ámbitos, personas muy diversas, procedentes de diferentes países y que aportan diferentes visiones.
¿Hay morriña?
Sí, claro. Me encanta volver. Se echan muchas cosas de menos, la familia, los amigos, obviamente. La morriña siempre está. Echo de menos A Coruña: el mar, el Paseo Marítimo, As Lagoas, que es nuestro barrio. Y también el marisco, el Albariño, el jamón… Ahora en Navidades regresamos.
¿Cuáles son las ambiciones del equipo que coordinas?
La motivación es poder llegar a producir nuevos antibióticos gracias al aprendizaje que hacen los ordenadores. Primero estudiamos a las proteínas cuyo origen está en nuestro alrededor. Provienen de vacas, peces, plantas… Luego las controlamos y por último las tenemos que dominar hasta el punto de digitalizarlas. Estamos creando una enciclopedia de moléculas sintéticas que sean capaces de atacar a diferentes enfermedades, cada una especial para una infección, y, muy importante, que solo afecten a la bacteria mala, y no a la microbiota, que es beneficiosa.
¿Cuándo se podrá hablar de estos nuevos antibióticos como una realidad?
Lo normal en la industria son unos 10 años desde que se inicia la investigación de un tratamiento hasta que pasa todos los ensayos, primero en animales, luego en humanos. El objetivo es estar en ese plazo y obtener en el menor plazo esos antibióticos sanadores capaces de vencer la resistencia. Pero es muy difícil predecir esto.
¿Cuáles son las virtudes que debe tener un científico?
La creatividad, querer cambiar el mundo, tener la pasión por los proyectos. También gente un poco tozuda, porque hay muchas veces que las cosas no funcionan. Una característica un poco gallega, esa persistencia. Es algo muy importante, sobre todo cuando se está intentando hacer algo a largo plazo y que es complejo.
¿Qué sería necesario para que pudieras volver? ¿Te gustaría?
En España se necesita mejorar la inversión en ciencia. No solo para atraer el talento que ha emigrado, si no también para atraer a talento internacional. Volver siempre está en mi cabeza, me encantaría. De hecho, yo siempre lo he pensado: A Coruña tiene todos los elementos para poder ser un centro de la cultura y de la innovación. Con una apuesta decidida por parte del gobierno, central o autonómico. Todo el mundo que viene de fuera y visita A Coruña se queda impresionado.
¿Qué otros sueños tienes para tu carrera?
Tengo planes de avanzar en otros temas que nos interesan en el laboratorio. Nos interesa la conexión entre el cerebro y la microbiota, que son los microorganismos que viven en nuestro intestino y que se ha demostrado que influyen en patalogías. Vemos esto como una frontera de la biomedicina a superar en los próximos años. Nos interesa mucho estudiar posibles herramientas moleculares para poder reprogramar la microbiota y estudiar su interconexión con enfermedades mentales.