En 1998 los tatuajes estaban mal vistos en A Coruña. Pese a ello, tres jóvenes decidieron abrir su propio estudio en la calle Ciudad de Lugo. Se trataba de Falke, Is y Korti. 22 años después, Katattoomba sigue siendo un referente del tattoo en la ciudad y en Galicia.

"Cuando abrimos solo tatuaba uno. Un día probé y tatué a un colega. Cuando me quise dar cuenta estaba tatuando a todo quisqui. Antes solo había hecho tatuajes talegueros, con dos agujas y un hilo de mi madre", afirma Alberto Cortiñas, conocido como Korti, el único de los fundadores que se mantiene en el negocio. "Somos, junto a Delicatesen, de los más antiguos de la ciudad. Tuvimos suerte, porque conocíamos a toda la ciudad. Éramos de tres barrios diferentes, muy charlatanes los tres. Ahora hay estudios de tatuajes en cualquier esquina. Te tatúan hasta en la barbería", bromea Korti.

Su local de la calle Cancela, en el Orzán, en el que están desde hace 12 años, no pasa desapercibido. Un enorme mural precede a su establecimiento, donde tatuajes y pirsines son lo más solicitado. "Abrimos cuando yo tenía 24 años. Fuimos evolucionando con el tiempo. Is se fue, vino mi hermana Susana, Falke también se fue después y fue viniendo gente nueva. Ahora somos una buena tropa", señala.

El efecto Beckham

Como decíamos al comienzo, en el 1998 no estaban bien vistos los tatuajes. "Yo tengo tatuajes desde los 13 o 14 años. Estuve mucho tiempo con camisetas de manga larga para que mi madre no me los viese", cuenta Korti.

"En aquella época para la gente solo había tres opciones si tenías tatuajes: ser marinero, legionario o drogadicto. La cosa cambió cuando Beckham se hizo su primer tatuaje. Ahí se pusieron de moda y no dábamos abasto. Fue la época del bum de los tribales. Los hacía yo y Falke se encargaba de los artísticos. Había días que podía hacer 10 o 12 tatuajes. Empezaba a las diez de la mañana y terminaba de madrugada", rememora Korti.

Aquel "efecto Beckham" se notó también en el número de estudios de la ciudad. "Fue imparable. Nuestro sector empezó a crecer mogollón. Pero la gente que empezó más tarde lo tuvo más fácil. Pasaron seis o siete años hasta que nos visitó a nosotros un comercial", señala.

Higiene en la época COVID

Curiosamente, el sector de los estudios de tatuajes son los que menos han tenido que invertir en higienizar sus locales durante la pandemia. "Tenemos en el sector, en general, una base de higiene y prevención muy estricta, así que estábamos acostumbrados", comenta Korti.

Sí que hay ahora en Katattoomba una serie de normas adicionales. "Hemos actualizado conceptos. Tomamos la temperatura antes de dejar entrar a alguien, lavamos la suela de los zapatos y las manos y tenemos un circuito de una sola dirección por el local", comenta. Es tal el despliegue de medios que "vinieron de la inspección de sanidad y fliparon".

Todos los estilos

En Katattoomba se trabajan todo tipo de estilos. "Cuando empezamos la gente venía, cogía una revista de diseños y decía: ‘Quiero este’. Nosotros le dábamos nuestro toque personal", cuenta Korti. Desde muy pronto empezaron también a hacer pirsines y pendientes.

"Antes solo había dos estilos: artístico y tribal. Ahora hay mil. Old School, New School, Realismo, Black and Grey, Dark, Maorí… Tenemos tatuadores especializados en cada uno de esos estilos. Salvo yo, que le pego a todo", señala Korti.

Como es habitual, en este tipo de negocios hay millones de anécdotas que contar. "Hay tantas que no sabría decirte una en concreto. Están los clásicos bajones de tensión y desmayos. Recuerdo a uno que vino a probarse la plantilla del tatuaje y ya se cayó redondo. Y ni siquiera se iba a tatuar ese día", cuenta Korti.

22 son muchos años. "Hemos tatuado a un padre, a su hijo y a su nieto. A veces viene gente y me dice que es el hijo de tal o la hija de cual y pienso: ‘Joder, que mayor voy'", bromea Korti. Este diciembre no habrá fiesta de aniversario. "Las circunstancias son las que son", comenta, pero también avisa: "Que se prepare la ciudad para nuestros 25 años, que la vamos a liar".