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La Montañesa de A Coruña deja de dar leche: "He conocido a muchos vecinos en estos 70 años"
- "Tengo mucho amor al arte, pero se me acabó el arte y el amor", bromea Teresa Seoane horas antes del cierre, mañana lunes 30, de La Montañesa, una lechería de seis metros cuadrados, una de las últimas que permanecía abierta, en el Ensanche
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"Qué pena. Qué pena más grande". El lamento tiene el dolor de las despedidas definitivas y el tono del reproche resignado. ¿Por qué te vas, mujer?, parece quejarse la clienta, que espera en la calle con su perro para que la lechera le acerque una bolla de pan crujiente. "Aún estoy hasta el día 30", le responde como queriendo quitarle hierro al asunto. "Me alegro por ti, pero no por...", deja a medias la frase la clienta y vecina antes de marcharse. Volverá mañana, hasta el día que llegue el cierre de una de las últimas lecherías que quedan en A Coruña: La Montañesa, en la esquina de Pla y Cancela con Cuesta de la Unión, en el Ensanche de A Coruña.
El lunes 30 de diciembre ya no habrá más leche ni pan en La Montañesa. Ni mantequilla, ni yogures, ni patatas fritas de bolsa, galletas, arroz, garbanzos, agua, refrescos y cerveza. María Teresa Seoane Fernández se jubila y con ella desaparece su pequeña tienda de solo seis metros cuadrados, uno de esos establecimientos tradicionales del comercio local que solo quedan (o ya ni quedan) en pueblos y aldeas.
Desde hace 70 años resistía uno en A Coruña, donde la jubilación de otros dueños acabó con más lecherías que ofrecían los productos básicos para la despensa. "Se llama La Montañesa porque para llegar de la ciudad a Curtis, de donde era mi padre, hay que subir la montaña. De allí eran él y un primo hermano suyo que fue quien abrió la tienda. Luego la cogió mi padre, que se fue a una empresa, pero se había casado y se encargó de atender mi madre. Y cuando ella se jubiló me hice cargo yo".
Seoane cuenta el origen de su entrañable negocio, el lugar del que bajaba sus tres escalones todos los días cuando era niña para jugar a la goma y la mariola con otras niñas. Más adelante, trabajaba como administrativa en una empresa, pero La Montañesa, tan próxima, se cruzó en su camino laboral y hasta ahora no ha hecho más que atender a los vecinos desde esa pequeña esquina del Ensanche.
"Tengo mucho amor al arte, pero se me acabó el arte y el amor", ríe asumiendo el momento de la jubilación. Entran clientes cada dos o tres minutos para comprar el pan o la leche cada día. Llaman por su nombre a la mujer, que entrega y cobra apoyada en un mármol blanco que nunca se ha cambiado, junto a un cristal con un papel que informa de que solo se acepta dinero en efectivo, sobre las viejas baldosas que tampoco han encontrado relevo. "Este suelo es eterno, está sobre cemento, no hay quien lo levante si no es con barrena".
Desde su recuncho, Teresa Seoane, que vive a la vuelta de la esquina, ha visto cambiar el barrio y crecer a sus vecinos. Se acuerda del colegio Dequidt y de las Josefinas, detrás de un muro que ya no existe en Pla y Cancela, de cuando Estrella Galicia tenía su fábrica "un poco más abajo", de un local de la pulpeira de Melide, de la leche que traían de la central de Leyma cerca del antiguo Club Financiero para que después los clientes la echaran en sus hervidores, de los bloques de cinco kilos de mantequilla vendidos en trozos.
¿Los mejores recuerdos?, piensa. "Una infancia muy feliz" y haber tenido tan cerca a tanta gente gracias a un trabajo "bonito y sacrificado", de los que hace tiempo permanecían abiertos hasta las diez o las once de la noche. "Siempre me ha gustado el contacto. En 70 años conoces a muchos vecinos, algunos que ya tienen nietos. Miro para atrás y digo, madre mía... Este es un barrio de muy buena gente, pagadora”. El Ensanche, que se queda sin su lechería de toda la vida.