Solía quedarse hipnotizado con la destreza de los carpinteros que se cruzaban en su camino. De hecho, de niño, en el barrio de Caranza de Ferrol, donde nació, pasaba las horas mirando cómo uno brasileño, Venceslao, daba forma a cientos de piezas de madera.

Pero el corazón del ferrolano Serafín Herrero Espiñeira, suboficial retirado de 62 años, siempre estuvo partido entre esta y otra de sus pasiones, la música. Ya de adulto, con más de 30 años, decidió que él también quería tener la oportunidad de entender la música desde un lado diferente al que le habían mostrado en la escuela y empezó a recibir clases de guitarra en la ciudad naval.

Hace cuatro años colgó el uniforme y fue entonces cuando encontró la manera de compaginar desde un antiguo desván convertido en dulce taller las dos aficiones que siempre le volvieron loco: la música y la carpintería.

Desde entonces ha fabricado 12 guitarras, la mayoría eléctricas, en un emotivo espacio abuhardillado rodeado de recuerdos, miles de materiales, planos de guitarras que algún día querría hacer realidad, herramientas, incluyendo una sierra eléctrica de maquetería, y de los instrumentos que tocan sus dos hijas cuando suben al cuarto piso de un céntrico edificio de Ferrol para compartir un rato de diversión con su padre. "Aquí los tres lo pasamos pipa", recuerda. Elena toca la batería, Sara un cajón flamenco a falta de espacio para colocar su preciado piano y él la guitarra.

Una guitarra eléctrica y materiales por el portalón

Lleva 4 años echando todas las horas del día que puede en este pequeño y mágico espacio. "Aún no sé qué me gusta más, si tocar la guitarra o hacerlas. Tener el proyecto en la cabeza, pensar en las piezas que necesito e ir avanzando me entretiene mucho", reconoce. "Necesito tener la cabeza ocupada".

Tanto es así que tampoco fue capaz de aparcar sus aficiones durante sus navegaciones. Por eso, además del macuto con lo imprescindible para pasar meses fuera de casa, cargaba por el portalón con una guitarra eléctrica con la que endulzarse a él mismo y al resto de la dotación los días en mitad del mar y material suficiente como para matar las horas a bordo sin obligaciones inmerso en sus maquetas.

En una ocasión, navegando en el Patiño, hizo una de un metro de largo del navío español San Juan Nepomuceno, con sus casi 80 cañones. "Tenía el camarote lleno de serrín, mi compañero estaba amargado", recuerda con los ojos llenos de nostalgia. "De vez en cuando lo limpiaba para que tuviera sitio para hacer sus cosas". Todos a bordo conocían su afición y habilidad, por eso se encargó de recrear la maniobra de aprovisionamiento del Patiño sobre una metopa que "el barco entregó al rey Juan Carlos I durante una visita".

Una pieza exclusiva en la pared del Avanti

Tiene más de 20 guitarras en el desván, la mayoría hechas por él. "Siempre quise tener una pero eran muy caras", y a lo largo de su vida también deseó estar dentro de un taller. Ya ha conseguido las dos cosas.

Hace tres meses, estudiando frente al ordenador posibles diseños para una nueva guitarra, se dio cuenta de que el escudo del Racing de Ferrol coincidía bastante con la forma de su instrumento favorito. En cuanto corroboró que era posible de alguna forma adaptar ambos perfiles levantó el teléfono para llamar a su amigo y vecino José Luis Quintía, quien hace un año se animó a dar vida al local del antiguo Alhambra, ahora Avanti, convirtiéndose en un referente para los amantes del fútbol y otros deportes.

José le animó, le dijo que era una idea de cine, y así fue como Serafín se embarcó en la aventura de construir dos guitarras eléctricas que simulan el escudo del Racing: una apta para tocar, que sorteará el Avanti, y otra como elemento de decoración, que pronto lucirá la pared de este bar de la calle Dolores.

La primera, a base de madera de abedul con tapa de fresno, está a punto de salir del taller, sólo falta que termine el proceso de secado y montar y ajustar el mástil, fabricado con madera de arce. "El sonido depende mucho del tipo de material que se utilice, y en este caso el abedul proporcionará uno muy ligero y alegre", explica. José, mientras, espera impaciente a poder tener en sus manos las guitarras y sorprender a sus clientes.

Una Rickenbacker pendiente

Se nota que a Serafín no le gusta mucho presumir, pero el caso es que mientras habla lucen en la pared de su taller muchas piezas hechas por él mismo, como una Stratocaster o una Telecaster. Mientras su habilidad le siga siendo fiel no tiene intención de dejar de usar las manos para perfilar y hacer encajar todas las piezas de las guitarras, como la Rickenbacker que ya tiene en mente y para la que ya ha conseguido los planos. También progresa en una de doble mástil.

Con gran humildad, despide a Quincemil mientras baja por la estrecha escalera que lleva a su rincón favorito. Por medio de ellas hay piezas, materiales y muchos cuadros —porque también tiene tiempo para pintar— y hasta un cuenco con trozos de fémur de vaca que darán forma a las cejuelas (parte superior del mástil) de sus próximas guitarras. Cuando llegue la hora les quitará el tuétano, los cocerá y los blanqueará con lejía.

Mientras, desde este rincón cargado de historias, en el barrio de la Magdalena, Serafín seguirá debatiéndose sin muchas ganas de llegar a una conclusión entre qué le gusta más, si tocar la guitarra o construirla.