Quiero contar una historia, pero a ver si me salen las palabras. Bueno, no es una historia como tal. Es un pensamiento íntimo al hilo de algo que vi y excitó mi mente. Una cogitación. El trasfondo de todo esto es una especie de transmutación consciente. Un caer del guindo retardado. Una toma de consciencia sobrevenida, o tal vez una inconsciencia mantenida a lo largo de los años por efecto de los automatismos de la profesión o quizás el aletargamiento que llega a producir cualquier oficio ejercido sostenidamente en el tiempo a lo largo de muchos años, que cuando no desarrolla importantes cargas de estrés, produce embotamiento y tira ‘palante. Sin más. Pero el caso es que ha llegado el momento de enfrentarme a ese interrogatorio: La cuestión es: ¿Por qué escribo música para niños?.
Llevo años componiendo por encargo o de motu proprio música infantil, ya sea en formato didáctico o audiovisual y como anécdota siempre me ha parecido en general que somos demasiado condescendientes con ellos. Los niños, digo. Vamos, que pueden mucho más. Me decía que en nuestro entorno más cercano, la música pop, a lo largo de los años, se fue consolidando como el estilo musical que ocupa cerebros en edades cada vez más tempranas. Ato cabos y llego a la conclusión de que es la sociedad adulta la que está sometida a un cierto proceso de infantilización, pues ese estilo musical está perfectamente al alcance de nuestras generaciones más jóvenes.
Al menos a mí, en su momento, fue la música beat/ligera/pop/popular, como quiera que la denominaran en su tiempo, la que me abrió los oídos. Dylan, Beatles, hasta incluso Jorge Cafrune. Y si hablamos de más cerquita: Los Angeles, Los Íberos, quizás Los Brincos, Relampagos, Canarios o Pekenikes. Qué yo recuerde. Poco a poco, a través del R&R y nuevas variedades de músicas llegadas del otro lado del Atlántico, fui avanzando en mis preferencias hacia otros estilos. Pero el tema es que mi generación tuvo la oportunidad de descubrir esas músicas como algo nunca oido, excitante y motivador a esa edad tan temprana. Y fue suficiente. En ese momento, como infantes, no necesitábamos una música expresamente compuesta para nosotros. Nos colmaba ese descubrimiento. Al menos así me lo pareció en su momento.
Pasó el tiempo y mi relación con la música para niños era de tal guisa que cada vez que me sumergía en un encargo, quizás pecando un poco de compositor pomposo y serio que me consideraba, intentaba llevarlo a cabo siempre de la forma más apropiada y excelente posible. Ponía todos mis recursos al servicio de la tarea encomendada, siempre de forma prolija y concentrada sin dejar nada al albur. Vaya, que me dejaba la vida en ello. Y siempre tratando de subir un peldaño la calidad de esa música dirigida expresamente a los niños. Y además la disfrutaba. Me divertía. ¿No seré yo un poco infantil?. Pensaba. Tal vez no era yo muy consciente de por qué, después de todo, me llenaba tanto ese trabajo, al fin y al cabo yo era un músico de jazz y compositor de música, digamos, “adulta”.
Hasta que un día, no hace hace muchas semanas, viendo de forma atolondrada y casual un documental sobre la Camorra en TV2, un pasaje me sacó de mi letargo. Hablaban de Scampia, una ciudad dormitorio a 7 km. de Nápoles donde existe una urbanización o barrio llamado Las Velas, considerado hacia el año 2004 el mayor supermercado de droga de Europa. En ese pasaje del documental Camorra Millenial, que así se llama, nos muestra el testimonio de Davide Cerullo, un ex-camorrista de entre 30 y 40 años que expresa sin tapujos cómo en su momento fue niño de la Camorra educado con rabia y frustración sin referencias de personas adultas en las que apoyarse. “La rabia se transforma en violencia y se termina convirtiendo en tu estilo de vida”. En una frase conmovedora nos habla de que él nunca tuvo libros de hadas que poder leer y vencer así a sus monstruos o dragones en la edad justa en la que debería haberlo hecho, y de este modo, poder crecer con más recursos hacia una madurez sana. “Cementerio de infancias perdidas”, llama a su barrio. Mientras todo esto sucede, una tonadilla salida de la boca de un cantautor que desconozco pero que me recuerda a Paolo Conte (intuyo que debe de ser un artista local y disculpad mi torpeza si no es así) dice: ”…donde la musica no sale de una viola si no del frío tambor de una pistola…”
Davide ya de adulto, habiendo cumplido condena por sus crímenes, dedicó y dedica todas sus energías a crear y gestionar de forma humilde con los poco recursos a los que tiene acceso, una biblioteca infantil en la misma urbanización de Las Velas. Toda su energía está centrada en poder así ofrecer una oportunidad a las siguientes generaciones de niños del barrio. Es un camorrista arrepentido, pero que tiene claro lo que hace y por qué lo hace.
Justo ahí caí del guindo. Yo, sin embargo, soy un músico feliz de serlo que por momentos pierde el norte. ¡Ah!, pero nunca es tarde. Ahora entiendo por qué son tan necesarios los contenidos infantiles. Claro que hay que crear formatos específicos para niños. En la música y en la no música. Siempre, más y más. Por un instante y por mor de mis preocupaciones diarias casi dejo de saber por qué lo hacía; por qué disfrutaba tanto. Que yo siga sosteniendo que debemos elevar el nivel de la oferta, que somos un poco condescendientes con ellos puede ser significativo, pero no determinante. Lo bueno es crear nuevos contenidos naturalmente adaptados al tiempo que les toca vivir. Estoy seguro que las nuevas infancias, en cuanto a comprensión musical se refiere, han heredado las habilidades que en edad temprana hemos sido capaz de moldear en nuestros cerebros las generaciones anteriores: sus padres. Por sedimentación, o bien por acumulación. Tal vez alguna generación esté sufriendo un bajón puntual por motivos ahora mismo difíciles de analizar y que no vienen al caso, pero a largo plazo estamos yendo a más.
Las hadas y los duendes, cuando aparecen, siempre van acompañadas de música. ¿O me lo estoy inventando? Ahora mismo me está viniendo a la cabeza un álbum de Chic Corea en su etapa más programática editado en 1976 llamado The Leprechaun.