Todavía nos dura la resaca por las imágenes del último fin de semana. Muestras de egoísmo e irresponsabilidad que hieren profundamente a los profesionales sanitarios, que no tenemos la posibilidad de mirar a otro lado ante las consecuencias de la covid-19. Sin embargo, la indignación puede provocar un análisis sesgado. Algo falla si sales a emborracharte cuando puede costarte tu salud y tu vida, o la de tus seres queridos. Junto al egoísmo podría estar, enmascarado, el sufrimiento. La irresponsabilidad se corrige con multas. El sufrimiento requiere un abordaje mucho más complejo.
La realidad de la pandemia nos exige diálogo y recuperar el espíritu de cuidado con el que superamos marzo de 2020. El diálogo requiere un clima que en Galicia ha sido facilitado tanto por la ciudadanía como por las instituciones, por gobierno y por oposición. Quizá sea uno de los ingredientes que explican nuestras cifras en la pandemia (dramáticas aunque no tan malas). De esto podemos estar orgullosos.
No podemos dejar que los que más gritan impidan que prestemos atención a quienes sufren en silencio. Más allá de las imágenes, la situación de la salud mental entre adolescentes y jóvenes es muy mala. Comparable a la “epidemia” de droga de hace 40 años. Ante este sufrimiento lo meramente asistencial no es suficiente. Necesitamos adoptar medidas de calado ahora para contar con una sociedad decente en el futuro. Sin embargo, si descuidamos lo asistencial, cualquier otra medida será inútil. ¿Se puede empezar la rehabilitación si el paciente está sangrando?
Ojalá se hubiera escuchado a tiempo el mensaje de las organizaciones de la Psicología Clínica y pudiésemos contar con especialistas de nuestra disciplina integrados en todos los equipos de Atención Primaria de la sanidad pública. Habría dotado al sistema de una capilaridad que hubiera permitido afrontar esta crisis de una forma más ágil. Desgraciadamente no contamos con ello y tenemos que trabajar con la realidad que tenemos, no con la que nos gustaría.
Lo alarmante es que son las arterias del sistema, las Unidades de Salud Mental, las que están saturadas y, en algunas áreas sanitarias, ya obstruidas. Con una demanda asistencial hasta cuatro veces por encima de su capacidad ya no sirve, como antes de la pandemia, citar a los pacientes más graves fuera de agenda, en el tiempo para tareas administrativas y coordinación de equipos. Estamos en una situación que dificulta ayudar a la ciudadanía y está dañando a los propios profesionales.
Urge reforzar las plantillas de las Unidades de Salud Mental, el corazón del sistema. No solo con especialistas en Psicología Clínica, perfil con déficit histórico en Galicia. Vamos a necesitar también más especialistas en Psiquiatría, más personal de Enfermería especialista en Salud Mental y más profesionales de Trabajo Social. Si no hay espacio físico por las mañanas habrá que habilitarlo o abrir también por las tardes, pero el incremento de personal es irrenunciable.
Y no hay demasiado tiempo. No solo porque el malestar social lo exige. Los recursos humanos son limitados y no sería deseable revivir situaciones avergonzantes, como aquellas peleas entre gobiernos por conseguir mascarillas al principio de la pandemia. Con la dificultad añadida de que los especialistas en Salud Mental no se fabrican en China.
Si aplicamos la agilidad con la que se ha gestionado la vacunación a la atención a la Salud Mental, estaremos a la altura.