Yo, como me debo a la música, y en su estela busco amparo, propongo la creación de un “ministerio de la verdad”. O lo soñé o es que me suena de haberlo oido mencionar hace poco. Alguien me comento algo al respecto. En Finlandia quizá, alguien tuvo a bien proponerlo antes que yo. Y es que, es verdad que soy fan incansable, ingenuo y a la vez insensato de la razón hasta donde me alcanza, y ojalá fuese quien de ilustrar de forma tan brillante como sólo Melville es capaz de relatar cual ensoñación mítica: “Pero todos estos necios argumentos del viejo Sag Harbour sólo revelaban el necio orgullo de su razón, cosa tanto más reprochable en él cuanto que tenía muy poca instrucción, salvo la que había recibido del sol y del mar. Digo que sólo muestra su orgullo necio e impío, su rebeldía demoníaca, abominable, contra el reverendo clero. Porque en esta idea de que Jonás llegara a Nínive por la vía del Cabo de Buena Esperanza un sacerdote portugués vio una señalada magnitud del milagro general”.
Mienten, todos los días, los unos y los otros; sin mesura. Por supuesto que la sinceridad total no es buena. Ni posible, pues alteraría nuestro sentido de la comunicación y comprensión del intertexto. No, tampoco hablamos de las mentiras oficiosas o piadosas. Pero una cosa es eso y la otra es mentir a la cara con proposiciones claramente falsas y rápidamente refutables. Mentir para confundir, mentir descaradamente aun a sabiendas de la existencia de registros en el sentido contrario antedichos por uno mismo. Mentir para sacar partido de la propia trola. Para algunos, extender paparruchas por el mundo es axioma de “libertad” y cada uno difama lo que quiere. Utilizar las redes sociales como autopistas de las fake news –que el anonimato nos ampara y a quién le importa si yo doy pábulo a mis frustraciones y soledad en forma de infundio- está a la orden del día. La desinformación avanza y amenaza lacerante y paulatinamente nuestro bienestar.
Insisto: Quien tenga la necesidad apremiante de subjetivar que se meta a músico, dramaturgo, literato, cineasta o story teller; lo que sea. Pero hay ámbitos en los que los ciudadanos necesitamos certezas. Nada de comités de expertos sometidos a la interpretación ulterior de políticos, al fin y al cabo ciudadanos de a pie, como usted y como yo. Certezas.
La sanidad por ejemplo.
Cómo nos resulta extraño el constatar que toda la comunidad científica y universitaria a nivel mundial, a la que se le supone vinculada de forma casi universal y unánime en la difusión de sus conocimientos, no se pone de acuerdo en algo en lo que todos suponemos sólo tiene una dirección: la de los hechos comprobados y constatados objetivamente. Aquí y en China. En todos lados. Incluso aunque parámetros de clima, latitud, edad, riqueza, etc, lo que se nos ocurra, actúen como posibles variables concomitantes pero a su vez tenidos en cuenta. Quizá, lo que no ayuda sea el uso interesado que se hace de esa información. Incluso por parte de los que tienen la labor de difundir dicha información de forma cabal, honesta y sosegada.
La justicia: otro ejemplo.
Donde los más variados sistemas democráticos del mundo se afanan en buscar soluciones en pos de mejoras en sus mecanismos de objetivación, concepto clave en este ámbito de la vida en sociedad. Pero claro, en el tema de la justicia en este país, y por extensión en el resto de las democracias afines, funciona como cerebro enfermo; las defensas de los intereses creados y privilegios adquiridos que el propio organismo, la Justicia, desarrolla en forma de inhibidores se encargan de impedir que la proteína de la igualdad y la verdadera justicia llegue de forma adecuada y en su proporción justa a nuestras neuronas y que estas se puedan desarrollar de forma saludable y normalizada. Por el bien común.
Alguien dirá: bueno es que siempre hay intereses políticos de por medio. Vale, lo sé. Personales y de clase. Obvio. Por lo cual propongo combatir precisamente eso. Que no haya intereses políticos donde no deba haberlos. Tenemos terreno de sobra donde la política como modo de entender el mundo puede y debe actuar a sus anchas. Pero no ahí. Y ya sé que aparenta ser un brindis al sol. Pero lo cierto es que ya algunas personas lo han propuesto. Eso y muchos otros deseos excitantes a medio y largo plazo en espera de una maduración social suficiente. No hablamos de cosas inocuas como por ejemplo el futbol, donde por cierto, incluso ahí se han dado pasos para intentar objetivar y acercarse lo más posible a la equidad. Hablamos de cosas básicas y fundamentales en el día a día de las personas, que afectan a mucha gente, y donde por poco que hagamos, objetivar cada vez más va a ser sinónimo de justicia. Descartando y alejando lo más que podamos de estos ámbitos, la opinión personal e impertinente como respuesta a algo que nadie les ha preguntado. Afinando, y universalizando los mecanismos y conceptos que pongan coto a la mentira abyecta, interesada y susceptible de ser controlada.
Una vez que nos hayamos puesto de acuerdo en resolver el tema de los parámetros para llevarlo a cabo, seremos capaces de crear el “ministerio de la verdad”. Con su portavocía, sus secretarios, subsecretarios y funcionarios. Pero sin opinión. Porque lo que se demuestre a carta cabal que es falso siempre será falso al margen de lo que usted sienta y opine.
¿Y la música?. En este caso, la música sirve para mentirme; escucho el mismo tema una y otra vez, y a cada escucha me dice cosas distintas. ¡Miénteme arte!