En 1981 España sufrió un intento de golpe de estado. Yo tenía 4 años (aproximadamente la edad de mi hija) y no tengo absolutamente ningún recuerdo propio pese a la importancia del momento. Sin embargo, recuerdo perfectamente cuando durante el especial de Fin de Año de 1987, yo tenía 10 años (aproximadamente la edad de mi hijo), a una cantante italiana llamada Sabrina se le salió un pecho en plena actuación en lo que después derivaron en llamar “robado pactado”. Puede ser cosa de la edad o que una cosa me interesase más que la otra (no lo voy a negar) pero lo cierto es que uno de esos recuerdos ha sido almacenado como vivido y otro como aprendido, pero ambos están registrados en mi cerebro más de 30 años después. ¿Cómo? ¿Por qué?
Nuestro cerebro registra miles de recuerdos cada día, muchos de ellos destinados al olvido a los pocos segundos, minutos u horas. Sin embargo algunos recuerdos perduran para siempre y nos acompañan en nuestra memoria a lo largo de nuestra existencia, incluso marcando nuestra personalidad.
Existen tres criterios para el almacenaje a largo plazo de recuerdos en el cerebro: La utilidad (ej. cruzar cuando el semáforo está en verde para seguir vivos), la emocionalidad o intensidad (ej. el primer beso) y la repetición del estímulo (ej. la tabla de multiplicar). De todos ellos, la repetición es uno de los mecanismos mas potentes para transformar un recuerdo a corto plazo (destinado a olvidarse) en uno indeleble a largo plazo.
La repetición de un evento para convertirse en un recuerdo a largo plazo puede ser ocasionada por la vivencia continuada de la situación (ej. las veces que mi madre me decía “¿crees que soy el Banco Pastor?”) o lo que denominamos re-evocación, es decir, cuando nuestro cerebro llama de nuevo a un recuerdo, aunque este sólo haya pasado una vez (ej. cuando re-imagino la fiesta sorpresa por mi 40 cumpleaños).
Sin embargo, en contra de la creencia popular, el cerebro no es simplemente un almacén o un disco duro que archiva recuerdos ordenados; la realidad es que se parece más a un plató de Hollywood en el que se ruedan y reconstruyen películas a partir de unos cuantos fotogramas dispersos que vamos pegando en un guion en el que el pegamento es muchas veces lo que nos cuentan otros de esos momentos.
Gracias (o por culpa de) la plasticidad del cerebro, la memoria se forma por un mecanismo complejo que implica no solo nuestros recuerdos ciertos, sino la reconstrucción e interpretación de otros para conformar una escena completa que no siempre es la real. En otras palabras, al recuerdo base de nuestra percepción propia se suma lo que otros nos transmiten sobre lo vivido e incluso sensaciones que aún no vividas suponemos relacionadas para conformar una película más o menos congruente de lo sucedido pero que no tiene que coincidir siempre con la realidad exacta.
Las referencias a un recuerdo distinto a nuestra perspectiva (ya sea por medio de conversaciones con otros o a través de los medios de comunicación que propagan una idea diferente) modelan los recuerdos originales creando a veces recuerdos inexistentes o inciertos. La construcción de un falso recuerdo de tan frecuente que son los estímulos externos e internos sobre él es lo que se conoce como “efecto Mandela” (ej. en Star Wars nunca se dice "Luke, yo soy tú padre", a pesar de que todos identificamos en nuestra memoria la frase como icono de la saga).
Este escenario complejo de conformación de nuestra memoria, acentuado aún más en edades tempranas, me lleva de nuevo a la pregunta inicial: ¿Qué recordarán mis hijos de toda esta pesadilla que llamamos coronavirus?
Dentro de la memoria a largo plazo, lo vivido en la pandemia entrará a formar parte de la llamada memoria declarativa y, dentro de ella, de la denominada memoria episódica que aglutina recuerdos relacionados con sucesos específicos vividos y que podemos recuperar (evocar) de una manera consciente. Aunque intervienen diferentes zonas del cerebro, esta película se genera en una pequeña y protegida región del cerebro denominada hipocampo y se almacenará para perdurar en el tiempo en la corteza prefrontal del cerebro.
Dando por supuesto (que es mucho decir) que el COVID19 será un momento agudo en nuestra historia vital y no se volverá a repetir (ojalá), al menos tal y cómo lo hemos vivido (confinamiento, vacunación, crisis sanitaria, etc), dentro de sus condiciones de almacenaje entrará en juego el factor re-evocación, es decir, qué, cómo y con qué frecuencia nuestro cerebro repetirá el recuerdo de esta historia; es decir, cuantas veces veremos en diferido la película. Por ello, lo que nuestros hijos recuerden de esta crisis, sobre todo si su edad es inferior a los 15 años, será en parte responsabilidad nuestra. Todo es culpa de la plasticidad cerebral y de lo que en psicología se llama sugestibilidad.
Si tu hijo tiene menos de 5 años, es más que probable que no recuerde absolutamente nada mas allá de lo que escuche o vea en un futuro sobre la pandemia interiorizándolo como propio.
Si tiene entre 5 y 10 años (como los míos), probablemente sólo recuerde algunos flashes extremadamente puntuales e inconexos como que tuvieron que quedarse encerrados en casa y papá les regaló una consola. Tendrán que aprender a unir esos momentos a partir de lo que escuchen de nosotros o de terceros (de ahí la importancia de los medios de comunicación) para generar un relato completo y coherente.
Si le transmitimos a nuestros hijos el confinamiento como una experiencia traumática y triste, ellos combinarán esas sensaciones con sus recuerdos base y la película será un drama (pese a la consola). Si por el contrario, les estimulamos con escenas alrededor del compromiso social, de cómo hacíamos zumba en casa o de cómo los padres nos tuvimos que reconvertir en profesores improvisados puede llegar incluso a tener tintes de comedia.
Si tu hijo tiene entre 10 y 15 años, probablemente será capaz de construir un relato más realista y conexo pero seguramente muy focalizado en sus preocupaciones vitales a esa edad. Recordará probablemente momentos críticos y repetidos como salir a la ventana a aplaudir o el uso de la mascarilla, pero es muy probable que su recuerdo se entremezcle con otras de sus prioridades en ese momento como que no pudo jugar al fútbol o quedar con sus colegas durante una temporada. Tendrá que aprender, en base a lo que escuche o vea alrededor, cuál fue la importancia real de ese momento y cuáles fueron sus detonantes y consecuencias para asentar el recuerdo con la importancia debida.
Tenemos todos la gran responsabilidad de explicar coherentemente esta historia a nuestros pequeños, porque los recuerdos a largo plazo que generen estarán en parte influidos por ello. Generemos recuerdos alrededor de cómo la humanidad, por una vez, se organizó para mantenerse a salvo, para luchar contra un enemigo microscópico, para alinear a miles de científicos alrededor del mundo en el desarrollo de una vacuna y, de este modo, conseguiremos una memoria colectiva motivadora en nuestros hijos.