Cuando era pequeño mis padres nunca me contaron un cuento. Puede que no supieran ninguno o más probablemente que no encontrasen demasiado tiempo para poder hacerlo mientras intentaban construir un futuro más fácil del que ellos tuvieron para mi hermano y para mí, pero el caso es que quizás esa sea la causa de mi adicción compulsiva actual a la literatura infantil contemporánea, llena de grandes verdades y conceptos claros sobre la amistad, la familia o la importancia vital de la imaginación, la ilusión y la creatividad.
Tras devorarme los libros de mi admirada Érica Esmorís, cuento los días para que mi amiga Sabela Fernández Trelles, maestra, innovadora y escritora publique en octubre con Edicións Xerais su nuevo libro, que lleva por título una pregunta que nos ha acompañado desde la niñez y que yo, sinceramente, aún estoy intentando responder: “Que queres ser de maior, pequena?”
Yo cuando era pequeño solo quería ser mayor, mejor dicho, quería ser grande. Ahora que soy mayor (grande aún no) de momento sólo he descubierto lo que no quiero ser (pero me llega) y una de esas cosas en las que no estoy dispuesto a convertirme es en un cuentista más que no mira de frente a la realidad que le rodea: ¿qué podrán ser de mayores nuestros pequeños?
La semana pasada se publicó el último informe del Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España. Los datos sobre el presente de nuestros jóvenes dan mas miedo que la saga completa de REC y, por desgracia, no es ciencia ficción. Sólo el 15,8% de los menores de 30 años han logrado independizarse en 2020, la tasa de emancipación más baja desde 1999. Así, según un estudio complementario del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 55% de los jóvenes menores de 30 años viven aún con sus padres, alcanzando la edad media de emancipación en España los 29,8 años, una de las más altas de la Unión Europea.
La principal barrera para la independencia es, no hace falta ser muy inteligente para suponerlo, la perjudicada situación laboral y la precariedad económica a la que se tienen que enfrentar nuestros jóvenes a la hora de comenzar a construir su trayectoria profesional. Si la situación anterior a la pandemia ya no era alentadora para la juventud, la crisis del COVID19 provocó una reducción en la oferta de empleo del 41,9% en 2020, llegando incluso al 70% durante el confinamiento. Mientras que entre los mayores de 30 años, la tasa de paro en el último trimestre del año 2020 fue del 16,1%, para los menores de esa edad fue del 30,2%.
Si reducimos la franja de análisis a los menores de 24 años (donde la tasa de paro pre-pandémica ya era del 31,5%) nos encontramos con que a finales del año pasado el 42% de los jóvenes de esa edad estaba en situación de desempleo. Dicho incremento triplicó al experimentado por los mayores de 25 años.
Según los últimos datos de la Encuesta de Población Activa, nuestra tasa de paro entre los menores de 24 años alcanza actualmente el 38%, lo que coloca a España en el deshonroso primer puesto del ranking de la Unión Europea.
Por si fuera poco, el escaso crecimiento de empleo experimentado entre los jóvenes es, además, mayoritariamente temporal, con una tendencia más agudizada aún que la previa a la pandemia. Mientras que la tasa de contratos temporales entre los mayores de 35 años fue del 18,4% entre el segundo y cuarto trimestre de 2020, en el caso de los menores de esa edad aumentó desde el ya exagerado 42% a un abrumador 52%.
El futuro, pese a lo que pregonan muchos cuentacuentos con poder, no tiene perspectivas de mejora rápida. El presupuesto dedicado por el Gobierno central a las PAE (políticas activas de empleo) se ha reducido en un 14% durante la crisis del COVID19, debido principalmente a la necesidad de usar ese dinero para financiar los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) y el aumento en los subsidios por desempleo. No existen tampoco políticas de fomento de la contratación juvenil específicas en este nuevo escenario económico y social que faciliten de manera efectiva la incorporación de talento joven en las empresas, ni nuevos apoyos al emprendimiento distintos a los que ya había antes del maldito coronavirus.
Según uno de los últimos informes publicados por la OCDE, la recuperación de la actividad económica y del empleo que estamos experimentando en el 2021 y la proyectada para el 2022, consecuencia de la reactivación post-vacunación, no serán suficientes para alcanzar el nivel pre-COVID en cuanto al PIB per cápita y tasa de empleo antes del año 2023 como muy pronto, siendo además los jóvenes no solo uno de los colectivos más afectados por la recesión económica sino de los menos/mas lentamente beneficiados por dicha recuperación.
Con este triste escenario, lleno de fábulas y promesas incumplidas, la dificultad de crear un buen futuro para nuestros pequeños será cada vez mayor y con ello, nuestro propio futuro será tan solo un mal cuento.