Esta semana he tenido que hacer uso de él varias veces, a nivel personal y también profesional. En varias ocasiones consciente de mi plena culpabilidad, en otras para desatascar situaciones que auguraban problemas mayores que una disculpa. En algunos casos fue solución a un malentendido y en otros quedará la huella por no haber llegado quizás a tiempo.
“Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”. El que escribió esta tan breve como famosa disculpa “real” (en todas sus acepciones) resumió a la perfección algo tan difícil como sano: pedir perdón.
“Lo siento mucho”: La empatía es la primera condición de cualquier perdón. Para disculparse es necesario entender que nuestros actos han herido, intencionadamente o no, a alguien y que, probablemente nosotros, en su situación, también nos habríamos sentido heridos. “Sentirlo” nos pone en el lugar de aquellos a los que afectamos y es lo que nos lleva a entender realmente la necesidad de disculparse.
“Me he equivocado”: Reconocer toda o parte de nuestra culpa es indispensable para que la parte afectada entienda que asumimos nuestro error aún cuando pueda haber sido cometido de forma involuntaria. Esta frase implica el análisis del error cometido, identificando y asumiendo la responsabilidad completa o parcial de la situación, por lo que su reconocimiento no siempre es inmediato y requiere de un tiempo suficiente de reflexión (a veces demasiado).
“No volverá a ocurrir”: La enmienda, el tratar de intentar que los errores sean siempre nuevos pero no repetitivos es fundamental para el olvido. De nada sirve un perdón, por muy grandilocuente que este sea, si al cabo del tiempo tropezamos en la misma piedra con idéntica equivocación. Esforzarse en considerar lo que puede molestar o afectar a otro para tratar de que no vuelva a suceder es la garantía que sella un perdón que dure lo suficiente hasta que la equivocación cometida se borre en el olvido.
Lo sé, el error no siempre es individual y habitualmente las 2 partes han cometido equivocaciones para llegar a esa situación. Pocas veces tenemos razón en todo al igual que pocas veces estamos absolutamente equivocados, pero ello no debe bloquear la necesidad o la importancia de pedir un perdón a tiempo. El orgullo es un arma de doble filo que nos empuja a defender nuestra postura aún a riesgo de que lo que perdemos sea mayor que lo que cederíamos y enrocarse en “mi parte de razón” puede enquistar un error hasta hacerlo indeleble. Yo, casi siempre prefiero disparar mi perdón primero porque un “lo siento” a tiempo tiene el maravilloso efecto, en la mayoría de los casos, de conseguir que la vida te regale un “y yo también”.
En los últimos años he tenido que pedir muchísimos perdones aunque algunos es probable que no hayan llegado a la velocidad adecuada. De lo que estoy seguro es de que se me han quedado muchos más por pedir, así que, a ellos y ellas: “Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”.