Esta noche he soñado con Amancio Ortega, Elon Musk y Jeff Bezos. Los tres estaban sentados alrededor de una mesa mientras yo disparaba millones de preguntas sobre sus éxitos y el camino para alcanzarlos, tratando de encontrar las claves que me pudiesen llevar a parecerme a ellos y aparecer a su lado en la próxima lista Forbes.
De repente, Bezos interrumpió mi interrogatorio y dijo:
– Pedro, ¿Qué estás buscando? tú y yo tan solo tenemos una cosa en común, el tiempo. Todos, ricos y pobres, disponemos del mismo saldo de horas en nuestra cuenta corriente de cada día.
Elon se desternillaba de la risa al ver mi cara de perplejidad ante tal sentencia y añadió:
– El tiempo es la única cosa realmente democrática que encontrarás en la vida, amigo mío y ambos tenemos la posibilidad de poder emplearlo y distribuirlo de manera inteligente.
Le di un trago al vermú para superar el shock de asimilar una realidad tan simple como verdadera, hasta que conseguí replicar:
– Sí, pero no todos tenemos la posibilidad de aprovecharlo de la misma forma, porque el dinero os permite el acceso a muchos placeres y privilegios que otros soñamos conseguir.
– Cierto – contestó Amancio – no podemos emplearlo del mismo modo, pero sí solemos desperdiciarlo de manera similar y eso, no depende del dinero… Todos intentamos invertir nuestros ahorros en cosas o actividades que nos permitan ser o sentirnos mejor para, en definitiva, tratar de acercarnos a esa utopía que llamamos “felicidad”… pero, ¿regalarías tu dinero a cambio de nada? … entonces, ¿porqué desaprovechas tu tiempo regalándole minutos a personas, ocupaciones o preocupaciones que no te llevan hacia delante?
Me desperté sobresaltado, aún con el eco de esa última frase en mi cabeza, pensando en que, con todo el día por delante, yo era hoy tan rico como ellos y que de mí dependería qué comprar con al menos parte de los 86.400 segundos de mi saldo bancario diario.
Decidí comenzar la mañana invirtiendo un rato en despertar a toda mi familia para contarles mi fructífera conversación nocturna y lo millonarios que éramos recién comenzaba el día mientras me miraban con cara de “definitivamente, este tío se ha vuelto loco”.
Invité a Martín y Vega a desayunar en la Marina y, mientras estábamos sentados, pasó Amancio (el de carne y hueso) paseando a un perro. Como un acto reflejo le sonreí, en la confianza de haber compartido un vermú con él esa misma noche. Él, me devolvió la sonrisa, cómplice de nuestro secreto compartido.
Solo hay una cosa que ninguno de nosotros podremos adquirir con dinero: más tiempo para poder disfrutar de cada día que estamos vivos.
Esta noche, Elon, Jeff, Amancio, tú y yo estaremos llegando a números rojos a la vez, pero mañana, afortunadamente, todos volveremos a ser igual de ricos.