En 1929 abría por primera vez sus puertas el “Salón de Baile Xuanón”, un lugar en el escaparse por unas horas de una realidad en ebullición al compás de los ritmos de Pucho Boedo o de Antonio Mallo y su orquesta.
Tras la Guerra Civil, la necesidad de evasión de un escenario desolador se hizo aún más acuciante así que, pese a todo, el baile continuó en el salón bajo el nuevo nombre de “El Seijal” (en alusión a “Seixo” o “Seixal” por el abundante mármol blanco) cruzando miradas de complicidad entre muchos de los que posteriormente se convertirían en nuestros abuelos.
A mediados de los años 50, Carlos Lafuente heredó de su padre las riendas de la gestión del local con una visión moderna y una apuesta decidida por el espectáculo en directo que terminaron convirtiendo a “El Seijal” en el gran templo gallego de la música en vivo durante la década de los 60 y los 70.
Una plantilla que llegó a los 40 empleados, tres pisos con recargada decoración art déco y una terraza ajardinada al aire libre por la que tus padres probablemente, además de las miradas y bailes, hayan cruzado roces al son de un mambo de Pérez Prado (imposible escucharlo sin recordar a mi padre), las canciones de “Los Satélites” o de alguna de las casi 250 orquestas que existían en Galicia por aquel entonces y muchas de las cuales, actuaban, una vez terminado el periodo de verbenas veraniegas en el “El Seijal”.
Además de orquestas, por el innovador escenario giratorio de “El Seijal” circularon en aquel entonces estrellas del calibre de Joan Manuel Serrat (previa revisión del repertorio por parte de la benemérita franquista), el Dúo Dinámico, Los Brincos, Las Grecas, Nino Bravo e incluso Julio Iglesias y también representantes internacionales como Raffaela Carrá o los Pop Tops (con su one hit wonder “Mammy Blue”).
Así fue como “El Seijal” se convirtió en la catedral de la música en directo para varias generaciones, aunque quizás el momento más recordado haya sido cuando, en agosto de 1967, Raphael paralizó la ciudad con su concierto en la sala de fiestas al que asistieron, desde un palco construido ex professo, las nietísimas de Franco que se encontraban veraneando en el no muy lejano Pazo de Meirás. El artista terminó tirando la corbata, que fue vendida troceada a veinticinco pesetas la porción.
Los 80 y una renovada luminotecnia provocaron la metamorfosis de la sala de fiestas en discoteca en la que el baile, como no, se siguió combinando con grandes actuaciones y conciertos como el de Miguel Ríos o Los Ilegales en 1984. Sin embargo, el florecer de otras discotecas como “Oh, La, La” o “El Bosque” a finales de la década fue menguando poco a poco la asistencia regular a “El Seijal” y concentrando los esfuerzos de la sala en cenas baile y grandes fiestas que se hicieron imprescindibles como el “baile de disfraces” de los carnavales (en uno de ellos fue cómo yo la conocí).
En navidades, se organizaban fiestas para los hijos de los empleados de las grandes empresas coruñesas como la refinería, en las que se repartían regalos ante la presencia de grandes estrellas invitadas de la época como Torrebruno, los payasos de la tele o Bigote Arrocet (sí, ese exnovio de María Teresa Campos).
“El Seijal” y su baile resistió a los vientos del huracán Hortensia, que se llevó volando la cubierta del palco de verano en 1984 o al choque de un camión contra su fachada en 1991. Su nombre sobrevivió en nuestra mente colectiva incluso cuando en 1996, una conocida cadena de discotecas intentó rebautizarla como “Penélope”.
La música paró en marzo de 1997, pero no su esplendor, que bajo el mimo y cuidado de la viuda de su visionario propietario, fallecido en 2003, fue escenario para la grabación de varias películas y series la última de ellas, “Os Atlánticos”, una producción de la TVG que rememoraba la trayectoria de una ficticia orquesta de verbenas de esas que tantas veces y durante casi 70 años acogió.
Desde hace tiempo hay varias propuestas al Ayuntamiento de Cambre avaladas por el interés de la familia propietaria para el reacondicionamiento del inmueble, todavía intacto en su interior, en un espacio sociocultural en el que volver a combinar ocio y música. Mientras tanto, padres y abuelos de A Coruña y sus alrededores miran con melancolía cuando pasan por el cruce de caminos entre San Pedro de Nós y O Temple – O Burgo, recordando el templo en el que el baile y la música en vivo eran la verdadera religión.