“En una empresa, nadie es imprescindible”. Siempre he odiado esa frase, mezcla de advertencia y amenaza velada pero tan cierta como que mis arrugas ya no son solo de expresión. Precisamente, con las arrugas que da la experiencia acumulada a lo largo de estos casi 20 años de profesión y mi visión multiempresarial (la manera elegante de decir que he cambiado mucho de trabajo) debo admitir que, ciertamente, todos somos laboralmente prescindibles.
He compartido profesión con personas que consideraba ciertamente necesarias (en el sentido más halagador de la palabra), con capacidades inimitables por ningún otro ser humano, animal o cosa. Otros (seguramente menos), que han coincidido en el espacio-tiempo laboral conmigo, me han llegado a manifestar que no contemplaban una determinada empresa o institución sin mis capacidades por allí. Nunca sabré si esto último era sincero o un cumplido banal, pero lo que sí te puedo asegurar es que al cabo del tiempo, esa empresa o esa institución les acabó o me acabó sustituyendo y continuó su camino recuperando o incluso mejorando el hueco profesional que otrora ocupó ese compañero/-a, ese jefe/-a o yo mismo.
Durante un tiempo, en mis propias empresas me empeñé en sustituir perfiles profesionales que consideraba vitales por versiones fotocopiadas e incluso, cuando tuve que sustituirme a mí mismo, en un trance digno del doctor Frankenstein, traté de crear un clon a mi imagen y semejanza sin darme cuenta de que la belleza y el valor que esconde la diversidad, la complementariedad y la “unicidad” (ni siquiera estoy seguro de que esa palabra exista). Tardé en darme cuenta que lo que necesitaba mi empresa no era un yo, sino un Él o Ella que tuviese otras capacidades, otros conocimientos u otras formas de conseguir las cosas. La nueva persona será obviamente diferente, mejor o peor en determinados aspectos que su predecesor/-a y con sus fortalezas o carencias con respecto a él o ella, pero lo más probable es que tras un tiempo de adaptación, la empresa se mantendrá viva. Aprender esto, no fue un proceso sencillo ni exento de dolor, pero una vez encontrado, comprendí que ciertamente incluso yo, que había sido el líder de esa iniciativa, era (afortunadamente) prescindible.
Un ejemplo práctico es el presidente del Gobierno (espero poder decir pronto también “Presidenta”). Gestiona esta empresa que llamamos País y de la que todos somos accionistas, haciéndole creer o creyéndose imprescindible, aunque lo cierto es que lo sustituiremos en un periodo múltiplo de 4 y hasta es probable que con alguien extremadamente diferente. Incluso Pablo Isla, mejor CEO del mundo (no lo digo yo, lo dice Forbes) e icono de la “imprescindibilidad” en la gestión de un imperio, ha sido recientemente sustituido y casi con total seguridad, puedo apostar a que INDITEX sobrevivirá aunque será un INDITEX probablemente diferente. Lo verdaderamente importante es que todos los Presidentes, todos esos compañeros y jefes reemplazados, incluso Pablo o yo mismo, hemos sido parte de la historia de esa aventura y hemos puesto un trozo de nosotros en ella.
Mi suegra, pozo de sabiduría infinito y uno de mis mejores gurús profesionales, siempre me decía una frase que a mí me desquiciaba (sigue haciéndolo): “Tú, pedriño, no cuentes todo lo que sabes”… y así te harás imprescindible (esto no lo verbalizaba pero seguro que lo pensaba). Obviamente, nunca le hice caso. Puede que así (de bien o de mal) me haya ido, pero he aprendido que lo realmente insustituible no viene dado por lo que uno sabe sino por lo que uno es, y eso, es lo que marcará realmente tu verdadero valor y lo que dejará una huella imborrable de tu paso…
… Y eso, es lo que te hace algo mejor que imprescindible, te hace único.