“Mi semen es de fuerza… ¡vamos a por la niña!”. Y con esta frase un ex torero deja a una parte del país atónito, a otra descojonados de la risa y, lo peor, a algunos excusando sus palabras en su edad, en su educación o incluso, en una forma de expresarse dentro de su ámbito laboral o social.
Más allá del zapping o de los infinitos memes, sale nuevamente a la superficie el concepto de caballero salvador de afortunadas doncellas, sumisas agradecidas de que el polen fecunde en su vergel. Esa idea ancestral, transmitida por obra y gracia de Walt Disney, que traduce el amor en posesión y que, según parece, en alguna posición o incluso “profesión”, parece seguir persistiendo como objetivo vital.
Biológicamente, mi yo científico, pensaría que esto no es más que un caso aislado, un simple coletazo en prime time del agonizante y lento proceso de extinción definitiva de especies con corrientes de pensamiento arcaico. En otras palabras, que el señor Ortega Cano, pese a sus deseos (y la supuesta fuerza de su esperma) probablemente tras sus palabras no se reproducirá más ni trasladará por tanto a futuras generaciones su educación de género y con ello, su insano concepto de virilidad no se transmitirá al futuro. Pura selección natural.
Pero no es así. Desgraciadamente, no es un caso aislado. Desgraciadamente, no es exclusivo de una franja de edad, de una ocupación o de una posición social.
“Putas, salid de vuestras madrigueras como conejas, sois unas putas ninfómanas, os prometo que vais a follar todas en la capea!”. Desde la caverna del colegio mayor masculino Elías Ahuja, adscrito a la Universidad Complutense de Madrid, una bandada de veinteañeros gruñe en plena noche a la vecina residencia femenina de Santa Mónica. Una tradición que según dicen se replica desde hace años cada comienzo de curso universitario.
El “macho alfa”, otro concepto animal que dirige y coordina a la manada para actuar al unísono, cohesionados por el sentimiento grupal. Pero… ¿Cómo pueden existir tantos chavales, jóvenes, con visión global, con madres (eso seguro), probablemente hermanas o incluso novias capaces de corear semejantes gritos? Me juego un vermú (y mis últimas esperanzas en la raza humana) a que alguno de esos energúmenos que jalean desde sus ventanas no son ni siquiera conscientes del abominable significado de sus palabras y que incluso, individualmente, su ética personal, alejada del efecto del grupo, apuesta por la igualdad y el respeto. ¿Es tan poderosa la necesidad de pertenencia a un grupo, que sobrepasa los valores personales? ¿Tiene más valor para el ser humano pertenecer a “algo” que tener valor(es)?
No nos descuidemos. Desgraciadamente, el machismo es una especie que sigue viviendo a poca profundidad de la superficie de nuestra sociedad supuestamente evolucionada y moderna, en una parte sombría que se escuda en la costumbre para perpetuarse y en el sentimiento de pertenencia al grupo para amplificarse.
Quizás la pregunta más importante de la evolución humana no es de dónde venimos sino hacia dónde vamos. ¿En qué nos estamos equivocando?