No soy un experto en fútbol, en realidad, ni tan siquiera un aficionado. Lo mismo me pasa con la religión y la política en un país en donde el fútbol es una religión, la religión es política y la política un partido de fútbol.
No analizaré la causa de mi desapego a la religión o la política (al menos no en este artículo) pero mi tibieza hacia el denominado “deporte rey” viene, sin duda, derivado de la perversión que desvirtúa los indudables valores deportivos (compañerismo, competitividad, esfuerzo…) bajo el manto sombrío de los millones y el fanatismo exacerbado que mueve su espectáculo. Parece mentira que diga yo esto, definiéndome a mí mismo como empresario e intensamente pasional, pero lo cierto es que esta doble moral que viste al negocio del fútbol con el traje de luces del deporte o al deporte con la larga capa del extremo capitalismo nunca ha conseguido captar mi interés. Quizás (espero) sea precisamente esa lejanía emocional la que le de valor a este artículo sobre cómo una persona, en este caso, Lucas Pérez, ha conseguido revitalizar la ilusión con una decisión, incluso más allá incluso de los aficionados a un deporte o las fronteras de nuestra ciudad.
Para aquellos que, como yo, no hayan cursado previamente la asignatura “Historia del fútbol contemporáneo”, Lucas Pérez es un futbolista coruñés nacido en 1988 y que comienza profesionalmente su carrera deportiva en diversos equipos nacionales como el Atlético de Madrid o el Rayo Vallecano y europeos como el Karpaty Lviv o el Dinamo Kiev, ambos ucranianos, o el PAOK de Salónica griego.
En 2014 se produce su cesión al Deportivo de A Coruña y en 2015 es traspasado finalmente por cuatro temporadas por 1,5 millones de euros. Lucas demostró su talento en el equipo de la ciudad llegando, por ejemplo, a ser nombrado mejor jugador de La Liga en diciembre de 2015 y capitanear un Depor de primera al que aún se le relacionadaba con el prefijo de “Super”. Era inevitable que diversos clubs europeos se fijasen en él y finalmente el Arsenal oficializó su fichaje tras el pago de los 20 millones de euros de su cláusula de rescisión.
El club inglés cedió a Lucas de nuevo al Deportivo para la temporada 2017-2018, en la que tristemente el equipo terminó descendiendo a Segunda División y en 2018, Lucas vuelve a la Premier League fichado por el West Ham United aunque una temporada más tarde vuelve a España para jugar en el Deportivo Alavés, el Elche y, finalmente el Cádiz F.C. equipo en el que militaba hasta que, con las campanadas de fin de año del 2022 y tras una negociación novelesca, se anunció el regreso al Deportivo del jugador, o cómo anunciaba el propio club: “volve o neno”.
De esta breve reseña curricular de Lucas Pérez he reafirmado dos de mis principios profesionales:
- No hay que temer al cambio ni al riesgo que conlleva. No todos los ambientes laborales (léase equipos o empresas) nos ofrecen lo que merecemos, queremos o necesitamos en cada momento. La permanencia en un entorno que no es para ti, paraliza tu evolución (personal y profesional). El cambio no penaliza y abre oportunidades de crecer y aprender. Hay que “echarle pelotas”. Te lo digo yo, que he tenido tantos o más trabajos que Lucas camisetas diferentes.
- Los líderes se construyen en las victorias pero se demuestran y consolidan en las derrotas. Pese a estar en un equipo que no pudo evitar el descenso en el 2018, las aptitudes pero sobre todo actitudes como el carisma y entrega de Lucas dejaron una huella permanente e imborrable de su talento en el sentimiento deportivista de la ciudad. Te lo dijo yo, que sin duda también he tenido diversos y variados fracasos.
Dicho lo anterior, lo más significativo de la historia del regreso de Lucas Pérez al equipo local es que además de bajar dos categorías en su nivel profesional, desde LaLiga Santander a la tercera categoría nacional, el propio jugador tuvo que abonar parte de su cláusula de rescisión con el equipo andaluz. El fichaje se produjo por la cantidad de un millón de euros, de los cuales 493.000 fueron pagados por el propio jugador y 507.000 por el Deportivo de La Coruña. En otras palabras, tuvo que pagar él mismo por poder cambiar de empleo.
Pese a que hay algunos precedentes anteriores de futbolistas que “perdieron dinero” a favor de la pertenencia a un determinado club, el ejemplo de Lucas Pérez ha puesto a todos en pie (incluso al que escribe estas líneas) devolviendo la esperanza en el ascenso deportivo y la certeza de que aún hay decisiones del corazón que la razón (y la cartera) no entienden. Con ello, Lucas ya se ha ganado el aplauso de toda la afición y prensa futbolística nacional y también mi admiración.
Lucas tendrá al menos una temporada y media para re-escribir la historia del Nuevo Testamento deportivista, reconducir el apocalipsis y conseguir el ascenso del equipo, pero además, su contrato incluye un convenio de colaboración una vez retirado que le asegurará mantener el vínculo emocional y profesional y, seguramente, demostrarnos su talento en otras áreas relacionadas con la difusión, la formación o incluso la gestión del club, uno de los nueve únicos que se han proclamado campeones de la Liga Nacional de Primera División.
Lucas, el hijo pródigo, acaba de aterrizar pero sus efectos milagrosos ya son visibles. La ciudad corea su nombre e Instagram rebosa de fotos de aficionados con el jugador en los entornos más variopintos de la ciudad, desde la calle Real al supermercado de la esquina. La re-ilusión es manifiesta al ver las imágenes de su presentación oficial con más de 7.000 aficionados blanquiazules.
No hay poder socialmente más eficaz que la ilusión colectiva (de eso también la religión y la política saben mucho) y el “efecto Lucas” consiguió en tan sólo 4 días la multiplicación de los panes y los peces en un aluvión de nuevos abonados al club, que supera ya los 24.300 socios (más que el resto de equipos gallegos juntos). Esta capacidad de empatizar con la ciudadanía tampoco se le ha escapado a los cracks de Greenalia, que inauguran el nuevo sistema de patrocinio privado individual por el cual el jugador lucirá en su camiseta el logotipo de la compañía, también una de las estrellas (en este caso empresarial) de la ciudad, jugando en la competitiva Champions League internacional de las nuevas energías y de la cual me constan fichajes profesionales de primerísima división para su equipo interno.
Lucas no defrauda. En su primer partido contra el Unionistas de Salamanca anotó 2 de los 3 tantos que otorgaron la victoria al equipo local ante los aplausos de casi 25.000 testigos, algo totalmente inaudito en un estadio de tercera división. Y es que cuando Lucas se pone esa camiseta está jugando por sus amigos, por sus vecinos y por su familia.
La resurrección de Lucas lo ha convertido, sin duda, en la esperanza del resurgir del club y su afición, pero Lucas no quiere ser un nuevo mesías: "Yo no soy estrella. Soy Lucas, el mismo de Monelos, el mismito. Lo único que quiero es ser feliz y volver a jugar en mi casa”. Escuchando a Lucas, dan ganas de que te guste el fútbol y eso, en mi caso, sí que es un milagro.