Este mes podrás ver en los quioscos una de mis listas anuales favoritas: el ranking de “los 50 empresarios y empresarias más elegantes del país”, pero efectivamente, como estarás probablemente pensando, otro año más que no estoy (y otro año menos para poder aparecer).



No puedo evitar mi decepción (ironía) al no ver mi nombre en la exquisita selección realizada por Forbes. Por supuesto, no aspiro a aparecer en primer lugar (menos compitiendo con algunos iconos de la moda (¿más ironía?) como Florentino Pérez), ni me gustaría robarle el merecidísimo puesto a mi vecina Marta Ortega. Me considero elegante (aunque claramente parece que no lo suficiente) pero también humilde y, por tanto, me conformaría simplemente con el puesto número 50, justo en la frontera entre lo que parece, según Forbes, separar el estilo de lo común.

Juro que no miento cuando digo que siempre me ha sorprendido y atraído por igual que Forbes, uno de los mejores medios especializados en economía y empresa (su maravilloso slogan es “nada personal, sólo negocios”) dedique anualmente una de sus ediciones a ordenar algo supuestamente tan banal e irrelevante para el mundo empresarial como la “elegancia”. Sin embargo, y aunque no tengo pruebas tampoco  me quedan dudas de que ese es, en realidad, un factor de gran importancia en el desarrollo directivo actual.



La verdad es que, a mis 45 primaveras, nunca he aparecido en ningún ranking, ni de Forbes ni de ningún otro medio. Obviamente en la mayoría de los casos, no acúmulo méritos. Mi cuenta corriente (todavía) no tiene los fondos necesarios para incluirme entre “los más ricos” y tampoco he compuesto (aún) ningún éxito digno de colocarme entre “los 40 principales”. Hay tantas listas, tan variadas y tan variopintas – “top-100 voices”, “los más influyentes”, “los 200 rubios cuarentones más felices del código postal 15001” (esa, si no existe, quizás debería crearse), etc – que me sorprende no haber aparecido (de momento) en ninguna. 

He de decir con resignada satisfacción que, al menos, tampoco aparezco (que me conste) en ningún ranking de temática negativa (aún), aunque soy plenamente consciente de que, durante algún tiempo gané muchas papeletas para ser el “funcionario público más atípico de la administración regional” o “Emprendedor más tóxico para su entorno del año”. 

¿Son estos rankings realmente fiables?

En mi opinión, depende. Algunos están fijados en criterios realmente objetivos o cuantitativos pero otros tan solo en la capacidad de acceso a la información, la agenda de contactos o los intereses del redactor o el medio y, por lo tanto, parciales, incompletos o dirigidos. Es innegable su utilidad como filtro de información, pero también lo es que, en un mundo cada vez más “fake”, se puede quedar fuera del listado información o personas de gran valor si no aparecen en el entorno más inmediato del editor (o en sus intereses).

Otro aspecto relevante a valorar son los propios conocimientos del seleccionador. En el caso de FORBES, su lista está elaborada por un jurado profesional formado por expertos de la comunicación, la moda y la imagen personal de la talla de Nieves Álvarez (modelo) que obviamente no me tienen en su mente y que probablemente no sabrán ni que existo. Tal vez si dicho jurado estuviese compuesto por empresarios innovadores, mi nombre se hubiese colado (aunque muy probablemente, ni por esas).

¿Cuál es el beneficio de aparecer en una de estas listas?

Inicialmente, aparecer en un ranking (positivo se entiende) es un reconocimiento a una actividad, trayectoria o capacidad determinada, pero sin duda tiene también un efecto multiplicador sobre el posicionamiento, de modo que, por así decirlo, tu información está más visible que la del resto y muy probablemente, un ranking acabará catalizando la inclusión en otros muchos ya que, como hemos visto anteriormente, te sitúa y visibiliza en el radar de sus autores.

¿Por qué son necesarios estos rankings?

Vivimos en la sociedad de la información. Los 2 últimos siglos representan el 50% de todo el avance en conocimiento científico de la humanidad y la explosión de internet hace 20 años ha democratizado el acceso a dicha información, con sus ventajas y peligros. 

Además de los grandes hechos, noticias o descubrimientos, cada minuto que pasa, los más 4.500 millones de personas con acceso a Internet que se calcula que hay actualmente en el mundo envían casi 42 millones de mensajes de WhatsApp, se instalan 2.704 veces la aplicación TikTok, suben 500 horas de vídeo a YouTube, publican casi 348.000 post en Instagram y suben más de 147.000 fotografías a Facebook. En una sola palabra….BRUTAL.

La información digital crece 9 veces más rápido que la economía y el gran reto es cómo masticar y señalar aquella que realmente merece ser asimilada por nuestros pequeños cerebros. A ello es a lo que se dedican diferentes herramientas como la Wikipedia, Google, o, las protagonistas de este artículo, las listas.

Los datos y el posicionamiento son ahora el activo de mayor valor en nuestra “Generación del Conocimiento” y pertenecer al pico de la campana de Gauss es, en muchos casos, ser invisible para el mundo.

Sin embargo, darte hoy un paseo por LinkedIn es ver cómo cada perfil despliega su listado de posiciones, menciones y medallas en diferentes rankings, con tanta frecuencia e intensidad que dichos títulos han dejado casi de tener valor.



Imagino que aparecer en una lista o ranking, conlleva también un peso, una responsabilidad no solo para mantenerse, sino para demostrar que estás ahí por méritos propios (supongo que, por ejemplo, los 50 empresarios más elegantes, ya no podrán volver a ponerse un chándal en su vida). Hay que estar preparado para asumir que las expectativas y que los pre-juicios aparecerán a tu alrededor y tendrás que gestionarlos para seguir siendo tú mismo y no simplemente un número del listado.



Quizás el año que viene aparezca en una portada de Forbes (espero que algún listado tan atractivo como al menos el de “los 50 empresarios más elegantes”). Quizás no. Lo que tiene todo el mundo no diferencia a nadie. Quizás no aparecer en un ranking llegue a ser pronto el nuevo lujo.

Hasta que lo averigüemos, los que no estamos en una lista de Top “loquesea” de “dondesea”, somos la resistencia.