Los jóvenes de ahora pensarán, no sin razón, que 40 años es muchísimo tiempo. Pero para quienes, con suerte, peinamos canas, cuatro décadas en la historia de nuestro país representan un periodo de tiempo no tan extenso. Probablemente sea así por haberlos vivido en primera persona y porque todavía tenemos la sensación de que 1999 fue, como quien dice, anteayer.

España sufrió 40 años de franquismo antes de llegar a la democracia, justo el año de mi nacimiento, 1978.

Ya en los años 80 soñábamos con ser europeos «de verdad», y así nos sentimos por fin cuando entramos en la Unión Europea en 1986. ¡Pero cómo hemos cambiado desde entonces!

En 1986 yo iba en 4° de EGB (ahora Primaria) y en nuestro colegio solo recuerdo una familia de niños extranjeros. En nuestra clase de 40 alumnos todos teníamos Religión Católica y hacíamos, prácticamente sin excepción, la Primera Comunión. Hoy en día, casi el 18% de nuestra población ha nacido en el extranjero y tenemos una sociedad muchísimo más plural y diversa.

En la televisión solo había dos canales (todavía no existían las privadas, aunque pronto la TVG empezaría a emitir en gallego) y toda la familia compartía sofá y programación, en lugar de aislarse cada uno en su propio dispositivo.

Las plataformas solo eran unos zapatos con unos tacones enormes y las películas las veíamos en VHS después de alquilarlas en el videoclub del barrio; las series, a razón de capítulo por semana y, por supuesto, con largas pausas para anuncios publicitarios.

En la España de los 80 era habitual que muchos padres (y algunas madres) fumasen delante de toda la familia en el salón de casa o en aquellos coches en los que los cinturones de seguridad eran un mero elemento decorativo. De las sillas de bebés mejor ya ni hablamos.

En aquella época las selecciones de fútbol y baloncesto (con jugadores calvos, con bigote y sin tatuajes) no pasaban de cuartos de final.

En verano, las familias españolas que podían permitírselo iban de vacaciones a la playa, mientras los turistas europeos empezaban a masificar cada vez más una costa donde el cemento de los rascacielos le ganaba la partida a la naturaleza, consumando así la invasión turística de británicos y alemanes en la Costa del Sol e Islas Baleares.

Pero los españoles no solo queríamos ser la playa de Europa, queríamos ser europeos de verdad, aunque todavía nos quedaba mucho para dejar atrás una sociedad machista y donde el divorcio era ilegal; hasta convertirnos en un país moderno y pionero en Europa en el movimiento feminista o en derechos para el colectivo homosexual.

Suspendíamos y repetíamos curso si era necesario, no había Internet y nuestra wikipedia estaba encuadernada en 24 tomos en un lugar privilegiado de la casa, ya que costaba un pastizal, pero en pesetas, porque los euros llegarían bastante más tarde encareciéndolo absolutamente todo.

Como no había móviles, si querías hablar con tu novio o novia, llamabas a su casa asumiendo el riesgo de que podía responder su padre o su abuela. Ya con la llegada de los móviles, practicábamos el arte del resumen en SMS de 160 caracteres, contrapunto a los largos audios, a veces casi podcast, que se envían hoy en día muchos jóvenes, ¡y gratis!

Íbamos en moto sin casco, lo de cero alcohol al volante era relativo y las drogas eran un mundo desconocido que destrozó a muchos jóvenes de varias generaciones.

Muchos pudimos cruzar ya en nuestra juventud aquellas fronteras europeas sin necesidad de pasaporte o grandes complicaciones burocráticas, y se nos ofreció la posibilidad de vivir el sueño de conocer varios países de Europa en pocos días gracias al Interrail. Poco después, incluso dejó de ser necesario cambiar nuestras pesetas por francos, marcos o liras, de tal forma que pasamos a hacer las cuentas ya solo en euros.

Al cumplir los 18 años, los chicos teníamos que hacer la mili o una prestación social sustitutoria. Este simbólico paso a la vida adulta es hoy, para muchos jóvenes europeos, el Erasmus; el programa universitario que más ha unido Europa gracias a la convivencia de estudiantes de diferentes nacionalidades, siendo también un éxito rotundo a nivel académico.

Y sí, aunque los últimos años han sido convulsos, es evidente que los valores europeos de tolerancia, libertad, democracia o paz han logrado el periodo de estabilidad más largo en la historia de nuestro continente. Quedan pendientes grandes retos para lograr el fin de los conflictos bélicos y las injusticias sociales, además del desafío que supone el cambio climático, la digitalización o la cooperación entre países en temas migratorios o medioambientales, especialmente con respecto al uso de las energías renovables.

Con decenas de miles los jóvenes españoles trabajando en otros países de Europa, podemos afirmar que, además nuestra música, nuestra gastronomía o nuestra cultura, también hemos exportado buena parte de nuestro talento.

Nosotros nos hemos europeizado, sí, pero también hemos españolizado un poco Europa.

La Unión Europea no es una organización perfecta, pero ha logrado que las grandes potencias del continente, tras dos guerras mundiales e incontables conflictos a lo largo de la historia, convivan en colaboración permanente en un marco democrático, favoreciendo el desarrollo de sus 27 miembros.

Y sí, seguramente también por eso nos encanta sentirnos europeos.