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Fiel al personaje, la noticia de la victoria de Trump también es absolutamente polarizante. Buena para algunos, sobre todo los que invierten en criptomonedas, y mala para muchos otros, especialmente los ucranianos. El resultado de las elecciones americanas no ha sido inesperado, pero sí decepcionante para la mayoría de los españoles, y un auténtico jarro de agua fría para los estadistas europeos.

Es muy positivo, sin embargo, para Elon Musk, que ahora verá por fin rentabilizada su inversión en la compra de Twitter. Tras la polémica adquisición en 2022, el multimillonario decidió restituir este canal de comunicación para Donald Trump, que había sido eliminado de la red a principios de 2021, tras el asalto al Capitolio. En el último año Musk ha mostrado su apoyo a la reelección del magnate de manera descarada y exacerbada, y probablemente también masivamente subliminal a base de manipulación del algoritmo de su red social. 

Del mismo modo que los anteriores dueños de Twitter manipularon la red a favor de Biden, es altamente probable que el nuevo propietario lo haya hecho para beneficiar a su amigo Trump. El dueño del bar pone los chupitos como quiere, y era evidente cómo los iba a servir Elon Musk. Por este motivo la compra de Twitter fue tan criticada en su momento e ipso facto la plataforma perdió la mayor parte de sus anunciantes. Multinacionales como Microsoft o Disney, entre muchas otras, no querían contribuir a financiar a Elon Musk por su controvertido comportamiento y visión política.

Este hecho -tan evidente para cualquiera que tenga dos dedos de frente y no haya disociado lo que ocurre en Internet de la realidad, o piense que Twitter es una entidad mágica y sistémica que fluye por el aire, y no una empresa- pasó desapercibido para decenas de millones de personas que están en contra de las ideas de Musk y Trump. Siguieron usando Twitter sin plantearse que quizás deberían dejar de hacerlo para no favorecer aquello que les produce repulsa. Entre ellos, buena parte de los algo más de cuatro millones de españoles que todavía usan la maltrecha red social comprada por Elon Musk. Aunque en España siempre haya sido minoritaria y se esté convirtiendo en residual -en todas las acepciones de la palabra-, todavía sigue siendo muy relevante en su país de origen y donde a su dueño más le interesa que lo sea: los Estados Unidos de América.

Esa implicación tan clara, que Twitter es una red social de extrema derecha y su uso y popularidad favorecerá siempre a esas corrientes ideológicas, ha conseguido estar por debajo del radar para muchos de sus usuarios. Ahora parecen haber despertado de un coma disonante-cognitivo cuando han visto a Trump celebrar la victoria con Musk, en plan “bros”. De repente, dos neuronas que permanecían inactivas en sus cerebros revivieron y se conectaron, y se hizo la luz: “¡Coño, que Twitter es de derechas!”.

Por eso esta semana hay gente que ha decidido que eso es intolerable, y se ha dado de baja de la red social. Justo cuando muchas de las personas que habían advertido del peligro de Trump han decidido reconocer tranquilamente su victoria y buscar un entendimiento con él, aquellas más alejadas ideológicamente del examante de Stormy Daniels se han dado cuenta de que Twitter y su dueño son parcialmente responsables de ello, y han decidido actuar dos años y medio tarde.

Mientras tanto, Bill Gates retira cable y felicita a Trump -a través de Twitter-, el secretario general de la OTAN le hace la pelota adoptando una retórica Bush y diciendo que Rusia, Irán, China y Corea del Norte son un Eje del Mal; y partidos políticos como el PP o el PSOE, que habían apoyado abiertamente a Harris, fingen no haberlo hecho y tienden la mano al futuro presidente.

Que Twitter es e iba a ser un vehículo patrocinador de ideas de ultraderecha estaba claro, y lo que iba a suceder con la plataforma y estas elecciones se veía venir muy de lejos. Otra cosa es que, por la disociación entre la red social como producto por un lado, y la empresa y las personas que hay detrás de ella por el otro, se haya pasado por alto.

Me pregunto qué ocurriría si otra multinacional decidiese despedir al 83% de su plantilla en España con un simple email, como hizo Elon Musk en enero de 2023. Me imagino que se montaría la de Dios y habría un enorme boicot a esa empresa en nuestro país. No sucedió cuando lo hizo Twitter.

Me pregunto qué pasaría si una gran empresa española decidiese cambiar su domicilio fiscal a otra comunidad autónoma por no estar de acuerdo con sus leyes de identidad de género, como ha hecho Musk con la misma Twitter/X, anunciando que la trasladará de California a Texas este mes de julio. Me imagino que se armaría un gran revuelo y esa empresa perdería muchos clientes ideológicamente posicionados a favor de esas leyes. No sucedió nada tampoco con Twitter, ni aquí ni en ningún otro lado.

Me pregunto qué consecuencias tendría que un multimillonario español anunciase a bombo y platillo que va a donar 130 millones de euros a Vox, porque Santiago Abascal es su máximo colega, y lo comenzase a acompañar a los mítines, e incluso se ofreciese a formar parte de su gobierno. Me imagino que habría protestas y mucha gente dejaría de comprar en su cadena de moda/supermercados/peluquerías. Absolutamente nada sucedió con Elon Musk y Twitter (o Tesla), ni tampoco cuando en octubre prácticamente se ofreció a comprar votos republicanos

Y nosotros vemos los toros desde la barrera, pero habría que ver qué tipo de sesgo ha tenido el algoritmo de X/Twitter en las semanas de campaña en todos aquellos teléfonos móviles y ordenadores geolocalizados en Pennsylvania, Michigan, Wisconsin, Carolina del Norte, Georgia, Nevada y Arizona, los siete estados bisagra que han decidido las elecciones. Las grandes redacciones periodísticas de América están en Washington, Nueva York, Chicago y Los Ángeles, no en Charlotte o Milwakee, y mucho menos en esos condados perdidos que a veces se convierten en noticia por haber sido claves en un ajustado resultado electoral.

Pero no hay que irse hasta la América profunda. También hay cosas surrealistas que han pasado y pasan en España, y especialmente en Galicia. El espacio tuitero de la comunidad es mayoritariamente de izquierdas, al no haber apenas Vox y similares aquí. En Galicia son miles los periodistas, activistas o militantes ideológicamente progresistas que día a día contribuyen a la causa ultraderechista de Elon Musk usando y rentabilizando compulsivamente su plataforma. 

El nivel de disonancia cognitiva en Galicia con el propósito último del único propietario de Twitter se ejemplifica viendo que un partido nacionalista de izquierdas como el BNG se ha gastado muchos miles de euros en llenar Twitter de publicidad durante los últimos meses (20 millones de impresiones en lo que va de año, según puede consultarse en el repositorio de anuncios de Twitter). Es el único partido de izquierdas del Estado Español que ha sido cliente publicitario de la plataforma este 2024, y apostaría a que también es el único de Europa occidental. Resulta muy extraño que el BNG haya contribuido a que Elon Musk tuviese más dinero disponible para donar a la campaña de Trump. Puede que en unos meses se dé la circunstancia de que los militantes del Bloque se manifiesten en las calles de Galicia contra las decisiones de un presidente cuya campaña han ayudado a financiar. 

En resumen, que creo que la izquierda (y buena parte de la derecha) se ha autoengañado y ha caído en la trampa de seguir en Twitter pensando que es un terreno de juego neutral, disociando a la plataforma de la empresa, y a la empresa de su propietario. Una cosa es que cuando tu equipo juega contra el Madrid y Barça notes que tienen un arbitraje favorable -como sucedía con los anteriores gestores de la red-, y otra es que el mismísimo árbitro vaya uniformado con sus camisetas y celebre los goles con los jugadores. La solución no es animar más al Dépor, sino abandonar el estadio y pedir ficha en la liga portuguesa. Parte de la izquierda optó por lo primero y otra parte logró autoconvencerse de que cuando el árbitro se pone la camiseta del otro equipo, deja de arbitrar. Pero nunca es tarde para hacer lo segundo.

Así que hagamos un trato. Vayamos abandonando todos Twitter, X, o como se llame en el futuro esa centrifugadora de odio, bilis y miseria humana. Por orden ideológico, de izquierda a derecha. Hay muchos políticos que lo están deseando, hartos de insultos diarios, especialmente las que son mujeres, que reciben de propina comentarios sexistas. Como si se tratase de uno de aquellos cuentos para niños con moraleja, según Twitter se vaya vaciando de confrontación, se irá haciendo menos y menos relevante hasta desaparecer. O acabar convertido en Forocoches.

En algún momento del proceso de abandono, lo haríamos también los medios, y no creo que por aquí echásemos de menos al señor de la cruz de Borgoña que nos decía “La Coruña con L, comunistas!” cada vez que mencionábamos el nombre oficial de la ciudad, ni tampoco al neonazi que nos llamaba “dereitallos fachas de merda divulgadores de fake news” cada vez que publicábamos algo que no le gustaba. Por citar solo un par de ejemplos que hemos bloqueado para cuidar la salud mental de nuestro equipo. 

Este proyecto sería mucho más fácil si no hubiese tanta gente adicta a esta red social, pero ese es un tema para otro artículo.