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Hace unas semanas leí en The New York Times un artículo titulado “Boys are struggling” algo así como “Los niños lo están pasando mal”.

El artículo habla de cómo, especialmente en la última generación, ha aumentado el número de niños que va por detrás de las niñas en la escuela, que leen peor, que están menos preparados o que les cuesta más aprender en general.

Y se introduce a doce hombres, maestros de infantil, para explicar la importancia de un primer contacto de los más pequeños con figuras masculinas que puedan ejercer sobre ellos una influencia positiva desde tan pequeños.

Muchos estudios consideran beneficioso el haber tenido profesores en los primeros años de escuela, aunque no pasa con frecuencia, ya que solo el 3% de los profesionales que trabajan en guarderías son hombres.

Imagine a CEO. Is it a man?”Imagina al CEO de una empresa. ¿Es hombre?”

Este es uno de los titulares de una conocida campaña publicitaria lanzada por CPB London bajo el título ‘Imagine’ hace un par de años para concienciar a la población sobre cómo de interiorizados tenemos los roles de género y la necesidad de evolución que aún nos falta en ese sentido.

Otros mensajes de la campaña rezaban:

Imagina alguien llorando en la oficina. ¿Es una mujer?” 

Imagina a una persona feminista. ¿Es una mujer?”

Imagina a alguien saliendo antes para recoger a sus hijos. ¿Es una mujer?”

En España, la mayoría de cuidadoras, maestras y profesionales de educación infantil, son mujeres. Concretamente un 95%.

Una barbaridad.

Barbaridad, de bárbaras. Porque tener buenas referentes de cuidado, cariño y educación es algo tremendamente importante en los primeros años y nos marca para toda la vida. ¿No te acuerdas de Lolita? ¿de Sofía? ¿de Maribel? ¿de Lynn? en tu caso son otros nombres, pero las recuerdas a ellas.

Ser madre de un niño me hace pensar mucho, demasiado, en qué figuras masculinas van a influir positivamente en él en estos primeros años; más allá de su padre, de sus tíos o de sus primos. ¿Qué otra figura masculina, cercana, puede aportarle el tipo de valores que toda madre quiere para sus hijos?

¿El cantante de moda?

¿Las redes sociales?

¿El influ de turno?

¿Sus amigos?

¿Una pantalla?

Uf. Estoy preocupada.

Porque, ¿realmente sirve de algo tratar de generar una influencia positiva en casa si a partir de determinada edad cualquiera va a influir más que tú?

El otro día escuché a un grupo de chicos en la calle, uno de ellos quería cortarse el pelo y otro de sus colegas le dijo “pero tío, ¡no te lo cortes! si estás guapísimo”. El resto solo hicieron que elevar el comentario con más piropos. Todo positivo, natural, orgánico. Aluciné. Qué emocionante es ver a los chavales más jóvenes tener comportamientos de este tipo. Un grupo de chicos de esa edad en los ochenta, noventa o dosmil no sé qué hubiesen respondido, seguramente algo no tan bonito, algún insulto, risas, mofas… eso seguro.

Sin embargo, la masculinidad tóxica es algo latente que presenciamos a diario.

Del ‘mansplaining’ al ‘manspreading’, desde el tipo que te hace sentir menos válida por ser madre, al pescadero que se dirige a ti con diminutivos cariñosos, al chiste verde y el consiguiente “pero cómo os ponéis por una broma” pasando por ese colega de profesión que te presenta por tu nombre, sin mencionar tu apellido, pese a que el resto de los presentes en la reunión sí lo tienen porque son hombres. Cosas que huelen rancio, a humo de tabaco, a Brummel.

Pero no nos confundamos, no son solo algunos hombres mayores y eso es lo preocupante, verlo en gente joven o de mediana edad y sobre todo empezar a verlo en niños es terrorífico.

Cada día surgen nuevas denuncias de acoso, abuso de poder, comportamientos inapropiados hacia mujeres porque, siendo honesta, ¿a quién no le ha pasado?

Todas hemos vivido cosas así y solo ahora estamos dejando de normalizarlo para atrevernos a contarlo. Pero no es algo del pasado, sigue pasando.

La última en Tik Tok “Y aun así me quedé” donde mujeres cuentan situaciones de abuso, acoso o violencia que han vivido en relaciones tóxicas de las que les costó tanto salir.

Las mujeres sufrimos todo tipo de shaming desde bien pequeñitas.

Pero no quiero quitarle hierro poniéndolo en inglés. Realmente es violencia.

Nos hacen avergonzarnos de nuestra edad (seamos demasiado jóvenes o demasiado mayores), de nuestra experiencia (absolutamente nunca es suficiente), del color de nuestro pelo (sobre todo si empieza a verse blanco), de nuestros cuerpos (siempre tenemos kilos de menos o de más, tu cuerpo nunca es válido para el que lo mira, sea quien sea), de nuestro armario (del contenido y de si estamos dentro o fuera de él), de nuestras decisiones (siempre sometidas a escrutinio público), de nuestra educación (si estás donde estás algo habrás hecho, claro), de nuestra familia (de si decidimos ser madres o no), de nuestra capacidad de trabajo (nunca estamos a la altura), de nuestra manera de conducir (mujer tenía que ser), de nuestros valores o creencias (esencialmente equivocados)…

Es agotador.

Afecta directamente a nuestra estabilidad emocional, a nuestra salud mental, a nuestro amor propio, a nuestra forma de relacionarnos con los demás…

Y ahora tenemos la responsabilidad de educar a nuestras hijas y a nuestros hijos para que no tengan que enfrentarse a las mismas situaciones. Yo no quiero que mi hijo crezca en una sociedad donde este trato a la mujer sea lo natural, ¿y tú?

Debemos romper el círculo.

Se me ocurren algunas ideas, como enseñarles a gestionar sus sentimientos para entenderlos y ponerles nombre. Porque es normal estar triste y llorar, lo que no es normal es regañarles por ello, hablar de debilidad o decir que “los niños no lloran”.

Podemos ofrecerles un espacio seguro para que sean libres y puedan ser ellos mismos, no obligarles a ser lo que nosotros querríamos que fuesen. Veo en el parque a niños de 4 años ridiculizando a otros por no saber jugar al fútbol, la dictadura de un deporte que excluye de esa manera es preocupante.

Debemos trabajar la inteligencia emocional desde muy pequeñitos.

Ayudarles a ser respetuosos, a vivir en sociedad, a ser buenas personas.

Cuidar cómo distribuimos los roles de género para ir hacia una generación educada, de verdad, en igualdad. Evitando clichés y tópicos que ya huelen a rancio. En el colegio, intentando huir de princesas y futbolistas, del rosa y el azul, de las cocinitas y los cochecitos…

Pero en casa, sobre todo en casa, eduquemos a nuestros hijos como no nos educaron a nosotros. Para que la masculinidad tóxica sea una cosa del pasado, desfasada, antigua, en desuso, olvidada.