Claudia Rodríguez
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Se acerca el fin de año, con la sensación de que el tiempo se nos escapa entre los dedos entre compromisos externos y obligaciones autoimpuestas, fechas de entrega que se acercan y planes por hacer. Las reuniones, tareas y cenas se deslizan en nuestra agenda ocupando cada hora. Por eso, y por la sensación de empezar 2025 como una hoja en blanco, es un momento único para parar, hacer balance y reflexionar.

Es difícil resistirse a hacer una lista con los propósitos de este próximo año, con lo que sí o sí queremos hacer que pase. Que el desaliento no cunda al comparar esa lista con la que escribimos, con la misma convicción, hace un año: muchos de nosotros solo cambiamos un 4 por un 5 y mantenemos las aspiraciones intactas, igual que nuestros hábitos.

En las empresas, ocurre algo similar. La reflexión estratégica nos lleva a priorizar y a fijar objetivos ambiciosos. El balance del año siguiente nos obliga a ver cómo en la ejecución, lo urgente se come a lo importante. Aunque nos cueste mirarnos al espejo, cultivemos el ritual de hacer balance porque el propio proceso de reflexionar tiene valor.

El propósito, el motor del impacto positivo 

Fijarnos no solo en lo inmediato y alzar los ojos para pensar sobre nuestros objetivos y, sobre todo, nuestro propósito y nuestra visión, puede ser transformador. Profundizar en lo que queremos y no queremos hacer, y sobre todo por qué y para qué lo hacemos, puede ayudarnos a adaptarnos sin perder el rumbo. A nivel personal, quizás no deberíamos pensar en gimnasio o alimentación, sino en términos de bienestar, conexión y autocuidado. En las organizaciones, en lugar de cifras de crecimiento quizás deberíamos meditar sobre para qué crecer y cómo, y si quizás otros modelos y otras líneas de negocio más vinculadas a generar impacto positivo no serán la definición del éxito que aspiramos a alcanzar.

En 'El hombre en busca de sentido', Viktor Frankl plantea que tener una misión nos permite sobrellevar hasta las circunstancias más adversas (llevadas al extremo, ya que narra su experiencia como superviviente de un campo de concentración). Dar un sentido a nuestro recorrido vital, en estos tiempos de incertidumbre, puede marcar una diferencia crucial.

Igualmente, esto es verdad en las organizaciones. La misión, la visión y los valores pueden ser palabras vacías e impersonales, o pueden ser inspiración y brújula para navegar contextos volátiles. Definirlas no es un ejercicio de comunicación para incluirlas en una web corporativa: es un ejercicio estratégico. Establecer un marco de lo que se hace y no se hace en nuestra entidad nos empodera a tomar decisiones valientes. Tener claro el fin último nos ayudará a que en el fragor de lo cotidiano no perdamos de vista el objetivo. Es una forma de darnos una oportunidad de que, en 2026, aunque hayamos recorrido un camino muy diferente al planeado porque en el contexto actual, la única certeza es la incertidumbre, estemos un poco más cerca de esa meta que da sentido a la empresa. Pensar en el legado que puede dejar la empresa y en la contribución que queremos hacer en lo local o en lo global es el mejor primer paso si queremos integrar la sostenibilidad y el impacto positivo en nuestra organización. Los planes y los informes terminan durmiendo en cajones si no beben de la esencia de la empresa. Dar espacio para construir de forma colectiva una identidad y un propósito en las organizaciones, puede ser el mejor regalo de Reyes.

Claudia Rodríguez 

Socia en Alén, consultora especializada en soluciones en sostenibilidad y economía circular. Especialista en la integración estratégica de la sostenibilidad, desde la elaboración de memorias hasta la adhesión a la certificación B Corp o el impulso de la transición circular.