No seré yo quien diga que la pandemia provocará un mejor turismo, un mejor visitante, una mejor administración, unas políticas más honestas o, en definitiva, unas mejores personas. Pero sí tengo cierto optimismo en pensar que han crecido las conciencias en el valor de la autenticidad de los destinos, y sobre todo en recuperar algo que en los viajes siempre se debería encontrar, las emociones.
Pero empecemos por lo primero, la autenticidad. Para mí, la autenticidad tiene una enorme relación con la sostenibilidad, esa palabra con la que a todos se nos llena la boca hablando de nuestros territorios y cuando además la mayoría estamos pensando en términos medioambientales (gestión de recursos, cambio climático, limpieza de aguas, contaminación lumínica…), pero tan importante es la ambiental como la socio-económica. Si un destino pone en valor su historia, promociona sus recursos gastronómicos, cuida su acervo artístico, difunde su patrimonio inmaterial y consigue que sus visitantes se mezclen, interactúen y disfruten de las mismas costumbres que la población del territorio que está visitando, este territorio habrá conseguido ser sostenible, porque atrae por una autenticidad que es la que conforma el tejido socio-cultural de su ciudadanía. Sostenible es aquello que se disfruta tanto por los ciudadanos como por los visitantes.
Grandes expertos internacionales predicen que los hábitos del turismo, debido a lo vivido en la pandemia, cambiarán hacia destinos más pequeños y en el hecho de visitar más a amigos y familiares. Y en todo esto, las emociones van a tener un gran protagonismo. Si nos emocionamos cuando pudimos salir a pasear por nuestra ciudad después del confinamiento, si nos emocionamos el día que pudimos salir, tras meses de aislamiento, a tomar un vino con algún amigo, si redescubrimos rincones de nuestra ciudad que nos emocionaron porque ya no recordábamos lo especiales que eran, ¿no nos emocionaremos el día que podamos hacer por fin ese viaje o viajes suspendidos en el tiempo?
Y creo que aquí A Coruña tiene mucho que decir; podemos alardear de nuestra variada oferta de recursos que, si no logramos emocionar con ellos al visitante, correremos el riesgo de convertirnos en un destino más, en un momento en el que además la competencia entre ciudades será brutal.
Pero tenemos motivos no sólo para mostrar nuestra autenticidad, y por ende nuestra sostenibilidad, sino para emocionar. Como dice el Plan estratégico de turismo que está apunto de rematar y lo confirma el Plan de choque post covid-19 que trabajamos en el segundo semestre de 2020 “ A Coruña es un destino atlántico, con un estilo de vida propio y una escala humana; una ciudad acogedora, cosmopolita e inspiradora, con un potencial creativo que convive con una cultura emprendedora; con una propuesta cultural y gastronómica vibrante y heterogénea y que propone una nueva forma de conocer e interpretar Galicia” es fácil ver como detrás de cada uno de estos elementos se esconden sentimientos, sensaciones, experiencias… emociones al fin.
A Coruña cuenta con una posición ventajosa por tratarse de un destino poco masificado y accesible por tierra, mar y aire, pero sin embargo debe seguir trabajando en su cartera de experiencias. Experiencias vinculadas a su historia marítima, gastronómica, cultural e inmaterial. La ciudad cuenta con una amplia variedad de recursos culturales, naturales, gastronómicos, deportivos y activos susceptibles de conmover – uno muy importante que es la pertenencia y el orgullo de ciudad de su población -.
Por eso emocionar y ser capaces de mostrar la autenticidad de A Coruña es el mayor desafío de nuestra ciudad para captar y atraer nuevos turistas.