Con demasiada frecuencia encontramos visiones del mundo rural que oscilan entre los estereotipos y la idealización. Yo misma pertenezco a una generación que creció con la creencia arraigada de que el futuro se desarrollaba en las ciudades y que para prosperar en la vida había que abandonar la aldea. Lo rural era sinónimo de atraso, de aislamiento, de falta de oportunidades…
También hay quien entiende el territorio rural como un espacio bucólico, una reserva natural y, en definitiva, un espacio de ocio. El medio rural es, desde esta visión idealizada, un lugar para ser visitado y preservado.
Desde ambas miradas, el medio rural no es un espacio para vivir. Sin embargo, más allá de este tipo de visiones limitadas, está la realidad diversa de las personas y las familias que vivimos y que trabajamos en el medio rural desarrollando nuestro proyecto de vida. Nosotras somos quieres fijamos población, quienes generamos actividad económica y distribuimos riqueza en el ámbito rural. En definitiva, somos quienes día a día damos vida al rural y apostamos por su futuro.
A raíz del coronavirus se despertó un interés creciente por el mundo rural, pues la pandemia puso de relevancia su importancia para el conjunto de la sociedad por su papel estratégico para la provisión de alimentos seguros y de calidad, así como por su contribución con la gestión ambiental, entre otras cuestiones. Entonces, una parte de la población empezó a ver el medio rural como un espacio de vida atractivo, como opción de vida, de trabajo y de negocio. Algunos dicen incluso que volver al medio rural está "de moda". A mí no me gusta esa expresión, porque las modas son efímeras y pasajeras.
Los que me conocen bien saben que soy una persona optimista. Me gusta ver el vaso medio lleno, porque es una actitud que siempre me ha ayudado a enfocarme en la búsqueda de soluciones ante los retos que la vida me ha ido planteando.
El pesimismo desmotiva y, además, en muchas ocasiones suele llevar a la inacción. Por este motivo, creo que el optimismo -que en ningún caso está reñido con la reivindicación- es mejor estrategia a la hora de tratar de resolver los grandes retos que tenemos por delante para garantizar el futuro del medio rural.
Tenemos ante nosotros una ventana de oportunidad interesante, y estoy convencida de todas las respuestas que se aporten deben contener el componente de la innovación. Y hablo de innovación como un concepto amplio, y no sólo de tecnología, que también.
Una innovación que no está reñida con la tradición, ya que ambas variables se pueden -es más, se deben- conjugar para buscar la eficiencia, la rentabilidad, la competitividad, el respeto al medio ambiente… ya que se puede añadir valor a las personas, las empresas y los territorios al tiempo que se incorpora la sabiduría de las generaciones anteriores. Por todo esto, mi apuesta de futuro es, sin lugar a duda, por un rural vivo e innovador.