La igualdad de derechos entre hombres y mujeres sin ningún tipo de discriminación, directa o indirecta, por razón de sexo es hoy en día, afortunadamente, un principio plenamente consolidado en nuestra sociedad. Un valor universal garantizado en la Declaración de los Derechos Humanos, en el Derecho de la Unión Europea, en la Constitución de nuestro país y en el ordenamiento jurídico que la desarrolla. Nunca me he encontrado en el camino con alguien que no esté de acuerdo con este principio, de la misma forma que no conozco a nadie que defienda la diferencia de derechos en función de raza, religión o nacionalidad.
En este sentido, ¿quién no es feminista hoy en día? Sin embargo, resulta llamativo y dramático que tal obviedad, la de que las mujeres tienen derecho a su plena participación en la sociedad en las mismas condiciones que los hombres, no fuera algo comúnmente aceptado hace bien pocas décadas. No es malo saber de dónde venimos, recordar que llegar hasta aquí no ha sido pacífico ni sencillo para millones de mujeres que nos han precedido.
No, no ha sido fácil. "Recae sobre ella el peso total, no sólo de las faenas domésticas, sino de la labor y cultivo del campo. Hoy como entonces, ellas cavan, siembran, riegan y deshojan, baten el lino, lo tuercen, lo hilan y lo tejen en el telar; ellas cargan en sus fornidos hombros el saco repleto de centeno o maíz, y lo llevan al molino; ellas amasan después la gruesa harina mal triturada y encienden el horno tras de haber cortado en el monte el haz de leña (….). Hace de niñera, apacienta bueyes, ordeña las vacas; (…) marcha al mercado con la cesta en la cabeza para vender sus productos: leche, pollo, huevos, hojas de berza, quesos… Esta mujer que trabaja sin tregua, va a ser criada y esclava de todos: del abuelo, del padre, del marido, del niño, de los animales que cuida…".
De esta forma, con estremecedora precisión, dibujaba Emilia Pardo Bazán el perfil de la mujer gallega, eminentemente rural, que ha perdurado hasta bien entrado el siglo XX. Una descripción que nos sitúa sin sutilezas ante la resistencia y el vigor que nuestras abuelas y nuestras madres, nuestras antepasadas, demostraron durante toda la vida para forjar un pasado, un presente y un futuro como este que hoy disfrutamos y debemos agradecer.
Históricamente, a la mujer siempre se le asignó, casi como si fuera un dogma, la tarea de los cuidados: los de la pareja, los de la casa, los de las hijas e hijos, los de las personas de mayor edad y necesidad de apoyo… Y en el caso del ámbito rural, también los del ganado y los del campo.
Así era, así ha sido hasta hace bien poco y así, no debemos olvidarlo, sigue siendo en algunos aspectos. Aún a día de hoy, con los datos del Instituto Nacional de Estadística en la mano, casi en el 90% de los casos son las mujeres las que se utilizan excedencias para el cuidado de los hijos o personas dependientes, en detrimento normalmente de sus carreras profesionales. Además, las mujeres siguen percibiendo un 20% menos que los hombres por las mismas tareas y tan solo ocupan un 31% de los puestos de responsabilidad en las grandes empresas.
Son algunos ejemplos de que, pese a que hemos avanzado de forma incuestionable en concienciación social y en consolidación de derechos, es necesario seguir recorriendo aún el largo trecho que separa la igualdad formal de la efectiva, lo que está escrito en papel y la realidad.
Por eso, nuestro deber como sociedad y también institucional radica en derribar los estereotipos, los prejuicios, los roles y los mitos creados en torno a la figura de la mujer y destinar los esfuerzos necesarios a mejorar aquellos aspectos que aún siguen influyendo negativamente, implicando discriminación y desigualdad por razón de género.
Son múltiples los retos que tenemos por delante. Eliminar la brecha de género, promover la corresponsabilidad en el hogar, fomentar la conciliación, garantizar la igualdad de oportunidades y de retribución en el ámbito laboral, incentivar el liderazgo de las mujeres, facilitando su acceso a órganos y puestos de toma de decisión, potenciar el emprendimiento femenino y la autonomía de las mujeres que decidan trabajar por cuenta propia… Y por supuesto, acabar con la más radical y despreciable causa de discriminación y desigualdad, la que produce cualquier tipo de violencia sexual y de género.
La tendencia es favorable. Las mujeres somos el cincuenta por ciento de la población y, por tanto, la mitad de su potencial. La sociedad precisa de la participación de todos los activos que la conforman y sin esa diversidad, ya sea cultural o de género, no son posibles la innovación ni el progreso.
Las mujeres fuimos, somos y seremos auténticas agentes de cambio. Lo reivindicamos así cada 8 de marzo pero dedicamos los 365 días del año a demostrarlo impulsando muchos de los avances sociales y económicos de nuestra historia pasada, presente y futura, siendo inspiración y motor de transformación social. Con talento, esfuerzo y mucha determinación. Termino con una clarividente cita de Christine Lagarde: "Es un imperativo moral, pero también un imperativo económico, asegurar que todas las mujeres tengan la oportunidad de aprovechar su potencial. La evidencia es clara: cuando las mujeres contribuyen más, la economía funciona mejor. Cuando las mujeres aportan, la sociedad funciona mejor". No puedo estar más de acuerdo.