La primera vez que visité Florencia, siendo estudiante universitaria, apenas dejé las maletas en el hotel me fui directa a la Galería de los Ufizzi. No podía esperar para contemplar por mí misma las obras de Botticelli, Da Vinci o Gentileschi. Unas horas después tuve que salir -tambaleante- del edificio: la emoción se había convertido en agobio, y este en un mareo que me pedía salir a tomar el aire con urgencia.
Fue entonces cuando descubrí el síndrome de Stendhal, descrito por la psiquiatra italiana Graziella Magherin como un trastorno psicosomático provocado por la exposición a la cantidad de riquezas artísticas de Florencia, la cuna del Renacimiento.
¿Es posible que los renacentistas intuyesen aun tímidamente que su obra iba a tener estos efectos sobre las personas que la contemplaran siglos después? Sinceramente, no lo creo. Es imposible calcular la repercusión histórica de una época de transformación desde el momento en que se está produciendo.
Igual que los renacentistas habrán pasado sus días rodeados de lienzos o mármol, hoy vivimos los nuestros pegados al smartphone. Mi abuelo, que cumple 77 este año, creció en una casa sin TV ni nevera; hoy en día lee la prensa en una tablet, tiene un perfil propio en Facebook y videollama a sus nietos por WhatsApp. Si este nivel de transformación se ha producido en el transcurso de la vida de una persona, ¿cómo adivinar los efectos de la revolución tecnológica en el futuro?
Hemos vivido cambios enormes en nuestra forma de trabajar, de informarnos, de consumir o de relacionarnos, en un espacio muy corto de tiempo, gracias a la tecnología. Y para que fueran posibles, alguien ha tenido que imaginarlos, crearlos y ponerlos a nuestra disposición: las startups.
Una startup es una empresa joven, innovadora y con mucho potencial de crecimiento. Como el resto de compañías, ofrecen servicios o productos que solucionan problemas. Entonces, ¿qué las diferencia de las empresas tradicionales?
– La innovación: las startups son innovadoras en su dimensión externa porque abordan los problemas desde perspectivas nuevas, ofrecen al cliente soluciones nuevas, con herramientas nuevas. Pero también lo son a nivel interno: a nivel organizativo, en su modelo de negocio, o en la forma de comunicarse.
– El uso de la tecnología: no solo existen startups en el sector tecnológico sino que abarcan todos los sectores de la economía, incluso los más tradicionales. También en estos se valen de la tecnología como herramienta: principalmente para el propio producto o servicio, y también para hacer marketing, relacionarse entre el equipo o con clientes, o llevar su contabilidad. Este es el motivo de que a veces se traduzca el término por "empresas de base tecnológica".
– Equipo humano: suelen contar con un equipo pequeño al inicio, a veces formado únicamente por los fundadores: aquellos que detectan el problema, idean la solución, y la convierten en su misión. Por el camino se encargan de sumar gente al proyecto, pelearse con los atascos y burocracia de cualquier empresa, y buscar financiación.
– La escalabilidad: el uso de la tecnología permite crecer de forma exponencial, de forma escalable y muy rápida. Pensemos que si una fábrica de lápices quiere doblar sus ventas necesitará duplicar instalaciones, maquinaria, materia prima y operarios; mientras que una startup que vende un servicio a través de suscripciones o licencias puede vender hoy 10 y mañana 1.000, con cambios de infraestructura mucho más asumibles y rápidos.
– La forma de crecer y financiarse: ya hemos visto que crecen muy rápido, y con ello tienen necesidades de financiación tempranas, incluso antes de monetizar. Las fuentes de financiación tradicionales no están dispuestas a asumir el riesgo sin antecedentes ni garantía alguna a futuro; por eso es principal el papel de business angels o fondos de inversión. Estos inversores comparten el riesgo de la startup, inyectando financiación a cambio de una participación en la misma. Estas inversiones suelen repetirse conforme la startup crece, aumentando de importe en sucesivas rondas de inversión.
Estas características nos evocan a empresas como Uber o Spotify, pero las startups no solo nacen en Silicon Valley. En Galicia existe todo un ecosistema de startups en los sectores más diversos; la asociación Startup Galicia las ha reunido en un mapa que puedes consultar aquí.
Muchas de ellas han logrado hitos reseñables y atraer a inversores destacados; otras trabajan en alianza con las universidades para llevar al mercado los resultados de investigaciones científicas, o colaboran con empresas de sectores estratégicos de nuestra economía, que ganan competitividad a través de la innovación que le aportan las startups.
Si usamos servicios de startups a diario, todos conocemos ejemplos y en Galicia existen multitud ¿por qué nos cuesta entender qué son? Probablemente porque en esta época de cambios tan rápidos, las startups van a la vanguardia: han entendido que el cambio se está produciendo, que es imparable y que la tecnología es el vector fundamental. Mientras que en general, todavía nos cuesta entender la progresión en la que estamos inmersos, su velocidad y las consecuencias.
Las startups no solo han entendido el cambio sino que son agente fundamental del mismo: han cambiado la forma de trabajar, las dinámicas relacionales y hasta el lenguaje al que estábamos acostumbrados en la empresa. Paradójicamente, cuanto más nos muestran hacia dónde vamos, más nostalgia nos da por sentir hacia esa forma de ser de las cosas que por conocida nos resulta familiar. Y es que (casi) nadie entiende la capacidad transformadora de una época, hasta que pasa.