Me apetecía mucho escribir algo para compartir. A menudo escribo cosas, apuntes para los alumnos, artículos, publicaciones para Linkedin, etc… pero me refería a escribir de otra manera.
Actualmente además de llevar el timón de mi empresa, Milbrait, estoy estudiando un programa de datos con el MIT y creo que esto me está haciendo reflexionar sobre el valor de las personas.
Parece que podemos cuantificar en datos todo: el valor del trabajo, los km que hacemos al día… lo cual nos puede llevar al abismo de convertir al resto en un número.
Una persona es mucho más que su trabajo, una persona es más que su cotización. Una persona es alma, una persona es su sonrisa, sus vivencias, su percepción, su esencia… y me da la impresión de que se nos está olvidando.
Adoro la tecnología, me gusta aprender sobre nuevas tecnologías, su implementación y cómo pueden mejorarlos la vida, pero el ser humano tiene que estar en el centro.
Creo que nos queda la asignatura pendiente de poner en valor nuestras costumbres, que se nos está olvidando contar cuentos a la luz de la lumbre, que se nos van las horas en el Instagram y en las redes sin pensar que las personas que tenemos al lado tienen un tiempo finito para compartirnos cosas y escucharnos.
Se nos olvida que no nacimos con un móvil en la mano, que no va a pasar nada porque paseemos por un sendero sin fotografiar las flores, que a veces tan sólo hay que sentarse a respirar y a disfrutar que uno está vivo.
Mi reto es crear un espacio donde no seamos números, dónde la gente pueda compartir sus conocimiento, una suerte de lugar donde podamos volver a conectar con la naturaleza y con el respeto a los animales. Un lugar donde las personas hablen con otras personas que no miran sus móviles, que hablemos con las personas mayores y que nos importe lo que nos dicen, que formen parte del diálogo.
La digitalización y la transformación digital son muy importantes pero una pantalla no transmite el calor de un abrazo, no supone para el cerebro el estímulo de una conversación en el parque…
Otro aspecto que considero muy importante, es no alejar a las personas mayores de la ecuación. Por muchas pantallas que pongamos en residencias, es necesario el calor humano para nuestro desarrollo cognitivo. Es necesario crear la fórmula en la que desarrollemos tecnología para compartir con ellos no para aislarlos o tenerlos entretenidos.
Lo mismo ocurre con los niños. Los niños necesitan tener fuente de conocimiento además de las clases, la casa y el Tik Tok. Estos días esto es en lo que estoy pensando y encontraré la fórmula para que exista aporte de valor en ambas direcciones, sin que encapsulemos a nuestros mayores en compartimentos estancos y a nuestros niños en las realidades de las redes sociales.
Se nos olvida inculcar que podemos compaginarlo todo: tomar un café mirándose a los ojos, escuchar al prójimo y compartir experiencias. Si después decides compartir en Instagram lo bonita que es la taza, ¡perfecto! Pero no debemos olvidar que antes de los likes está la expresión de alegría que nos trasmiten los ojos que, pacientes, nos agradecen la charla, la taza y la vida.