El tren llegó a la estación con retraso, 1.30h de la madrugada de un domingo.

Al salir a la calle, encontramos una cola larguísima de gente esperando inquieta en una parada de taxis vacía. 

Nos pusimos de últimos con nuestro niño de 3 añitos, junto a una pareja que llevaba dos bebés ya dormidos. Nadie en la cola levantó la vista de sus pantallas, nos ayudó ni nos cedió el sitio. Y no tenían por qué, ¿verdad?

Durante la pandemia, nos decíamos que saldríamos mejores.

Abríamos las ventanas para aplaudir al personal sanitario.

Nos echábamos de menos.

Éramos empáticos.

Teníamos un enorme agradecimiento por personas a las que ni siquiera conocíamos, mucha pena por quienes estaban sufriendo y nos alegraba poder ver al vecino de enfrente.

Éramos solidarios.

Sin embargo, no ha durado mucho… ¿no tienes la sensación que nos hemos vuelto más individualistas? Y eso, socialmente, es algo perjudicial.

Porque no solo convivimos con familia y amigos. 

Una sociedad, convive con todo aquel que la conforma y estaría bien hacerlo pacíficamente. Yo, la primera.

Que admiro – te admiro, os admiro – a todas esas personas que cada día hacéis la vida más fácil y más bonita al de al lado. 

Porque…

¿en qué momento decidimos tratarnos mal, hablarnos mal, mirarnos mal?

¿en qué momento aceptamos que internet nos da todo lo necesario?

¿en qué momento dejamos de esforzarnos por ser buena gente?

¿en qué momento nos rendimos?

Salimos a la calle, como autómatas, sin aguantarle la puerta a una persona mayor, sin dar las gracias en el mercado, sin responder cuando nos dicen “hola”, sin ceder el paso a un padre con un carrito de bebé.

Pitándonos desde el coche, saltándonos los semáforos, yendo a 140 porque conducimos un coche de alta gama y a-mí-qué, no parando en los pasos de peatones porque mi prisa es prioritaria.

Haciendo al de al lado sentirse incómodo, ninguneando a los Z, no valorando a los jóvenes, respondiendo sí a la pregunta “¿quieres bolsa de plástico?”, fumando donde está prohibido, increpando a quien no tiene la culpa, montando pollos a dependientas, colándonos en el súper, cabreándonos con los taxistas, insultando a las árbitras, no recogiendo las cacas de nuestros perros.

Riéndonos de la profe, hablando mal del vecino, enfadándonos con niños pequeños, empeñándonos en juntar lo orgánico con lo inorgánico porque total no-sirve-de-nada, criticando a tu amiga con otras amigas que luego te criticarán a ti, infravalorando a tu jefa por el hecho de serlo, odiando a la clase política porque no hacen exactamente lo que creemos que se debe hacer, oponiéndonos a la peatonalización de calles, lanzando hate en redes pero incapaces de tener una conversación mirándonos a los ojos, negándonos a escuchar lo que el de al lado tiene que decir, juzgándonos constantemente.

¿En qué momento normalizamos todo esto?

Y después no conseguimos dormir por la noche, necesitamos café para despertarnos, pastillas para dormir, drogas para aguantar, alcohol para salir, ayuda para vivir…

Somos comunidad.

Animales sociales.

Nos necesitamos.

Te propongo un reto: mañana, sal a la calle y sé amable.

Simplemente sonríe, pregunta ¿cómo estás?, da conversación, ayuda, saluda.

Vas a alegrarle el día a alguien.

Comuniquémonos.

Cuando existe comunicación positiva, honesta y recíproca, todo es mejor.

Trabajo en comunicación, en publicidad, en creación de contenido, en creatividad y  todo funciona exactamente así.

Las marcas que van a lo suyo, hablan de sí mismas todo el rato y solo te buscan para darte la turra con sus ofertas, tienen un impacto negativo en el consumidor.

Sin embargo, cuando una marca te incluye en su relato, te inspira, te involucra y te emociona con sus historias, está consiguiendo mucho más que vender su producto: está consiguiendo ser parte de tu vida.

Las personas igual.

¿Quiénes son tus personas favoritas? ¿cómo te tratan? ¿qué hacen por ti?

Pueden no conocerte demasiado, pero darte los buenos días cada mañana.

Pueden no ser de tu círculo más cercano, pero llevar la sonrisa puesta.

O esas que solo son conocidas, pero usan las palabras adecuadas. 

Este tipo de situaciones ayudan a reducir el estrés, la oxitocina u “hormona del amor” se potencia y nos hacen un poquito más felices. Quienes consiguen esto son las llamadas “personas vitamina”, que nos alegran el día sin pedir nada cambio. Existen, resisten y están ahí fuera, pero lo mejor de todo es que podemos convertirnos en una de ellas…

Ser la persona favorita de alguien, qué fantasía ¿verdad?

No sé tú, pero yo prefiero los días llenos de cosas buenas. 

Por muy moñas que suene, son los mejores.

Acuérdate de lo de mañana. 

¡Pruébalo!

Y sonríe.