El experimento Ganzfeld ("campo homogeneizado" en alemán) que Charles Honorton investigó en 1970 se encuentra entre los más conocidos en parapsicología para probar la existencia de la transmisión de información sin canal sensorial alguno ni interacción física: la denominada telepatía que Kali Uchis bien popularizó de nuevo y no por casualidad con su tema homónimo hace algo más de dos años en plena era pandémica como parte de su segundo álbum. Se trata de ubicar a la persona que hará de receptor en una habitación sin más estímulo que el mobiliario donde sentar al sujeto y mantenerlo relajado durante un tiempo. La persona que hace de emisor se encuentra totalmente aislada del receptor y es expuesta a una serie de imágenes que intentará transmitirle mentalmente a este, que en voz alta irá describiendo sus impresiones mientras se registra la actividad de ambos. Al final se muestran, junto con una serie de señuelos, las mismas imágenes al receptor; que deberá identificar las que crea que el emisor trató de enviarle.
Karl Zener diseñó junto a J. B. Rhine una baraja de veinticinco cartas con tal de demostrar la existencia de la también llamada percepción extrasensorial o clarividencia en una serie de experimentos de adivinación de los símbolos ilustrados en las cartas.
Algunas universidades, como la de Edimburgo o la de Utrech, ofrecen programas educativos que incluyen formación sobre parapsicología. En Estados Unidos se encuentra la Parapsychological Association, que en 1969 fue reconocida por la AAAS (asociación estadounidense para el avance de la ciencia, por sus siglas en inglés) como miembro de pleno derecho y Ramos Perera, el presidente de la Sociedad Española de Parapsicología se convirtió en el primer profesor de Parapsicología en la Universidad Autónoma de Madrid.
A lo largo de la historia, infinidad de personajes y experimentos han especulado e intentado dar explicación al resplandor de Danny Torrance o la legeremancia de buena parte del equipo docente de Hogwarts; pero desde luego si hay un organismo que sugiere una comunicación como la que se da entre los jedis y los siths, son las plantas. Y es que ante una situación estresante como el ataque de un depredador, uno de los mecanismos de defensa más característicos es la síntesis de compuestos orgánicos volátiles que hacen de mensajeros ocultos en el aire. Las plantas liberan multitud de compuestos aromáticos cuando se encuentran en peligro, de forma que esta señal es empleada como mensaje para preparar las defensas y redirigir los recursos hacia la producción de barreras químicas y físicas que minimicen el riesgo. Este mensaje es transmitido desde las partes dañadas tanto al resto de la planta como a otras plantas, que comenzarán a sintetizar su propio arsenal de sustancias defensivas ante la señal de amenaza. La liberación de un compuesto u otro dependerá de un buen número de factores como son la causa del daño, la intensidad del mismo o la disponibilidad de recursos. Además, como si de distintos lenguajes o jergas se tratase, ciertas especies de plantas sintetizan compuestos exclusivos, de modo que no todas tienen los receptores adecuados para poder ‘comprender’ el mensaje.
Este poderosísimo sistema de comunicación que tantas luchas silenciosas permite librar a nuestro alrededor y que tantas horas de fascinación nos ha brindado en la ficción (y que hasta tiene su propia clasificación en la Pokédex, los Pokémon psíquico) permite a las plantas anticipar el ataque depredador y reaccionar en consecuencia en una estrategia de precognición digna del joven Torrance en pleno trance con ‘Tony’ a través de su dedo índice. Aunque cada vez que un nuevo experimento se lanza a intentar esclarecer los entresijos de la telepatía la etiqueta de pseudociencia no tarda en aparecer, podemos seguir disfrutando de todo su esplendor a través de la ficción y, por supuesto, de su versión vegetal; que, aunque con algo menos de ornamento, no tiene nada que envidiar.