Afortunadamente hablar de trastornos mentales es, hoy en día, menos tabú. Sin embargo, la banalización de algunos de ellos aún es frecuente y conlleva la trivialización de cuadros clínicos que pueden llegar a ser incapacitantes. Quién no ha oído “estoy depre” o “tengo ansiedad”, cuando lo que quieren decir es: “estoy triste” o “estoy nervioso”. No es distinto al caso de los cambios de humor o de opinión, erróneamente designados como “ser bipolar”. Sin embargo, tener un trastorno bipolar implica padecer un trastorno mental grave caracterizado por la alternancia de episodios depresivos y de manía.
Cuando hablamos de depresión nos referimos a un estado de ánimo bajo, apatía, desesperanza, cambios de apetito, alteraciones del patrón de sueño e ideación suicida, entre otros. Por manía entendemos un estado de euforia, irritabilidad, pensamiento acelerado, dificultad atencional, un incremento de la actividad y una mayor probabilidad de llevar a cabo conductas de riesgo. En ocasiones, junto a los anteriores, pueden aparecer síntomas psicóticos como delirios o alucinaciones que suelen estar en consonancia con el estado de ánimo. La presencia o ausencia de síntomas y la alternancia de episodios varía entre personas, llegando a establecerse diferentes tipos de trastorno bipolar (tipo I y tipo II).
Se sabe que existe una predisposición genética, sin embargo, no es necesaria para padecerlo. Diferentes investigaciones también han señalado posibles desencadenantes de la enfermedad como situaciones estresantes, alteraciones hormonales o el consumo abusivo de sustancias psicoactivas.
La Sociedad Internacional de Trastorno Bipolar (ISBD) estima que este trastorno afecta a un millón de personas en España, llegando a los sesenta millones en todo el mundo. Pese a tener una incidencia tan alta, son frecuentes creencias erróneas en la sociedad tales como que se trata de un problema de personalidad, que se caracteriza por un comportamiento violento, por un carácter incontrolable o que son, simplemente, cambios de humor pasajeros. Esto lleva a la estigmatización de las personas que conviven con la enfermedad.
Es importante tener en cuenta que la estigmatización bebe de tres procesos distintos. En primer lugar, la desinformación o incorrecto conocimiento y, por lo tanto, la ignorancia de la realidad que conlleva. En segundo lugar, el perjuicio como reacción emocional de miedo y rechazo a lo desconocido. Por último, la discriminación, vertiente conductual que se materializa en el trato desigual a personas que lidian con el trastorno bipolar. Enfermedad y estigma se unen para impactar en los ámbitos personal, familiar, social y laboral de quien la padece.
Pese a la gravedad del trastorno, su manejo es posible gracias a la combinación de tratamiento farmacológico y psicoterapia, permitiendo una estabilización del estado de ánimo y un mejor afrontamiento de la enfermedad y sus consecuencias.
En este contexto y con motivo de la celebración del Día Mundial del Trastorno Bipolar, invitamos al lector a reflexionar sobre el papel que cada uno desempeñamos en la reducción del estigma asociado, en general, a las enfermedades mentales y, en particular, al trastorno bipolar.