Riquiñez
Una reflexión sobre lo importante que es tratar bien a la gente y la buena educación
Me he pasado gran parte de mi vida siendo una imbécil.
No tengo explicación.
Tampoco sé cómo justificarme.
Simplemente he sido imbécil muchas veces. Sé de lo que hablo.
Hay personas que, haga lo que haga, siempre pensarán que soy una imbécil, lo respeto. Pero he cambiado, llevo un tiempo siendo amable. O mejor aún, riquiña.
Me he dado cuenta que la vida es un paseo.
Que nuestra presencia en este mundo es efímera.
Quiero dejar esto un poquito mejor que como lo encontré.
Hace unos días, me encontré con una persona que hacía tiempo que no veía.
Siempre me pareció un tipo odioso y maleducado, pero alguien a quien, por temas de trabajo, debía ver de vez en cuando. Ni siquiera cuando intentaba evitarle era amable conmigo.
Cuando pasan estas cosas, pienso que es algo personal, pero realmente no lo es. Hay gente que tiene esa actitud ante la vida: tratar mal a los demás.
Se justifican pensando que no va con ellos, que son así, que tienen mucho estrés, que nunca han tenido ningún problema con su actitud o que el mundo les ha hecho de esa manera, pero la realidad es que tratan mal por sistema…
¿Cómo de mal? Pongo ejemplos:
Vas a un restaurante, el camarero parece molesto con tu presencia y tus preguntas, tiene más ganas de que te largues que de darte de comer.
Vas a un supermercado y hay cola, usas el autopago, te llaman la atención de malas formas porque parece que un producto no se ha marcado y te insinúa que lo estás robando sin demasiado tacto delante de un montón de clientes.
Vas a una cita médica, la doctora te cita para más pruebas en la fecha y hora que estima oportuno. Cuando llega ese día, no solo ha olvidado tu cita, sino que te llevas una buena bronca porque ella considera que la culpa es tuya, por apuntarte las citas, a quién se le ocurre.
Vas en un avión con un niño pequeño dormido, esperas a que el avión se vacíe para comenzar con la logística y tumbar al peque en la sillita para conseguir salir del avión con todos los bultos. El personal de vuelo te llama la atención por hacerlo.
Sí, acertaste, todos son ejemplos reales.
De los que te ríes enumerando en una comida con amigos.
De los que te entran ganas de llorar cuando te pasan en la vida.
Y ese tipo de actitud es detestable porque eres tú quien acaba sintiéndose mal.
Pensando que tú eres el problema, que tú has dicho o hecho algo, que tú tienes la culpa. Y no, tú no eres.
Creo que quien actúa así es porque nadie nunca les ha dicho nada.
Nadie. Nunca. Nada.
Imagina a tu abuela, a tu padre o a Sofía, tu profe más entrañable de primaria mirándote a los ojos y diciéndote: no debes comportarte de esa forma, está mal, esa no eres tú, no te hemos educado así.
He pensado mucho en esto.
En lo inconscientes que somos tratando mal a los demás.
Y mi respuesta desde hace un tiempo es decirles a esas personas lo que pienso, siempre (o casi) y lo más en tiempo real posible.
Con todo el respeto y educación que mis padres han conseguido enseñarme, con toda la riquiñez que consigo juntar, pero sí transmitiéndoles cómo me están haciendo sentir por su actitud: incómoda, molesta u ofendida.
Pagar tu malestar con los demás es poco profesional, poco ético, poco humano, poco cívico, poco serio, poco empático y no mola ni un poco.
Háztelo mirar.
El anglicismo utilizado en mi profesión (y en todas, really) es feedback.
No es otra cosa que, ante una propuesta, dar tu opinión.
Te parecerá muy obvio, pero hay veces que la respuesta es el silencio y, cuando hay un equipo currando detrás, la no respuesta duele.
El feedback es la opinión ante un trabajo.
Si es buena, fantástico, estamos más cerca de alcanzar un objetivo.
Si es mala, fantástico también, aprenderemos y podremos mejorar.
Parece que cuando es negativa, se acaba el mundo, pero deberíamos verlo como otra oportunidad que nos permite hacer las cosas diferente.
Feedback, sí en mayúsculas siempre.
Honesto, constructivo y cercano.
Y esa es, un poco, mi actitud.
Cuando hace unos días me encontré con ese tipo al que hacía tiempo que no veía, pensé que habría sido porque no habríamos coincidido, pero no.
Estaba demacrado, había perdido peso, se veía mayor de repente y, sobre todo, fue la primera vez que me trató con amabilidad.
Me cayó bien.
Me pareció entrañable.
Me gustó reencontrarnos.
Y me contó por lo que estaba pasando.
La vida nos da toques de atención y, a veces, nos hacen reaccionar.
Pero para ser riquiño no hace falta que te pase algo malo.
Empezar a ser riquiño antes de que te pase nada es, de hecho, altamente recomendable. Claro que tenemos días malos, pero como decía la Dra. Maya Angelou: “Las personas olvidarán lo que dijiste, olvidarán lo que hiciste, pero nunca olvidarán cómo les has hecho sentir.”
Trata bien a las personas, aunque sea solo porque lo dice Harry Styles.
¿Y sabes qué? lo más increíble es que no cuesta nada, es gratis, indoloro, vas a hacer que la gente a tu alrededor tenga un día mejor y, seguramente, esa riquiñez volverá a ti.
Algunos lo llaman karma.
Aquí lo llamamos ser gente riquiña.