Pocas veces he visto a mi amiga C.P. cabreada. Además de una de las más inteligentes, es una de las personas más comprensivas, equilibradas y cordiales que conozco pero también con temperamento y asertividad cuando la situación lo requiere. Quizás por escasas, sus disconformidades tengan más potencia que las de otros que juegan con mayor frecuencia en la alteración (como mi también gran amigo J.C. o yo mismo). Por ello, no me gustaría estar cerca de su salón cuando el sábado pasado C.P. decidió desayunar dándose un tranquilo paseo por la actualidad para descubrir que, pese a su impacto a nivel económico, sanitario y científico, la reciente selección de nuestros vecinos de Zendal por parte de la Unión Europea para asegurar la fabricación de vacunas contra potenciales pandemias (ver aquí), se encontraba enmascarada en la sección "Sociedad" de uno de los periódicos de mayor difusión nacional,. Como química y emprendedora concienciada con la divulgación y decepcionada por el posicionamiento temático de una noticia tan relevante, dicen que sus improperios con epicentro en Touro se escucharon hasta llegar a Tarragona… y así fue como yo recibí la idea de ofrecer la opinión que tienes ante tus ojos sobre la importancia de la presencia organizativa de la ciencia en los medios de comunicación.
Comencemos con una reflexión comparativa: ¿Te imaginas que tras la noticia del último fichaje estrella de La Liga de fútbol leyeses la esquela del deceso de tu vecino del 5º en las páginas de “Deprológicas” (Deportes y necrológicas)? ¿Podría compartir una misma columna la predicción semanal del futuro de “nuestro queridísimo Aries” y la evolución del IBEX-35 en la sección “Predicciones” (Economía y Horóscopo)? ¿Publicarían un artículo sobre las propuestas escuchadas en el debate Sánchez-Feijoo al lado de un reportaje sobre “los mejores trajes para atraer el voto”, todo, bajo el epígrafe global de “Polistilo” (Política y Moda)?. Probablemente consideres estos ejemplos inconcebibles por la incompatibilidad de sus temáticas. Tan incompatibles como hacer convivir en un mismo espacio impreso o pixelado a los detalles del vestido de novia de Tamara Falcó con el descubrimiento de exoplaneta más brillante de nuestra historia. ¿O quizás no?
Así es. Pese a que son múltiples las ocasiones en las que la ciencia y sus avances nos han salvado como especie y (coincidirás conmigo) en que su contribución a nuestra calidad de vida es sin duda mucho mayor que la que (con todos mis respetos) nos pueda ofrecer Iñigo Onieva, la ciencia sigue viéndose relegada en muchos medios a convivir en un “cajón de sastre” denominado “Sociedad” en el que se entremezclan noticias de famosos, curiosidades, resultados de estudios insustanciales y un sinfín de temáticas variadas que confunden “entretenimiento” con “información”.
A priori, esto no debería de ser ningún problema ya que el entretenimiento es una necesidad y una demanda humana tan necesaria y lícita como la información, a no ser porque los medios de comunicación tienen el superpoder y el superdeber adicional de marcar la tendencia sobre cuáles son las cuestiones sobre las que debe de pensar la sociedad (que no es lo mismo que lo qué debe pensar), es decir, fomentan la capacidad de valoración crítica sobre temáticas de relevancia para nuestra evolución, conformando lo que hemos venido en llamar “opinión pública”.
De este modo, como resultado de la mayor o menor presencia y relevancia que determinados asuntos tienen en los espacios informativos, los ciudadanos llegamos a formar un juicio personal acerca de lo que es importante en la vida pública de nuestro entorno. A mayor y mejor presencia en los medios, mayor importancia colectiva merecerá este asunto en nuestra conciencia social y a menor presencia o más difusa, menor será la “opinión pública” sobre la relevancia de la noticia para nuestra sociedad.
Según el estudio sobre “pautas de consumo de información” de la Fundación BBVA, tres de cada cuatro españoles utilizan periódicos a la hora de informarse. El problema aparece cuando de los diez diarios con mayor difusión en España, solamente dos poseen una sección específica de ciencia en el primer nivel de organización de sus cabeceras (El País y El Mundo) a la altura de “Nacional”, “Opinión” o “Economía”. Todos los demás engloban los contenidos científicos en un segundo escalón bajo los epígrafes de “cultura” o “sociedad”, pero sin otorgarle la relevancia e independencia que puede tener por ejemplo “Deportes”, de los que además de extensas secciones propias en todos ellos, hay tres diarios específicos (Marca, As y Mundo Deportivo) entre los más leídos. ¿No te parece significativo?
Quizás aquí pueda estar una de las causas que expliquen la última “encuesta sobre percepción social de la ciencia y la tecnología” de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) según la cual la población española considera que aunque la información que recibe sobre ciencia es positiva (84,0%), verdadera (71,5%) y comprensible (60,2%), también es insuficiente (76,7%) y superficial (60,5%).
Es aquí donde tanto el lenguaje como la frecuencia y el nivel organizativo de la información científica se hace primordial para trasladar a la sociedad los avances y preocupaciones de la investigación (incluyendo a sus empresas relacionadas) de una manera clara y entendible, en un espacio propio y con contenidos del mismo nivel de relevancia.
Tenemos mucho camino que recorrer, todos, científicos y medios de comunicación. Sólo podemos conseguirlo juntos. La comunicación pública de la ciencia es una responsabilidad social de ambos y su frecuencia, fiabilidad y relevancia es necesaria y vital para construir una cultura que contribuya a incorporar el conocimiento científico a la práctica cotidiana para alcanzar una sociedad informada, consciente y comprometida con la ciencia.