En la historia de la humanidad, pocas cosas han sido tan constantes como el cambio en la naturaleza del trabajo. Desde la Revolución Industrial, que se inició alrededor de 1760, hemos presenciado cómo el avance tecnológico ha remodelado continuamente el panorama laboral. Desde entonces, la agricultura, que ocupaba a prácticamente la mitad de la población mundial, ha ido cediendo su protagonismo a los sectores industriales y de servicios. Hoy en día, menos del 5% de la fuerza laboral global se dedica a la agricultura, prueba irrefutable del impacto y de la capacidad de la innovación tecnológica para moldear la propia naturaleza del trabajo.
Esta realidad histórica puede llevarnos a una reflexión profunda: aunque los empleos cambian con la tecnología, estos no tienden a desaparecer, sino a transformarse, como la energía. Sin embargo, esta transformación no siempre tiene por qué implicar una mejora en la calidad o el sentido mismo del trabajo. Como exploraba David Graeber, famoso antropólogo y activista anarquista, en su libro Trabajos de mierda, una gran parte del trabajo actual puede que sea completamente inútil, innecesario o incluso pernicioso para la sociedad. Graeber acuñó por primera vez el término “trabajos de mierda” en su ensayo homónimo publicado en 2013, el cual se haría viral en internet y recibiría miles de testimonios de personas que se sentían identificadas con su tesis. Tras la viralidad del susodicho ensayo, Graeber decidiría ampliarlo y publicarlo como libro en 2018, convirtiéndose rápidamente en best seller internacional. A lo largo de las páginas, el autor de esta obra de tan provocativo título analiza las causas y las consecuencias de estos trabajos de mierda, que se dan sobre todo en el sector privado, contradiciendo toda lógica de mercado: ¿si un trabajo no es productivo no debería tender a desaparecer? Graeber sostiene que estos trabajos son el resultado de una sociedad que ha perdido el sentido de su propósito, de sus valores, de su vocación, y que se ha rendido a la lógica del capitalismo burocrático y a la ética protestante del trabajo, en un mercado laboral que es sostenido por el consumo y que a su vez requiere de altos porcentajes de gente empleada para sobrevivir. A pesar de mis grandes (enormes) diferencias ideológicas con el autor, la lectura de “Trabajos de mierda”, que me regalaron a finales de la década de los 2010, me supuso un enorme cambio de paradigma a la hora de construir mi propia visión sobre cómo se ordena el mundo de lo profesional, así como a la hora de construir mis propias hipótesis sobre la evolución del futuro del trabajo. Dado su impacto sobre mi persona, no puedo más que recomendar la lectura del libro que ha inspirado el titular de este artículo.
Pero, y ya continuando con la actualidad, hoy todo apunta a que nos encontramos al borde de una nueva era definida por la inteligencia artificial (IA) y tecnologías avanzadas como ChatGPT, o eso es lo que nos cuentan. Sea o no tan crítico este punto de inflexión como muchos apuntan, lo que sí que es indudable es que dichos avances plantean interrogantes cruciales sobre el futuro del empleo.
En un estudio reciente, los expertos en inteligencia artificial Tyna Eloundou, Sam Manning, Pamela Mishkin y Daniel Rock, todos ellos ampliamente reconocidos por sus contribuciones significativas a la investigación en este campo, han arrojado luz sobre cómo los Grandes Modelos de Lenguaje (LLMs, por sus siglas en inglés) como GPT podrían influir en más del 80% de los empleos actuales. Pero esto no significa que vayamos a perder nuestros trabajos, sino que sugieren que estos podrían transformarse. Para llegar a esta conclusión, los investigadores compararon las habilidades que tienen estas tecnologías con las habilidades que necesitamos en nuestros trabajos. Descubrieron que, cuando tenemos acceso a ellas, podemos hacer nuestras tareas mucho más rápido y con la misma calidad. De hecho, cuando usamos programas informáticos que integran directamente este tipo de tecnologías, hasta la mitad de nuestras tareas podrían llegar a ser realizadas por la inteligencia artificial. Este hallazgo apunta a que el software impulsado por los LLMs tendrá, previsiblemente, un gran impacto en nuestro trabajo y en nuestra vida y, por ende, en la economía, la sociedad y la política tal como las conocemos.
Teniendo toda esta información en cuenta, y asumiendo de manera optimista que a lo largo del próximo lustro más del 50% de nuestras operaciones laborales actuales podrían ser realizadas por algún tipo de Inteligencia Artificial, podríamos preguntarnos ¿a qué nos vamos a dedicar el 50% del tiempo restante?
Aunque el futuro es incierto, y más cuando hablamos del futuro del trabajo, podemos intentar identificar las competencias clave que debe tener el profesional del siglo XXI analizando la evolución histórica de las competencias más demandadas en los últimos años. A fin de cuentas, aunque la revolución de la IA apunta a convertirse en la más importante de las últimas décadas, no debemos olvidar que no son pocas las grandes transformaciones tecnológicas que hemos vivido en el último medio siglo, incluyendo la propia llegada de internet, o de los ordenadores tal y como los conocemos hoy en día al puesto de trabajo. La IA no es algo que se haya inventado este año: lo novedoso ha sido su democratización a nivel de usuario.
Durante las últimas décadas, y debido precisamente a este escenario de continua revolución tecnológica, nuevos conocimientos técnicos y específicos han pasado de inexistentes a fundamentales. A la par, muchas de las llamadas habilidades transversales, como las que nos permiten adaptarnos, innovar y colaborar en un mundo cambiante y globalizado han ido ganando cada vez más y más peso en el entorno laboral. Conocimientos y habilidades que, grosso modo, deberían seguir marcando la hoja de ruta del mercado de talento durante los próximos años y que podemos agrupar en tres grandes categorías:
- Dominio de la tecnología: Implica el uso crítico, creativo y responsable de las tecnologías de la información y la comunicación para acceder, crear, compartir y gestionar información, conocimiento y contenidos digitales. Esto incluye el desarrollo de habilidades como la programación, el pensamiento computacional, la alfabetización mediática, la seguridad cibernética y la automatización de tareas.
- Mentalidad global: Se refiere a la capacidad para comprender diferentes culturas, trabajar en equipos heterogéneos, adaptarse a diversos entornos laborales y comunicarse de forma efectiva con personas de distintos orígenes y contextos. Esto requiere el desarrollo de habilidades como la empatía, la ética, la estética, la comunicación y el diálogo intercultural.
- Aprendizaje autónomo: Implica la capacidad para reflexionar sobre uno mismo, gestionar las propias emociones, establecer y cumplir objetivos personales y profesionales, y participar de forma activa y constructiva en la sociedad. Esto también implica el desarrollo de habilidades como la autoestima, la resiliencia, la autonomía, la iniciativa, la creatividad y la curiosidad.
Estas competencias complejas se complementan con otras habilidades fundamentales, como la competencia lingüística, la competencia matemática y en ciencia, tecnología e ingeniería, así como la competencia física y de salud. Todas ellas, que se dicen pronto, esenciales en mayor o menor medida para el desarrollo personal, profesional y social de los individuos en el siglo XXI. Adaptarse a estos cambios es un gran desafío para el que cada profesional deberá comprometerse con su propio desarrollo de carrera, viéndolo como una maratón en lugar de un esprint, con una perspectiva de crecimiento a largo plazo, ya que el conocimiento profundo requiere tiempo para ser integrado. Desafíos y esfuerzos que, quizás, puedan darnos vértigo, como seguro que se lo dio a nuestros antepasados con la llegada de los primeros tractores al campo.
La historia del trabajo, desde la agricultura más primaria hasta la era de la IA, nos enseña que el trabajo evoluciona constantemente con nuestra sociedad y tecnología. El futuro del trabajo no es algo que se predice, sino que se crea. Y en la creación de este futuro, cada uno de nosotros tiene su propio papel que desempeñar. Sin embargo, no podemos ignorar que muchos de los trabajos actuales y futuros son o podrían ser trabajos de mierda, que no aportan nada a la sociedad, que no nos satisfacen, que no nos hacen crecer. Sin necesidad de poner ejemplos concretos, pues estoy seguro de que a cualquiera que lea este texto se le puede ocurrir alguno. ¿Qué podemos hacer al respecto? Puede que una posible solución sea la de aprovechar el potencial de la IA entendida como asistente, y no como sustituta, de los trabajadores humanos. La IA puede ayudar a que los trabajos de mierda sean un poco menos de mierda, al automatizar tareas que no requieren de habilidades humanas, como rellenar formularios, hacer informes, enviar correos, etc. De esta manera, los trabajadores humanos podrían dedicar más tiempo y energía a tareas más creativas, significativas y satisfactorias, que requieren de habilidades humanas, como la empatía, la ética, la estética, etc. La IA, en ese escenario, sería una aliada, y no una enemiga, de los trabajadores humanos, contribuyendo a mejorar la calidad y el sentido del trabajo.
Y ahora, estimado lector, estimada lectora, te dejo con una última pregunta un tanto gamberra: ¿cuánto de la inteligencia en este texto que acabas de leer crees que es humana y cuánta es artificial, si es que la hay?