Decía Rousseau (1712-1778) que el hombre es bueno por naturaleza y que la sociedad es la que lo corrompe. Pero, ¿no está en nuestra mano gestionar cómo nos afecta nuestro contexto? ¿Por qué hay quien practica la bondad independientemente de su condición? Por supuesto, entendiendo bondad como la define la RAE: amabilidad de una persona respecto a otra. La bondad se puede practicar de muchas maneras.
Hace unas semanas, en un evento una persona me pedía que le presentara a otra. Tras los típicos saludos, la segunda le decía a la primera: “¿Qué necesitas?”. Y ahí la cabeza me hizo click para pensar en lo fácil que es esa pregunta (que pocas veces formulamos tan a la ligera) y la cantidad de veces que puede ser sencillo resolver la respuesta.
He llegado a la conclusión de que lo más complicado es que, en estos casos, la casualidad juega un factor imprescindible en tu suerte. Depende tanto el resultado de con quién te cruzas, que dejamos en nuestra buena toma de decisiones, nuestra suerte.
Que, por cierto, leyendo la newsletter de Marta Lavanda esta semana me llevaba un golpe de realidad con todo esto. Indicaba Lavanda que por algún sitio de internet dice que tomamos unas 35.000 decisiones al día. Pero que solo somos conscientes de una pequeña parte de ellas. El 99,74% de las decisiones las tomamos de forma automática, lo que reduce a 100 el número de decisiones/día. “No sé cómo han sacado estos datos, pero vamos a quedarnos con que tomamos un huevo de decisiones al día, pero que la mayoría son inconscientes”, sentenciaba.
Voy a un ejemplo fácil: ¿cuántas veces no hemos llamado a algún sitio preguntando algo concreto, nos han dicho que no, pero no nos dan ninguna alternativa? Y, quizá, si llamáramos un minuto más tarde te atendería otra persona que buscaría la manera de ayudarte y así “tu suerte” habría cambiado. Está claro que no podemos medir en qué momento tomamos todas esas “decisiones inconscientes” y, desde luego, que afectan muchos factores en la situación planteada, pero que diferente es el resultado en función del interlocutor. No nos pongamos a valorar: ni mejor, ni peor, pero seguro que diferente. Porque no, no todo se hace porque “es lo que tenía que hacer”. A veces excedemos nuestros límites por costumbre, o porque somos buenas personas por naturaleza.
Y ser buenas personas no es cosa de tontos. Hace unos días una compañera me contaba una situación en la que que consultaba una duda profesional y de vuelta le venía un tarifario de precios. Me comentaba cómo ella misma se había dado cuenta de que si fuera a la inversa ella habría dado toda la información como consejo, sin esperar sumar al negocio, con el mero interés de ofrecer ayuda.
Yo lo tengo claro, como persona y profesional me encanta ser una esponja y absorber todo lo que me parece imitable de cada quien que se cruza en mi camino. A dos buenos profesionales me remito. Me parece la manera de lograr ser mi mejor versión y eso solo lo conseguiré siendo una buena persona. Así que, ¿en qué te puedo ayudar?